Por C. J. Polychroniou | Truthout
El neoliberalismo ha detentado el reinado supremo como filosofía económica durante casi medio siglo. Pero las políticas neoliberales han causado estragos en el mundo al revertir las ganancias que se habían logrado con el capitalismo después del final de la Segunda Guerra Mundial. El neoliberalismo da resultados a los ricos y a las enormes corporaciones, pero sus fracasos van más allá de lo económico. Se extienden hacia lo político como un proceso de colapso social con la participación de fuerzas amenazantes que prometen el regreso de glorias pasadas.
Esto es el impulso básico de los movimientos y partidos neofascistas en el mundo actual, y el neoliberalismo ha creado las condiciones para que resurja el extremismo de extrema derecha como lo explica Noam Chomsky en esta entrevista exclusiva con Truthout. Mientras, las protestas se han extendido mucho más en esta era tardía del capitalismo, la lucha por una alternativa para el mundo ¡está ciertamente muy viva!
Chomsky es profesor emérito de los departamentos de lingüística y filosofía del MIT, así como profesor galardonado de lingüística y presidente en el programa Agnese Haury de Justicia Ambiental y Social en la Universidad de Arizona. Es uno de los académicos más citados a nivel mundial y un intelectual al que millones consideran un tesoro nacional e internacional.
Chomsky ha publicado más de 150 libros sobre lingüística pensamiento político y social, economía política, estudios de medios, política internacional estadunidense y asuntos internacionales. Sus más recientes obras son Autoridad Ilegítima: Enfrentando los retos de Nuestro Tiempo (próximamente con C. J. Polychroniou), Los secretos de las palabras (con Andrea Moro, MIT Press, 2022), La Retirada: Irak, Libia, Afganistán y la Fragilidad del Poder de EU (con Vijay Prashad, The New Press 2022) y El Precipicio: Neoliberalismo, la Pandemia y la Urgente Necesidad por el cambio Social (con C. J. Polychroniuou, Haymarket Books 2021).
C. J. Polychroniou: Noam, desde que se implementaron las políticas neoliberales hace más de 40 años, éstas han sido responsables de los crecientes índices de desigualdad, y la destrucción de la infraestructura social ha causado desesperanza y malestar social. Sin embargo, se ha vuelto evidente que las políticas neoliberales sociales y económicas son un caldo de cultivo para la radicalización de extrema derecha y el resurgimiento del autoritarismo político. Suponiendo que estás de acuerdo con esto ¿cuál es la actual conexión entre el neolibaeralismo y el neofascismo?
Noam Chomsky: La conexión se deduce claramente de las dos primeras oraciones de la pregunta. Una consecuencia de las políticas neoliberales socio-económicas es el colapso del orden social que lleva al caldo de cultivo del extremismo, violencia por odio y la búsqueda de chivos expiatorios. Es un terreno fértil para que las figuras autoritarias adopten la postura de salvadores; y así estamos en camino hacia el neofascismo.
La Brittanica define “neoliberalismo” como una “ideología y modelo político que hace énfasis en el valor de la competencia en el libre mercado” con “mínima intervención el Estado”. Esto es una imagen convencional. La realidad es diferente. El actual modelo político abrió de par en par las puertas a los amos de la economía quienes también dominan al Estado en busca de ganancias y poder con muy escasas restricciones. En pocas palabras: conduce a una guerra de clases sin freno.
Un componente de las políticas es una forma de globalización que combina un proteccionismo extremo hacia los amos que buscan las peores y más baratas condiciones de trabajo para tener las máximas ganancias posibles. El resultado es amplios cinturones de pobreza en sus países de origen. Éstas son decisiones que se toman de acuerdo a una política de negocios, no a una necesidad económica. El movimiento laboral, al que en un momento se unió la ahora difunta oficina de investigaciones del Congreso, propuso alternativas que hubieran beneficiado a trabajadores tanto aquí como en el extranjero, pero se desestimaron sin discusión al tiempo que Clinton impuso de golpe la forma de globalización preferida por los que encabezan la guerra de clases.
Otra consecuencia derivada del “neoliberalismo real existente” es la rápida financiarización de la economía que permitió que operaciones fraudulentas para obtener ganancias inmediatas carecieran de riesgo. Los riesgos desaparecen porque el Estado poderoso interviene radicalmente en el mercado para ofrecer extrema protección a los acuerdos comerciales y hace lo mismo al rescatar a los amos cuando algo les sale mal. El resultado, comenzando por Reagan, es lo que los economistas Robert Pollin y Gerald Epstein llamaron “la economía bajo fianza”, que permite a la guerra de clases neoliberal proceder sin riesgo de un fracaso ante los castigos de los mercados.
