Por Hermann Bellinghausen
Galope a pelo
Subí la ladera negra, a pelo el galope de mi nerviosa montura, excelente de ser un animal del tiempo
Profunda de ser, la montaña opuso su lodazal y su pendiente
Cada paso se hundían más las pezuñas del caballo y más tardaba en liberarlas el fango, hasta que perdió una herradura y luego perdió el trote y quedó varado en el pantano
Sus belfos demasiado cerca del suelo amenazaban con ahogarlo
Saqué mis pies de sus costados y del lodo, trepé el lomo de la bestia y antes de perder el equilibrio salté a una roca en la orilla
De allí recuperé el lazo que hacía de rienda, le alcé la testa y así el hocico y le di ánimos con una patada en las costillas
Rugió de rabia el cerro, descontento de no ahogar a mi caballo, y el aroma de muerte que rondaba se hizo a un lado
De otro color por el barro, se alzó heroico y volví a su lomo como quien vuelve a casa
Cuando alcanzamos la cima vi que me había quedado descalzo
Abracé al caballo, que se sacudió despacio
Campo traviesa
Una esperanza colmada de bromelias
zumba de mosquitos de culebras
de millones de larvas inquietas
arando con sus lenguas
el suelo ahogado de la selva
Hirsutas, armadas hasta la vértebra,
las palmerillas claman venganza
a nombre de dioses que no existen
ni siquiera entre las piedras
que dejó una civilización sin esqueleto
Cuidado con el canto del cuco
Cuidado con el cuco que es ratero
Cuidado con el canto
Cuidado con los signos labrados
en el caobo desnudo
Lo venenoso son los sapos
y la flor que explota y vive
al menos media hora
en una prominencia del arroyo
que escurre vidrio
Si has de estar donde se antoje
mira la ceiba con cuánta vida a cuestas
aves y reptiles con fungosidades mustias
líquenes y orquídeas
y una constancia azul de mariposas
Qué sombra tan verde
qué hojas tan más redondas
páginas gigantes
del libro de los asombros
donde hasta el sol usa paraguas