Recuento con vistas al futuro

Por Ernesto Camou Healy

Ya estamos terminando la primera semana del 2023. Por más que sea una convención social, el hecho de que esté marcado en el calendario le concede una cierta condición: Sabemos que ya sólo tenemos 51 semanas antes de que este 2023 llegue a su fin.

Ante esto habrá quien considere que debe tomar medidas, planear y apresurarse para cumplir metas que pueden ser adecuadas, o también poco realistas. Otros, algo más experimentados, procurarán seguir viviendo como lo han hecho hasta ahora, conscientes de que no resulta imperativa una transformación sustancial si el camino no ha sido malo y ha rendido frutos suficientes en el pasado.

En mi caso estoy razonablemente satisfecho con la vida que he llevado, y no siento necesitar alteraciones sustanciales: Aunque siempre estoy abierto a nuevas amistades, tengo amigos y amigas excelentes, no demasiados quizá, pero que constituyen un ámbito amable, creativo, cuestionador y cariñoso al que recurro para recargar pilas, saber y aprender todo tipo de novedades o perspectivas creativas y sugerentes, la mar de interesantes. Son un lugar y un refugio inteligente, divertido y amoroso. 

Nos reunimos con frecuencia, si estamos cerca, y a la larga, pero con mayor intensidad si las distancias nos separan. Ese grupo primario incluye de entrada a mi compañera de correrías y vida desde hace varias décadas, más las hijas que hemos criado y disfrutado. A ellos se suman hermano y hermanas más aquellas y aquellos que hemos elegido con libertad para vivir en fraternidad y cercanía, y nos han obsequiado con su cariño solidario hasta formar vínculos profundos y vivenciales en cuyo entorno podemos aspirar a ser más felices y mejores personas. En este futuro cercano y lejano espero poder seguir profundizando y cultivando estas relaciones y amistades, ampliarlas, disfrutarlas y gozar su cercanía.

Amar así no puede ser un propósito de inicio de ciclo, más bien hay que aceptar y reconocer que es condición de vida y cimiento de todo a lo que aspiramos…

Me gusta escribir, y llevo ya 40 años redactando esta columna semanal. Durante varios años, lo hice dos veces por semana. Me ha dado satisfacciones y algunos coscorrones también. Así es el oficio. Quisiera poder hacerlo y persistir en este diálogo regular con lectores y amigos.

Pero también disfruto leer, sobre todo novelas y relaciones históricas. Y me interesan sobre manera los estudios, recientes y añejos, sobre las sociedades y culturas que nos rodean y cuyo discurrir nos ayuda a entendernos mejor. A veces me pierdo en las páginas de un texto y no es raro que lea varias novelas por mes; intento comprender también tratados más complejos, a un ritmo más acompasado, que no todo es entretenerse en relatos o aventuras productos de la imaginación y capacidad literaria de autores admirables, cuya capacidad para tramar y describir vida y situaciones me llena de envidia, lo confieso.

He viajado con frecuencia y disfruto conocer sitios, culturas y lugares diferentes. Me gusta meterme en pueblos y villas, conocer gente y aprender de ellos. Me interesan sus historias y las maneras como viven y cómo aprovechan y modifican su entorno.  Me atraen los mercados pueblerinos y los tianguis, me encanta la enorme diversidad de productos que se consumen en tantas latitudes y culturas. Si puedo, quiero probarlos todos. He vivido, realizando estudios antropológicos, en todas las regiones del País, desde la selva tropical hasta las sierras o las sequedades norteñas. He convivido con campesinos cultivadores, recolectores o pastores en sus comunidades. Mucho aprendí de ellos, y espero haber podido darles algo de mí. He intentado transmitir esos saberes en mis cuatro décadas de escribir y enseñar para que mis alumnos entiendan mejor este País tan diverso, complejo y rico en esas prácticas ancestrales de los campesinos y sus etnias.

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