El “libre mercado” no falta en el escenario. El capital es “libre” de explotar y destruir a su gusto, como lo ha estado haciendo y esto incluye – no debemos olvidarlo– destruir los prospectos de una vida humana organizada. La gente trabajadora es “libre” de tratar de sobrevivir de alguna manera mientras los salarios se estancan, las prestaciones desaparecen y el trabajo se precariza.
La guerra de clases arrancó de manera muy natural, cuando se atacó a los sindicatos, el principal medio de defensa de los trabajadores. Las primeras leyes de Reagan y Thatcher fueron vigorosos asaltos a los sindicatos e invitaciones al sector corporativo a unirse y moverse más allá, muchas veces de maneras que son técnicamente ilegales, pero eso no es problema para los estados neoliberales a los que dominaron.
La ideología que reinó entonces fue expresada de manera lúcida por Margaret Thatcher mientras se lanzaba la guerra de clases: “No existe la sociedad y la gente debe dejar de gimotear para que la ‘sociedad’ la salve”. En sus palabras inmortales: “’No tengo hogar ¡entonces el gobierno debe darme casa!’ y así le achacan sus problemas a la sociedad. ¿Quién es la sociedad? ¡No hay tal cosa! Hay individuos, hombres y mujeres, hay familias, y ningún gobierno puede hacer nada excepto a través de esas personas… personas que deben verse primero a sí mismas”.
Thatcher y sus colaboradores de seguro sabían muy bien que había una sociedad muy rica y poderosa para sus amos, no solo los estados que, como si fueran su nana, corren a rescatarlos cuando lo necesitan, sino que también forman una elaborada red de asociaciones para los negocios, cámaras de comercio y organizaciones de cabildo, think tanks y más. Pero los menos privilegiados deben “vérselas por ellos mismos”.
La guerra de clases neoliberal ha sido un gran éxito para quienes la diseñaron. Como ya discutimos, una indicación de esto fue que transferimos unos 50 billones de dólares a los bolsillos del 1 por ciento más rico, lo cual no es victoria fácil.
Otros éxitos son la “desesperanza y malestar sociales”. Los demócratas abandonaron a la clase trabajadora y la entregaron a manos del enemigo en los 70, y se convirtieron el partido de profesionales acomodados y donantes de Wall Street. En Inglaterra, Jeremy Corbyn estuvo cerca de revertir el declive del Partido Laborista que se estaba convirtiendo en “Thatcher Light”. El establishment británico a todos niveles movilizó a sus fuerzas y se adentró aún más en la cloaca para aplastar su esfuerzo de crear un partido de auténtica participación dedicado a los intereses de los trabajadores y los pobres. Una afrenta intolerable para las buenas costumbres. En Estados Unidos, a Bernie Sanders le ha ido un poco mejor, pero no ha sido capaz de romper el yugo clintonita que controla al partido Demócrata. En Europa, los partidos tradicionales de izquierda prácticamente han desaparecido.
En las elecciones de mitad de mandato en Estados Unidos, los demócratas perdieron a más adeptos blancos de clase trabajadora que nunca antes, lo que fue una consecuencia de la negativa de sus líderes a hacer campaña en torno a temas de clase que un partido izquierdista moderado hubiera colocado al frente.
El terreno está bien preparado para el surgimiento del neofascismo para que este llene el vacío dejado por la implacable guerra de clases y la capitulación de las instituciones políticas convencionales que hubieran podido combatir a la plaga.
El término “guerra de clases” es ahora insuficiente. Es verdad que los amos de la economía y sus sirvientes en el sistema político se han enfrascado en una forma particularmente salvaje de enfrentamiento durante los últimos 40 años, pero sus objetivos van más allá de sus víctimas habituales, y ahora se extienden hasta los mismos perpetradores. A medida en que la guerra de clases se intensifica, la lógica básica del capitalismo se manifiesta con brutal claridad: Debemos maximizar las ganancias y el poder aunque estemos corriendo hacia el suicidio con la destrucción del medio ambiente que sostiene la vida, y no nos salvaremos nosotros ni nuestras familias.
Lo que ocurre nos trae a la mente el cuento repetido con frecuencia sobre cómo cazar a un mono: a un coco hay que hacerle un hoyo del tamaño preciso para que el mono meta la mano para quedarse con el manjar en su interior. El mono meterá la mano para agarrar la comida pero al no poder sacar su mano cerrada se morirá de hambre. Así somos nosotros, o al menos, quienes están a cargo de este triste espectáculo.
Nuestros líderes tienen las manos cerradas y demuestran una vocación suicida sin tregua. A nivel estatal, los republicanos quieren introducir la legislación “contra la eliminación de la discriminación energética”, para prohibir incluso que se revele información sobre las inversiones que las compañías hacen en energías fósiles: la injusta persecución de unos señores decentes que solo tratan de enriquecerse al destruir las posibilidades de supervivencia de la vida humana y adoptar una lógica capitalista correcta.
