Por Jaime García Chávez
Ya es tiempo de que al evangélico de clóset, Andrés Manuel López Obrador, se le aplique aquello de que “con la vara que midas serás medido”, famosa frase del Mesías según el Evangelio de Lucas, contenido dentro del Nuevo Testamento de la Biblia. Él mismo ha dicho que aspira a ser el mejor Presidente de México, e incluso se auto ubica en el molde de Benito Juárez o de Lázaro Cárdenas.
Lo que razonablemente los políticos encumbrados dejan para la historia o para sus memorias, el Presidente ya prácticamente lo ha dado por hecho. No ha dejado que la historia haga su trabajo, y eso habla de un ego profundamente acendrado. Cada quién.
Si Juárez fuera el modelo y don Daniel Cosío Villegas el encargado de medir con rigor, encontraríamos contrastes muy claros que desdicen la pretensión de reencarnar y superar biografías notables, en este caso la del oaxaqueño.
Citaré algunas de las afirmaciones del autor de la Historia moderna de México, que se recuerda como uno de los más rigurosos críticos del estilo autoritario de gobernar en los tiempos del PRI, que no se queda muy atrás del que actualmente corre.
Don Daniel, al abordar las herencias y legados, escribió: “Juárez (…) no era, como lo pintan sus enemigos, un hombre con la sola voluntad del temple; tampoco era, como lo quieren sus apologistas, sólo un gran estadista; menos todavía era un visionario, sino un hombre de principios, que no es lo mismo y es mejor; era, además, un estupendo, un consumado político. Tenía los ingredientes que hacen al gran político: una pasión devoradora por la política, como que ella, al fin, lo consumió, y una capacidad de lucha tal que engendra placer y hace necesario el reposo (…). Tenía también otro ingrediente del político, sólo que la leyenda y el lugar común lo han desfigurado tanto al pobre, que han acabado por arrebatárselo: era flexible y conciliador”.
Este retrato no es el único del reformador mexicano, existen otros que paso de lado. Si esta fuera la vara, encontraríamos que López Obrador comparte con esa biografía el rasgo de tener una “pasión devoradora por la política” y que la asume como placentera. Pero ni hay principios, aunque se aparenten, y mucho menos una comprensión de la etapa histórica que vive el país para consolidar su democracia, lo que sólo es factible si el liderazgo, individual, y también colectivo, se arma de flexibilidad, con una visión conciliatoria para evitar la polarización y la política de odios que puede conducir a la guerra civil, aunque esto parezca exagerado.
López Obrador fue electo únicamente Presidente por una mayoría jamás vista. Pero no encabezó una revolución triunfante, como la de Ayutla; tampoco una Guerra de Tres Años, de liberales contra conservadores, que ganaron los primeros en Calpulalpan; menos una Guerra de Intervención, como la francesa y su efímero imperio.
Juárez y los suyos restauraron una República, y uno a uno los principales hombres que lo acompañaron se le fueron desgajando; en primer lugar Porfirio Díaz, pero no muy atrás Sebastián Lerdo de Tejada y José María Iglesias, figuras estas que lo cuestionaron y criticaron, pero siempre encontraron respuestas juaristas ausentes de toda vejación o denigración, como corresponde a un convencido de la democracia. En contraste, el “juarista” López Obrador insulta y agrede a quien se atreva a contradecirlo, lo que se ha convertido en práctica cotidiana.
No justifica el comportamiento presidencial que sus adversarios no tengan la estatura de los que tuvo enfrente Benito Juárez, pero la dignidad y la prevalencia de los derechos constitucionales a expresarse libremente por estar presente, debería vedarle al presidente todos y cada uno de sus denuestos.
México, de mucho tiempo atrás, y más ahora en esta coyuntura, requiere de valorar su democracia incipiente, acrecentarla con cada uno de sus valores, reconocer la diversidad que somos y las contradicciones que hay que resolver, y no valerse de una manida visión de la historia para imponer una sola ruta, como se pretende desde la Cuatroté.
Por estas razones, estimo que si con la vara que mides serás medido, López Obrador se queda pequeño frente al paradigma de Juárez, al que dice tomar como ejemplo.
Jaime García Chávez. Político y abogado chihuahuense. Por más de cuarenta años ha dirigido un despacho de abogados que defiende los derechos humanos y laborales. Impulsor del combate a la corrupción política. Fundador y actual presidente de Unión Ciudadana, A.C.