Por Peter Baker/ The New York Times
WASHINGTON— Así que así es como termina. La presidencia de Donald J. Trump, desde el inicio enraizada en el enojo, la polarización y la promoción de las conspiraciones, llega a su fin con una turba violenta que irrumpió en el Capitolio instigada por un líder derrotado que intenta aferrarse al poder como si Estados Unidos fuera otro país autoritario.
Las escenas en Washington habrían sido inimaginables en otra era: una turba desbandada en la ciudadela de la democracia de Estados Unidos. Agentes de policía, con pistolas, en un enfrentamiento armado para defender la Cámara de Representantes. Gas lacrimógeno en la rotonda. Congresistas escondidos. Extremistas de pie en el lugar que ocupa el vicepresidente en el estrado del Senado y sentados en el escritorio de la presidenta de la Cámara de Representantes.
Las palabras que describían los hechos eran igualmente alarmantes: golpe. Insurrección. Sedición. De pronto, Estados Unidos era comparado con una “república bananera” y recibía mensajes de preocupación de otras capitales del mundo. Resultó que la “matanza estadounidense” no era lo que el presidente Trump detendría, como prometió al asumir el cargo, pero lo que terminó por entregar años después, en el mismo edificio donde prestó juramento.
El espasmo en Washington coronó 1448 días de tormentas en Twitter, provocaciones, instigaciones racistas, quebrantamiento de normas, gobernanza de presentador vulgar y manipulación de la verdad del Despacho Oval que dejó al país más polarizado que en generaciones. Quienes habían advertido sobre los peores escenarios solo para ser tachados de alarmistas vieron cómo sus miedos más profundos se realizaron. Para el final del día, incluso algunos republicanos sugerían destituir a Trump según lo previsto por la vigesimoquinta enmienda en lugar de esperar dos semanas hasta la toma de mando del presidente electo, Joseph R. Biden Jr.
La extraordinaria invasión del Capitolio fue un último manotazo de ahogado desesperado de un bando frente al desalojo político. Incluso antes de que la turba puso pie en el edificio la tarde del miércoles, la presidencia de Trump se desvanecía. Los demócratas tomaban el control del Senado con un par de victorias de segunda vuelta en Georgia que los republicanos atribuyeron al comportamiento errático del presidente.
Dos de sus aliados más leales, el vicepresidente Mike Pence y el senador por Kentucky Mitch McConnell, líder republicano, rompieron con Trump de un modo que nunca habían hecho al rehusarse a respaldar su intento de anular una elección democrática después de apoyarlo o quedarse en silencio durante cuatro años de conflicto tóxico, escándalo y capricho. E incluso más republicanos perdieron la paciencia luego de la toma del Capitolio.
“Lo que hemos visto hoy es ilegal e inaceptable”, dijo la representante por el estado de Washington Cathy McMorris Rodgers, integrante de liderazgo republicano de la Cámara de Representantes que revirtió los planes de unirse al esfuerzo de Trump para bloquear los resultados de las elecciones. “He decidido que votaré para ratificar los resultados del Colegio Electoral y animo a Donald Trump a condenar y a poner fin a esta locura”.
La representante por Wyoming Liz Cheney, otra líder republicana, dijo que Trump era responsable por la violencia. “No hay duda de que el presidente formó la turba, que el presidente incitó a la turba y que el presidente se dirigió a la turba”, le dijo a Fox News en un comentario que luego publicó en línea. “Encendió las llamas. Esto no es Estados Unidos”.
El senador por Missouri Roy Blunt, un republicano veterano, dijo que no tenía interés en lo que Trump tenía que decir. “No quiero saber nada”, le dijo a los periodistas. “Fue un día trágico y creo que fue parte de él”.
La cascada de crítica vino incluso del círculo de Trump, cuando sus asesores expresaron preocupación por cuán lejos estaba dispuesto a llegar para deshacer una elección que había perdido. Al menos tres colaboradores, Stephanie Grisham, Sarah Matthews y Rickie Niceta, renunciaron y se esperaba que otros más lo hicieran. Luego de que en un inicio solo hizo débiles llamamientos a que la turba en el Capitolio fuera pacífica, varios integrantes del equipo de Trump le rogaron públicamente que hiciera más.
“Condene esto ahora, @realDonaldTrump”, escribió en Twitter Alyssa Farah, quien acaba de renunciar como su directora de comunicaciones. “Eres el único al que escucharán. ¡Por nuestro país!”.
Mick Mulvaney, quien se desempeñó como jefe de gabinete de Trump en la Casa Blanca, y luego se convirtió en un enviado especial, hizo un llamado similar. “Lo mejor que @realDonaldTrump podría hacer ahora mismo es dirigirse a la nación desde el Despacho Oval y condenar los disturbios”, escribió . “Una transición pacífica del poder es esencial para el país y debe suceder el 20/1”.
Momentos después de que Joseph Biden, el presidente electo, apareció en televisión en vivo para deplorar la “insurrección” en el Capitolio y pedirle a Trump que se presentara ante las cámaras, el presidente lanzó en línea un video grabado que ofrecía mensajes contradictorios. Reiteró sus quejas contra las personas que eran “tan malas y tan malvadas”, incluso cuando les dijo a sus seguidores que era hora de retirarse, sin condenar sus acciones.
“Sé que están heridos”, les dijo. “Nos robaron una elección. Fue una elección arrolladora y todos lo saben, especialmente los del otro lado. Pero hay que irse a casa ahora”. Y añadió: “Los amamos. Son muy especiales”. En lugar de calmar las aguas, el video pareció agitarlos más, tanto que Facebook y Twitter suspendieron temporalmente las cuentas de Trump.
Tom Bossert, exasesor de seguridad nacional del presidente, denunció a su exjefe: “Esto es más que equivocado e ilegal”, dijo en Twitter. “No es estadounidense. Durante meses el presidente socavó sin fundamento la democracia estadounidense. Como resultado, es culpable de este asedio y una absoluta desgracia”.
A pesar de que durante años Washington ha sido testigo de muchas protestas, incluidas algunas que se volvieron violentas, el levantamiento del miércoles fue distinto a cualquier cosa que la capital haya visto en tiempos modernos al interrumpir, literalmente, la aceptación de la victoria electoral de Biden.
El ataque al Capitolio fue el primero realizado por un grupo de invasores hostiles desde que los británicos tomaron el edificio en 1814, según la Sociedad Histórica del Capitolio de Estados Unidos. Cuatro nacionalistas puertorriqueños ingresaron al edificio de manera pacífica en 1954 y se sentaron en la galería de visitantes de la Cámara y entonces sacaron armas y abrieron fuego indiscriminado hiriendo a cinco legisladores. En 1998, un hombre armado ingresó al recinto y mató a dos integrantes de la Policía del Capitolio.
Pero ninguna de esas ocasiones fue azuzada por un presidente estadounidense del modo en que Trump lo hizo el miércoles en su “Marcha para salvar Estados Unidos”, en el parque Elipse al sur de la Casa Blanca justo cuando el Congreso sesionaba para validar la elección de Biden.
“Nunca nos rendiremos”, declaró Trump. “Nunca cederemos. Eso no pasará. No se concede cuando se trata de un robo. Nuestro país ya ha tenido suficiente. No lo soportaremos más, y de eso se trata todo esto”.
Mientras la multitud en el Elipse coreaba: “¡Lucha por Trump! ¡Lucha por Trump!”, el presidente arremetió contra los miembros de su propio partido por no hacer más para ayudarlo a aferrarse al poder por encima de la voluntad del pueblo. “Hay tantos republicanos débiles”, se quejó, y luego juró vengarse de quienes considera que no han sido suficientemente leales. “Serán los primeros”, dijo.
Se refirió a Brian Kemp, gobernador republicano de Georgia, que lo enfureció al no intervenir en las elecciones, llamándolo “uno de los gobernadores más tontos de Estados Unidos”. Y también atacó a William Barr, el fiscal general que no quiso validar sus quejas electorales. “De repente, Bill Barr cambió”, se quejó.
Otros oradores, incluidos sus hijos Donald Trump Jr. y Eric Trump, criticaron a los legisladores republicanos por no defender al mandatario. “Hagamos un juicio por combate”, exhortó Rudolph W. Giuliani, el exalcalde de Nueva York que ha fungido como abogado personal del presidente.
“Esta reunión debería enviarles un mensaje a las personas que no hicieron nada para detener el robo”, dijo Donald Trump Jr. “Este ya no es su Partido Republicano. Este es el Partido Republicano de Donald Trump”.
Pero la duda es por cuánto tiempo más. Trump enfrentaba el final de su reinado de manera muy similar a como lo inició: sin el apoyo de la mayoría de los estadounidenses. Ganó el voto del Colegio Electoral en 2016 con casi tres millones de votos menos que su oponente en el voto popular y perdió por siete millones en noviembre. Ni un solo día de su presidencia obtuvo la aprobación de la mayoría de los estadounidenses en los principales sondeos, a diferencia de todos sus antecesores en la historia de las encuestas.
De no haber sido por el ataque al Capitolio, el rompimiento con Pence y McConnell habría sido en sí mismo un terremoto político. Pence rechazó la petición del mandatario de que use su papel como director del recuento del Colegio Electoral para rechazar a los electores de Biden. Y McConnell pronunció un enérgico discurso en el que repudió el esfuerzo de Trump por revertir las elecciones.
“Si estas elecciones fueran anuladas simplemente por las acusaciones del bando perdedor, nuestra democracia entraría en una espiral de muerte”, dijo McConnell en un discurso antes de que los alborotadores invadieran el Capitolio.
Pence divulgó una carta en la que decía que no tenía el poder para hacer lo que el presidente quería. “Conferir al vicepresidente una autoridad unilateral para decidir las contiendas presidenciales sería completamente antitético” al diseño constitucional, escribió.
Y agregó: “Creo que mi juramento de apoyar y defender la Constitución me limita al momento de reclamar una autoridad unilateral para determinar qué votos electorales deben contarse y cuáles no”.
Como Pence no quería ni podía detener el conteo, los partidarios del presidente decidieron hacerlo ellos mismos. Y, durante varias horas, lo lograron. Pero cuando al fin fueron desalojados del Capitolio, los legisladores retomaron el proceso de poner fin a la presidencia de Trump.
Incluso el senador por Carolina del Sur, Lindsey Graham, uno de sus aliados más poderosos, declaró prácticamente acabada la era de Trump cuando se opuso al intento del mandatario de anular los resultados electorales. “Es suficiente”, dijo en el pleno. “Se acabó”.