Para tomar un ejemplo reciente, los procuradores republicanos en general han llamado al Comité Federal Regulador de Energía a prohibir que gerentes de consorcios compren acciones de compañías prestadoras de servicios si éstas están involucradas en programas para reducir emisiones, e intentan así salvarnos a todos de la destrucción.
El campeón de esta iniciativa, el presidente de Black Rock, Larry Fink, llama a invertir en combustibles fósiles durante muchos años por venir, al tiempo que demuestra lo buen ciudadano que es al dar la bienvenida a oportunidades de invertir en fantasiosas maneras de evitar los gases venenosos que se producen, e incluso en energías limpias… siempre y cuando se garantice que las ganancias serán altas.
En resumen: en vez de dedicar recursos a escapar de la catástrofe, debemos sobornar a los más ricos para instarlos a que nos ayuden.
La lección, severa y clara, es tenemos que ayudar a revitalizar a los movimientos populares que buscan escapar del caos de la lógica capitalista; movimientos que brillan con una radiante claridad, al tiempo que la guerra neoliberal contra ellos alcanza sus últimos estadíos tragicómicos.
Ese es el brillante y esperanzador lado que surge del orden social emergente.
Con la llegada de Donald Trumpo al poder, la supremacía blanca y el autoritarismo regresaron a la política dominante, pero ¿acaso esto significa que Estados Unidos nunca fue inmune al fascismo?
¿Qué entendemos por “fascismo”? Tenemos que distinguir entre lo que ocurre en las calles muy visiblemente, y la ideología y la política que está más lejanas de nuestra percepción inmediata. El fascismo en las calles son los Camisas Negras de Mussolinii y los Camisas Pardas de Hitler: violento, brutal y destructivo. Estados Unidos desde luego jamás ha sido inmune a eso. El historial sórdido de la “remoción indígena” y la esclavitud mutando en Jim Crow no necesita recordarse aquí.
El punto más alto del “fascismo de la calle” en este sentido, precedió a la marcha en Roma de Mussolini. El caso Wilson-Palmer de la posguerra que siguió al “terror rojo” tras la Primera Guerra Mundial, fue el más despiadado periodo de represión violenta en la historia de Estados Unidos, sin contar sus dos pecados originales. La impactante historia está documentada con vívido detalle en el penetrante estudio American Midnight, de Adam Hochschild.
Como de costumbre, la población negra fue la que más sufrió con dos matanzas mayores (la de Tulsa entre otras), y hubo un repugnante récord de linchamientos, entre otras atrocidades. Los inmigrantes fueron otro objetivo en la ola de “americanismo” fanático y temor a los bolcheviques. Cientos de “subversivos” fueron deportados. El muy vital Partido Socialista fue virtualmente destruido y nunca se recuperó. El trabajo se diezmó, no solo en el caso del importante movimiento sindicalista de los Wobblies, sino más allá, incluyendo la sanguinaria destrucción de huelgas en nombre del patriotismo y en legítima defensa contra los “rojos”.
El nivel de locura finalmente se volvió tan extremo que se autodestruyó. El procurador general Palmer y su entonces patiño, J. Edgar Hoover, predijeron una insurrección encabezada por los bolcheviques el 1° de mayo de 1920, con febriles advertencias y movilizaciones policiacas, que incluso pusieron en alerta al ejército y a cuerpos de seguridad de elite. El día pasó y solo hubo días de campo. El ridículo se extendió y el deseo de volver a la “normalidad” puso fin a la locura.
Pero esto dejó un sedimento, como señala Hochschild, las opciones progresistas para la sociedad estadunidense sufrieron un duro golpe. Un país muy diferente había emergido. Lo que tomó el lugar del fascismo en la calle fue la venganza.
Volcándose hacia la ideología y la política, el gran politólogo economista veblenita, Robert Brady argumentó hace 80 años que todo el mundo capitalista industrializado se movia de una u otra forma al fascismo con el poderoso control de la economía y la vida en sociedad. En una dimensión separada, los sistemas diferían agudamente con respecto a la influencia pública sobre la política (en referencia a la democracia política funcional).
Estos temas eran no eran raros en esos años, y en cierta medida, se extendían más allá de los círculos de la izquierda y la derecha.
El tema se vuelve discutible con el cambio desde el capitalismo regulado de las décadas de la posguerra hasta el asalto neoliberal que reinstauró forzadamente la concepción de Adam Smith de que los amos de la economía son los principales arquitectos de la policía gubernamental y la diseñaron para proteger sus intereses. Cada vez más, durante el curso de la guerra de clases neoliberal, hubo concentraciones no reportadas del poder privado con el fin de controlar los dominios político y económico.
