Por Jesús Chávez Marín
En ciudad Chihuahua circulan tres periódicos: Diario, El Heraldo y Vanguardia. Los tres se sienten influyentes y líderes de la opinión pública. ¿Lo son realmente?
El más poderoso de ellos es El Heraldo: por su circulación mayor y, sobre todo, su excelente administración empresarial. Es evidente que gana mucho dinero si contamos sus páginas y vemos que el 70% del espacio es publicidad, anuncios de supertiendas y del gobierno. Las cuotas de su agencia de venta son altas, cobran caro cada columna, cuadratín o pulgada.
Además existe la llamada tarifa de publicidad política, cuyos precios son al doble en relación a la publicidad comercial. Y existe, aunque usted no lo crea, una lista de precios de publicidad social, levemente más barata pero de todas formas cuesta un ojo de la cara el capricho de sacar su foto de quinceañera, de graduación o divorcio en las coquetas páginas de sociales.
Y eso que su circulación no es cosa del otro mundo. Se ha detectado que El Heraldo de Chihuahua circula en 25,000 ejemplares de edición completa. Aunque la cifra oficial no la sabemos, debería anotarse en el directorio del periódico su circulación real, pero eso nunca sale por escrito.
Diario de Chihuahua parece más objetivo, más preocupado por la calidad de su cobertura. Su abanico temático incluye a la tímida y neurótica izquierda; al fanatismo de los neojóvenes neomilitantes del PAN y a los boletines oficiales de toda oficina que pague una feria. Coquetean con medio mundo: business are business. Sus articulistas se sienten escritores y galanes, aparecen con su foto de credencial de fotoflash. Diario tira más o menos 13,000 ejemplares.
Vanguardia casi no influye, por más que quisiera. Su edición aproximada es de 5,000, su línea es visceral, familiar y navegante de todas las mareas políticas del instante. Corre el vago rumor de que los números rojos de su quiebra permanente hace a sus dueños desesperarse todas las madrugadas.
Esos tres tigres de papel provinciano y de escasos recursos ¿son influyentes? Quizá, quizá, quizá. Sacar muchachas lindas en sociales y desprestigiar pobretones y viciosos en la nota policíaca son las ofertas permanentes. Y los precios de publicidad quieren seguir inflados para siempre, en beneficio de ganancias industriales.
Lo cierto es que el ciudadano compra un folleto de publicidad mal diseñado a mil quinientos pesos. El maquillaje de la objetividad periodística, la opinión de unos articulistas sin honorarios y las fotos de torvos sujetos tras las rejas se presentan con mala ortografía y pésima impresión. El notorio afán de todos ellos consiste en reducir los costos y publicar refritos.
Julio 1992