Por Lilia Cisneros Luján
— En diversas fechas, el mundo dedica cuando menos un día al año, para celebrar que a la infancia se le han reconocido derechos como seres humanos, incluidos en ellos la educación, la vivienda y la salud. México es uno de los países que en su momento por unanimidad adoptaron todos los enunciados de la Convención de los Derechos del Niño, documento y manifestaciones cuyos autores tuvieron en mente el hecho histórico de la explotación laboral de los pequeños, su inclusión en ejércitos –locales o internacionales– su participación en perversiones de todo tipo, inclusive la sexual, sin ignorar todas las intervenciones ajenas a la natural familia que procreó al menor, con pretendidas justificaciones sociales y políticas como se hizo en las campañas nazis, las sociedades soviéticas y en diversas congregaciones modernas y antiguas que pretenden justificar la limitación al desarrollo sano de los menores de edad con pseudo argumentos, religiosos o políticos. ¿Qué es lo que está moviendo a ciertas personas mayores en algunos de los estados de la república mexicana que pretenden usufructuar las necesidades infantiles de un grupo de huérfanos?
A querer o no, con razón o sin ella, los adultos del mundo nos vimos obligados –por la pandemia– a medir de distinta forma nuestro tiempo; y los que han tenido el privilegio de recordar su propia infancia o estar en contacto con la de hoy, en la mayoría de los casos hemos reconsiderado nuestra actividad con esta parte de la historia por la que todos pasamos. ¿Tuviste traumas que condicionaron tus resentimientos contra personas de distinto género al tuyo? Muchos hoy abuelos se han visto constreñidos a analizar la diferencia de prioridades que a lo largo de la existencia dimos a la atención de los hijos en familia ¿Le dimos más tiempo a la diversión que a la convivencia para el desarrollo con quienes esperaban de nosotros una guía amorosa y educada? ¿Te importaba más el trabajo que asistir a una reunión de padres en la escuela?
Si acaso tus vicios te pusieron en el límite de lo criminal en contra de algún niño en derredor tuyo ¿Estarías dispuesto a celebrar este mes del niño reconociendo tu delito y solicitando el perdón de aquel que hoy como adulto manifiesta un reclamo por lo que le hiciste? Por supuesto en un contexto de celebración hasta por la mala fama de quienes han sido víctimas o victimarios, a los niños de hoy también se les agrede con la difusión del escándalo y la repetición de las consecuencias mortales o limitantes de la libertad que los agreden ¿De verdad los delitos de lesiones, secuestro, y homicidio disminuyen por la pertinaz reiteración de lo malo que ocurre de manera cotidiana? ¿Cómo puedes disminuir el miedo que nuestros hijos veinteañeros y aun los nietos cuando manifiestan “no quiero vivir en México porque me da miedo”?
Tanto los niños del presente como los que tenemos ya décadas que pasamos por esa etapa de desarrollo necesaria para la madurez, hemos tenido la oportunidad de reflexionar en este y muchos otros temas que parecen ausentes de la modernidad de siglo XXI.
Hoy se invita a los pre-adolescentes a ser parte de congresos legislativos experimentales en los que para desgracia de ellos mismos lo que parece prevalecer es la confrontación en contra de quienes –según algunos padres o maestros– merecen ser descalificados ¿Abona este ejercicio “educativo” a que la democracia mexicana sea mejor en el futuro?
Recuerdo a un niño de 8 años que le dijo a su tía “Oye yo sé todo lo que has hecho de beneficio para los niños que atiende tu organización de beneficencia, lo que no comprendo es porque eres priísta”. Esta postura llegó al extremo promovido por la madre de este hoy adulto mexicano, a incrementar la envidia y hasta el odio por una familiar, que hoy adulta mayor ha sufrido el aislamiento promovido por grupos en el poder que satanizan al PRI, el PAN o el PRD, sin que a ciencia cierta los jóvenes que lo hacen sepan de manera objetiva, como es que tales grupos en el siglo pasado promovieron la instalación de escuelas y hospitales, las becas, créditos a palabra en el campo, seguros contra desastres a la población rural, centros de desarrollo infantil a lo largo de la geografía, sitios de resguardo para madres cuyos cercanos hostigaban y golpeaban.
Y sí, es verdad, estábamos muy lejos de la perfección, había abusivos, uno que otro ignorante se colaba; pero el país caminaba, existía la posibilidad de trascender de un estrato social de pobreza a otro de clase media, podías estudiar y trabajar y con las limitaciones propias de la imperfección de mundo. Muchos hasta pudimos remontar –con el apoyo de maestras, psicólogos de instituciones fundadas en el ámbito de la salud y gente de bien– las limitaciones originales. ¿Por qué entonces preferimos para los niños de hoy hacerles creer que el poder “legítimo” deviene de la descalificación y el ataque al otro, aunque no ignoremos a ciencia cierta quien es y que ha realmente hecho? ¿Se aminora este daño por acudir a eventos masivos con celebraciones repletas de obsequios materiales? Y lo que es más grave ¿se compensa el daño universal a la infancia, con el actuar, perverso de autoridades e irresponsable de familiares de niños migrantes?
No son muchos; pero existen grupos que aún conservan los valores que edifican a la familia y como consecuencia valorizan a los niños. A muchos se les califica de anticuados, retrógradas, y hasta “atorados en el medioevo” pero con todo y ello, la mayoría de tales sujetos, se mueven en el ámbito de la fe –sin que sea importante si la fe, sea judía, musulmana, católica, cristina reformada, ortodoxa…– y le piden al creador valor para evitar que por las críticas o el temor, aumente o surja la tendencia a esconderse o la disminución de fuerzas para testificar las cosas positivas, que pueden surgir incluso en un confinamiento como el obligado por la pandemia. Estas personas, dan gracias porque ante la dificultad siguen unidas y piden a Dios, para que a nadie le falte alimento ni techo, y con ese fin son capaces de salir para otorgar al vecino una palabra de amor, o un juego respetuoso que permita erradicar en nuestros hijos y los hijos del prójimo, el temor que les ha invadido.