El resultado fue un sentido general –para nada equivocado– de que el gobierno no nos servía a nosotros sino a alguien más. El sistema doctrinario, en gran parte en manos de la los mismos que concentraban el poder privado, distraía la atención del poder laboral y abría la puerta a lo que dio en llamarse “teorías de conspiración”, normalmente fundadas en algunas partículas de evidencia: estaba la teoría del Gran Reemplazo, elites liberales, los judíos y otras mezcolanzas ya conocidas. Esto, a su vez, engendró el “fascismo de la calle” que atrajo venenosas subcorrientes que nunca se han acabado y a las que recurren, con mucha facilidad, demagogos inescrupulosos. En el momento actual, la escala y el carácter de éstos no es una amenaza pequeña para lo que prevalece como una democracia funcional, después de la paliza recibida en tiempos recientes.
Algunos argumentan que vivimos en una era histórica de protestas. En efecto, en virtualmente cada región del mundo se ha visto un incremento de movimientos de protesta durante los últimos 15 años. ¿Por qué las protestas políticas se han vuelto más extendidas y más frecuentes en esta era reciente del neoliberaliso? ¿Cómo se comparan estos movimientos con los de los años 60?
Las protestas tienen diferentes raíces. La huelga de transportistas que casi paralizó Brazil en contra de la derrota del neofascista Bolsonaro a finales de octubre pasado tiene similitudes con la del 6 de enero en Washington y pudo haber sido una imitación de la misma. Algunos temen que el asalto al capitolio se imite el 1° de enero, durante la toma de posesión del presidente electo Lula da Silva.
Pero protestas como esta no tienen nada en común con la excepcional insurrección en Irán instigada por la muerte bajo custodia judicial de Mahsa Amini. Estas movilizaciones están encabezadas por jóvenes, en su mayoría mujeres, lo que hace que participen a sectores mucho más amplios. El objetivo inmediato es eliminar los rígidos controles sobre la vestimenta y conducta de las mujeres, aunque quienes protestan tienen aspiraciones que van más allá de esto, y llegan a pedir el derrocamiento del riguroso régimen clerical. Los manifestantes han ganado algunas victorias. El régimen indicó que la Policía Moral se ha disuelto, pese a que algunos dudan de la veracidad del anuncio, que aunque sea cierto no cumple por mucho las exigencias de la valerosa resistencia.
En la medida de que hay un hilo conductor, esta es la primera ruptura en el orden social en décadas, las similitudes con los movimientos de protesta de los 60 me parecen escasas.
Cualquiera que sea la conexión entre el neoliberalismo y el descontento social es claro que el socialismo aún trata de ganar popularidad entre ciudadanos de la mayor parte de las regiones del mundo. ¿A qué se debe esto? Es el legado del “socialismo real existente” el que frena el progreso hacia el socialismo del futuro?
Como con el fascismo, la primera pregunta es qué queremos decir con “socialismo”. A grandes rasgos, el término se utiliza para referirnos a la propiedad social de los medios de producción, con el control del trabajador sobre los emprendimientos. El “socialismo actual y existente” tiene virtualmente nada que se parezca a esos ideales. El uso occidental que se da al término “socialismo” se ha convertido en algo así como asistencia social dentro de un Estado capitalista, que cubre una gama de opciones.
Iniciativas así han sido suprimidas por la violencia. El “terror rojo” que ya mencionamos es un ejemplo con efectos perdurables. No mucho después, la Gran Depresión y la Guerra Mundial evocaron olas de democracia radical en gran parte del mundo. La principal tarea de los triunfadores fue eliminarlas, empezando con la invasión estadunidense-británica de Italia, donde se desarticularon las iniciativas socialistas encabezadas por partisanos, trabajadores y jornaleros, y se restauró el orden tradicional en el que se incluyó a colaboradores fascistas.
Este patrón se siguió en otras partes de distintas maneras que algunas veces incluyeron violencia extrema. Rusia impuso su mandato de hierro en sus propios dominios. En el Tercer Mundo la represión de tendencias similares fue mucho más brutal, sin excluir a las iniciativas surgidas de la iglesia, aplastadas por la violencia estadunidense en América Latina donde el ejército estadunidense se adjudicó el crédito por haber ayudado a derrotar a la teología de la liberación.
¿Se vuelven inpopulares las ideas básicas cuando se les extraen de las imágenes de la propaganda hostil? Hay buena razón para sospechar que se encuentran apenas por debajo de la superficie y pueden surgir en cualquier momento en que se dé la oportunidad y ésta sea aprovechada.
Truthout
Traducción: Gabriela Fonseca.