Por Jesús Chávez Marín
Esteban despertó a las dos de la mañana, el foco de 5000 wats del insomnio iluminó el aire antes de que prendiera la luz del cuarto; no sabía si levantarse o quedarse tirado en la cama como un bulto en llamas. Prefirió levantarse y del archivero de su estudio sacó una carpeta que decía “varios”. Allí aparecieron las tres novelas que no había escrito, vida en jirones, relatos inconclusos como tantas cosas de su inútil vida. También la redacción cuidadosa de varios proyectos con los que había concursado y perdido y guardado por si más adelante. Nunca se decidía a tirar nada a la basura y se llenaba de papeles almacenados mientras su propia vida era la que se iba a la basura, a la vejez, hacia el absurdo. Todo resplandecía cuando llegaba la euforia de la manía, pero para estas alturas ya sabe que eso no era el placer sencillo de la vida feliz, sino el quebradizo filo del infierno. Por suerte ya no le hacía daño, por lo menos en forma cercana, a nadie más que a sí mismo. Y a pesar de todo, la vida que este día inicia antes de la tormentosa madrugada estaría muy bien, si no tuviera a las nueve de la mañana que iniciar la labor cotidiana del trabajo en la oficina, todo para seguir subsistiendo y pagando la modesta vida de su soledad.