Whisky

Por Jesús Chávez Marín

Me gusta venir a este bar porque desde la ventana se mira hacia abajo la plaza del centro.

En la noche los árboles son manchas negras y la estatua prepotente del fundador oficial Deza y Ulloa queda reducida a monito de vaqueros. Por el reflejo del vidrio se asoman luces a un lado y al fondo resulta que en el vislumbre el fragmento de un edificio se volvió transparente y pasa el viento a través del vacío.

Al segundo whisky ya estoy acordándome de ti, a pesar de que vengo acompañado de una guapa mujer que me gusta y me ama, dice.

Me acuerdo de los primeros meses luego de nuestra separación, el impulso de llamarte, la necesidad de tu voz, alguna palabra tuya hubiera bastado para sanarme, como dice la clásica oración.

Pero nunca te llamé.

Ni en aquellas noches de parranda con canciones necias de dolor y desolación.

Ni los domingos eternos y vacíos.

Ni en tu cumpleaños, cuya fecha recordaba todo el año.

Ni en la fiebre con el tren del insomnio, ni en las madrugadas delirantes cuando ya mejor me hubiera muerto si vivir lejos de tu cuerpo era el único fin que me esperaba.

Ahora ya pasaron años. Por imposible que parezca, sigo vivo y tranquilo.

Por eso no me explico por qué escribo estas líneas tan dramáticas, y sobre todo tan ciertas.

About Author

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *