Por Raúl F. Pérez / Raíchali
La colección de historias recopiladas por el poeta y promotor de las lenguas indígenas de Chihuahua, Enrique Servín, fue traducida al rarámuri por Irma Chávez, Sewá Morales y José Morales, quienes presentaron la nueva edición y reflexionaron sobre el uso de su lengua materna en el espacio público.
“Cada vez que me invitan a hacer un tipo de traducción de diferente temática siento que hay una gran responsabilidad hacia el pueblo rarámuri”, dijo José Isidro Morales Moreno, escritor y hablante de la lengua rarámuri de Rochéachi, municipio de Guachochi, en la sierra de Chihuahua. “Sin embargo, estas historias han sido recopiladas desde el pensamiento rarámuri y la manera de presentarlas en el libro refleja mucho de la cosmovisión que como gente rarámuri a veces olvidamos o no conocemos”.
José Isidro, maestro lingüística indoamericana por el Centro de Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), fue una de las tres personas que en conjunto tradujeron Anirúame: historias de los tarahumaras de los tiempos antiguos, una colección de relatos que Enrique Servín recopiló en sus años de trabajo por los pueblos y rancherías de la Sierra Tarahumara.
Esta nueva edición fue presentada en la ciudad de Chihuahua el 8 de septiembre de 2022 por sus traductores José Isidro, su hermana Flor “Sewá” Morales Moreno e Irma Chávez, quienes se encargaron de regresar estas historias al idioma rarámuri.
“A mí me ayudó, en un plano muy personal, para saber de dónde vengo, de cuáles palabras decían los de antes, los anayáwari (ancestros)”, dijo Sewá, escritora y licenciada en antropología lingüística por la Escuela de Antropología e Historia del Norte de México (EAHNM). “Me pongo a pensar cómo antes eran más conocidas estas historias entre casi toda la población. Me emociona saber el de dónde se dice que venimos nosotros, que no somos de este mundo, venimos del cielo”.
Sewá conocía algunas de las historias que Servín incluyó en el libro, con sus respectivas variaciones propias de la tradición oral, pero muchas otras no. Al leerlas y traducirlas, contó, comenzó a leérselas a su hijo en rarámuri.
“Es un ejercicio interesante porque ponen atención los niños, les llama la atención, preguntan cosas, entonces qué bonito sería que todos los niños tuvieran alguien que les cuente esto”, dijo.
Entre las historias incluidas en el libro está la de cómo el cuervo (koláchi) bajó a la tierra y con sus pisadas creó los arroyos, los ríos y las montañas. También están la del venado (chomali) que le enseñó a hablar a la gente rarámuri —quienes antes se comunicaba con señas—; la del peyote que se va a vivir al desierto después de la guerra entre los árboles; o la del zopilote que, al ver a un anciano rarámuri triste, le dio un violín para enseñarle a tocar música.
Esta última historia, cuenta Irma Chávez, quien es Ingeniera en Ecología por la Universidad Autónoma de Chihuahua (UACH), le trae recuerdos de la infancia.
“Al wilú (zopilote) veces lo vemos como el malo que nos saca todo el maíz de nuestra tierra”, contó Irma en la presentación del libro, “pero ellos también hacen grandes trabajos para el mundo, que todos tenemos un sentido en el mundo. Yo miraba de chiquita en la sierra que por qué danzan… y me pongo a pensar entonces es por eso que bailaba el zopilote”.
En otra historia, el cuervo escucha la música del zopilote y le pide que le enseñe a tocar el violín. Luego ambos comienzan una competencia que cada uno sigue desde su rincón en el mundo. En otra historia (que puede ser antes, después o al mismo tiempo que la anterior), el zopilote se enamora del cuervo.
Dice Irma que así va entendiendo por qué su padre, Martín Makáwi (paloma), le dice koláchi.
“A lo mejor estas historias están en la memoria de nuestros ancestros, de nuestros abuelos”, dice Irma. “Ahora tenemos la responsabilidad de contarles a nuestros hijos, a nuestros nietos, a nuestros sobrinos para que sigan vivas estas historias, que Enrique Servín recorrió tantas comunidades en la sierra, que son historias de varios lugares, que nos contó cada persona y que le contaron también sus ancestros”.
