Por Herman Bellinghausen
— Fiel a la ficción de sí mismo, se inventa y reinventa en personajes y situaciones que en realidad no ocurrieron, fueron montaje, un “acto”, una representación. Pero en él se vuelven reales. El efecto se repite en sus seguidores e imitadores. Sin esas invenciones arriesgadas o meras ocurrencias no tendría asidero la vida, ahora que los días son raros, sospechosamente claros, el agua se retira de los suelos mientras el deshielo descomunal se acumula bajo los glaciares y icebergs en proceso de extinción
En este mundo lleno de mentiras uno siempre puede mentir otro poco, y a lo mejor le atina. Como acto inaugural se cambió de nombre y apellido. Volvería a hacerlo en adelante. Hoy acumula tantos alias, epítetos, mitos y apodos que necesita un directorio para llevar el registro.
En esta edad de la fragmentación del yo, Luis Formosa multiplica sus identidades, que pueden durar 15 minutos o lo que una sesión fotográfica, pero reverberan a lo largo del tiempo, ondas expansivas de cada pedrada que arroja al estanque y alargan la vida de los personajes que se avienta. Más que un yo fragmentado, reúne un cierto número de personas distintas.
Con aparente frialdad acepta que su hacerle al cuento le permite soportar el vacío interno. Marcello Mastroianni proponía como virtud del histrión estar vacío, para llenarse cada vez de un personaje nuevo. Luis Formosa no sólo de payasadas alimenta su espectro. Tiene un número clown, por supuesto. También ha sido pálido y escuálido vampiro sediento, o fortachón en contraste, en sus periodos de gimnasio, o delicado cuando se amujera pintándose ojos, uñas y labios. Más dandy que fachoso, sin ser guapo se comporta como si lo fuera, y le funciona. You’re only pretty as you feel, decía Grace Slick.
El vacío de origen no significa que no sienta; sólo quien siente puede transmitir a otros el sentimiento, hacerlo verosímil, contagioso, de gente en gente en una secta sin nombre apenas consciente de ser colectiva mientras en cada quién la ficción se ejecuta intensamente.
Practica la sana esquizofrenia, o una forma de conjurar la mala. Sólo siendo él muchos soporta no ser nadie, consciente de que sus personas sirven para una cosa, u otra. Mínimo, serán un tema de conversación. Si llega a alguna red y se disemina tal o cual representación suya, habrá quienes se burlen, pero también seguidores que interpreten el mensaje que manda cada yo de Luis Formosa.
El secreto de su efecto es lo impredecible. Sorprender, decepcionar o cambiar de audiencia. Así como variado, su personaje es ubicuo. Aparece en muchas partes. Sus presentaciones anunciadas, o las que sean durante una incursión clandestina, ocurren en barrios imprevistos de la ciudad, en plazas públicas, jardines, transportes subterráneos (lo subterráneo le va), callejones, avenidas y pasillos de grandes edificios, en mercados, centros comerciales, manifestaciones, procesiones y teatros. Sabe darse a notar, sus caracterizaciones llaman la atención aún si no se entienden como parodia, gran guiñol, sicodrama o juegos de masacre. Príncipe y mendigo, envejece o rejuvenece a voluntad, engorda, adelgaza y capta los giros dialectales de cada lugar al que va. Sabe de clases.
Se le ha visto en galas, inauguraciones y premiaciones; a veces lo expulsa el personal de seguridad. Se aparece en el Rastro y la Central de Abastos, en los sótanos ocultos del Metro en La Alameda, los puteros de La Merced, las laderas inmisericordes de los Olivares. Se ha retratado entre magueyes y nopales en un confín rural posapocalíptico Iztapalapa adentro. Cafeterías, discotecas y bares sirven de escenario, es lo común. Tanto como sus detractores y los que lo veneran, Luis Formosa se sabe un farsante. Cuando el arte le falla, viene a rescatarlo el escándalo. Un día ofende a unos creyentes, otro provoca a las autoridades, rompe algún reglamento, se pasa de inmoral, se ve obligado a pagar multas administrativas y más de una noche en alguna comisaría. Aprendió que como el veneno cuando no mata, el escándalo fortalece. A la gente le gusta lo que la divierte.
Luis Formosa se da permiso a sí mismo de portarse pésimo cuando se presenta la oportunidad, pero nunca es ese su objetivo. Sus guiones preferidos son lo que lo hacen buena persona y se da a querer. Todos queremos que nos quieran, en eso no es diferente, sólo que él lo consigue en la ficción de su multiplicidad. Mago de las mentiras, con mayor frecuencia que otros se aproxima a la verdad.