En su libro, que mereció el premio internacional de cuento, mito y leyenda Andrés Henestrosa en 2014, Servín cuenta que tal recopilación es apenas una muestra de las cientos de historias que le contaron personas rarámuri de Ipo’, Ojachíchi, Wa’éachi, Nalálachi, Guachochi, Mogótabo, Cho’léachi, Coloradas de la Virgen, Aboréachi, Noláachi, Tuchéachi, Sogíchi, Ganóchi, Cieneguita de Sinforosa, Yewachíki, Mesa de la Yerbabuena, Muracháalachi, Finca de Pesqueira, Wetosáchi, Teweríchi, Rowérachi, Munérachi, Reté Siyóna, Poróchi, San Ignacio de Arareko y Basagóta.
Por tratarse de historia oral algunos de estos relatos tienen sus variantes, aunque tienen algo en común. Por ejemplo, al arcoiris (konomí o konimí) hay que tenerle respeto, sea cual sea el motivo plasmado en el relato.
“Así como el konimí hay seres no humanos que merecen mucho respeto”, reflexionó José Isidro. “Ahorita recuerdo a ba’wísini, que es la serpiente que cuida los manantiales. Para mostrarle respeto hay que ofrecerle comida, pinole, cuando vas al manantial, y esto habla precisamente del respeto que se le debe de tener a la naturaleza, a eso que nos da de comer, que nos hace vivir bien en un espacio, en un territorio, en un lugar donde vivimos y convivimos”.
Los tres traductores reconocieron el valor de la compilación de historias y el trabajo realizado por Servín, pero también lamentaron la difícil situación que vive la lengua rarámuri y sus variantes en ambientes donde se presiona el uso del español, tanto en espacios rurales como urbanos.
“A veces he escuchado en los espacios públicos, en las secretarías, que siempre dicen ‘Ay, es que este lenguaje de la barrera no nos permite desarrollar a las comunidades indígenas’. Con poquita experiencia que he tenido de trabajar con otras personas de otros países siempre hay una manera de comunicarnos, respetándonos y no minimizando por simplemente hablar una lengua indígena”, dijo Irma.
Aunque realicen un esfuerzo en el hogar para transmitir la lengua y la cultura, dice Irma, en la educación indígena impartida por el gobierno y las secretarías de educación no se enseñan las historias, las tradiciones, ni la música rarámuri. Cuando ella llegó a la ciudad no sabía leer ni escribir. Fue Servín quien la empujó a escribir en su idioma, involucrándola en los muchos proyectos que llevaba a cabo con las comunidades indígenas urbanas de la ciudad de Chihuahua.
“No es algo que sucede porque la gente quiera”, explica Sewá. “El idioma rarámuri es un sistema comunicativo pero no lo podemos despegar de los hablantes y los hablantes tenemos muchas dificultades para normalizar el uso de nuestro idioma… que lo usemos en cualquier espacio en el que estemos, en la educación, en el cine, en el entretenimiento, en oficinas y demás. Creo yo que hay muchas más presiones ahora por la cual dejar de hablar el idioma. Por eso a veces a lo mejor no se enseña”.
Para José Isidro es importante sensibilizar tanto a personas que no hablan una lengua indígena como a quienes sí hablan una lengua indígena, de que se deben “respetar estas otras formas de expresarse, de ver el mundo, de nombrar el mundo” y que “los idiomas indígenas son tan valiosos como el español norteño que hablamos”.
“Recordaba hace poco que una persona rarámuri una vez me dijo —¿A poco esas palabras pueden aparecer en el libro? —Pues sí, ¿cómo la ves?” contó José Isidro.
En el evento los músicos Anarely Espino, con la guitarra, y Esteban Carrillo, con el violín, tocaron música de pascola antes y después de la presentación, legado de las enseñanzas de antaño del zopilote.
La traducción de Anirúame, titulada Ralámuli irétali ki’yá anirúame, fue editada por Ediciones del Azar y será distribuida a la red de bibliotecas del estado de Chihuahua a través de la Secretaría de Cultura. De acuerdo con su editor, Rubén Mejía, se está trabajando ya en una versión infantil con ilustraciones.