Por Javier Sicilia
— La 4T o, mejor, AMLO –la 4T es una especie de rebaño bovino–, tiene en la base de su pensamiento transformador una intuición fundamental que aparece resumida en unos párrafos de la Guía Ética: la necesidad de no acomodarnos “a los vaivenes de la economía, sino promover una […] que satisfaga las necesidades de la gente”. Dicha economía, basada en “la fraternidad”, “los intereses colectivos” y “las culturas tradicionales del pueblo mexicano”, calificadas equívocamente de “atrasadas”, debe ser contraria a “la competitividad, la rentabilidad, la productividad y el éxito personal”, traídos por “el régimen neoliberal y oligárquico que imperó en los años ochenta del siglo pasado”. La intuición (una comprensión de conjunto de las cosas sin necesidad de razonamiento) es lúcida. Pero como toda intuición, que necesita ser clarificada por la razón, ésta no ha encontrado la que le pertenece.
El problema radica en que lo que AMLO ve como una sinrazón del neoliberalismo no es ni neoliberal ni conservadora. Es propia del liberalismo del que AMLO se dice garante y hace innecesario agregarle el prefijo “neo”. La economía, en el sentido liberal de la palabra, es, decía Jean Robert, “un paquete de ideas elaborado por los pioneros de la tradición liberal durante el siglo XVIII”, cuyo postulado es “la escasez”. El argumento, sostenido por Adam Smith, Ricardo y el propio Marx, reza así: cuando en el pasado la capacidad de producción era mínima, reinaba la escasez absoluta. La vida era entonces una guerra de todos contra todos por la posesión de los “recursos” disponibles. El remedio, según este argumento, es, lo que ha constituido la economía liberal desde entonces, el trabajo disciplinado en la producción de bienes industriales y de servicio.
Si AMLO hubiese clarificado mediante la razón su intuición, su política económica le hubiera devuelto a la palabra economía su sentido original, “el cuidado de la casa”, y hubiese construido una política pública encaminada a limitar, mediante consensos, el crecimiento que provoca lo que equívocamente llama (neo)liberalismo y a fortalecer y profundizar las economías de subsistencia que son ajenas a la escasez, como lo muestran Karl Polanyi, Marshall Sahlins, las culturas indígenas y pueblerinas, y, a nivel de barrio, Tepito, antes de que cayera en las garras de esa otra forma de la economía liberal, el crimen organizado.
Lejos de ello, AMLO, como el liberal que dice ser, continúa pensando en términos de escasez y, como un liberal de corte –llamémoslo así– “populista”, piensa que esa escasez debe ser paliada, de un lado, por un reparto de la riqueza que producen las empresas y las instituciones, mediante dádivas, que llama programas sociales. De otro, por procesos industriales administrados por el Estado. Algunos de ellos altamente contaminantes, como las empresas petroleras. Otros, además de contaminantes, destructores del tejido social y de la fraternidad, que su intuición dice buscar. Dos Bocas, el Tren Maya y el Proyecto Integral Morelos, en lugar de potenciar la subsistencia tradicional de los campesinos, la destruye. El asesinato de Samir Flores es su símbolo.
Para llevar a cabo estos “megaproyectos”, el gobierno de AMLO, como cualquier gobierno liberal, reprime las protestas campesinas y desaloja sus plantones. Aquí, sus acciones rememoran el emblema del nacimiento de lo que equívocamente se llama (neo)liberalismo: el cercado y la expulsión de campesinos de sus tierras en la Inglaterra del siglo XVIII. En nombre de la producción industrial de pastizales para criar ovejas (de allí la asociación del dinero con la lana), el Estado inglés destruyó la subsistencia de los cultivos tradicionales y produjo un hambre endémica.
Esa nebulosidad de AMLO, fruto de su ausencia de reflexión, no sólo oscurece y contradice su intuición sobre la economía. Lo hace creer también, como cualquier liberal “populista”, que cuando esas acciones transformen el país, una justa y equitativa abundancia saciará a la nación. Vencida la escasez con manazos a las empresas privadas, dádivas a los pobres, megaproyectos administrados por el Estado y arrasamiento de la subsistencia y de esas culturas tradicionales que su Guía Ética elogia, empezará el reino de la justicia, la fraternidad y el interés colectivo.
Nada más lejos de la realidad. La historia del liberalismo que, a su pesar, deja traslucir la política económica de AMLO, habla de pobreza modernizada, de dependencia económica, de contaminación y arrasamiento de culturas de subsistencia; habla de confrontación y guerra. El liberalismo que determina su pensamiento le ha impedido ver lo que está en la base de su intuición y que Iván Illich analizó con lucidez: pasados ciertos umbrales, no sólo la producción de bienes económicos –sean de empresas privadas o del Estado– destruye las bases materiales de la existencia –el agua, la tierra, el aire. También la producción de servicios, es decir, de bienes inmateriales –energía, empleo, dádivas a quienes la producción de bienes económicos despojó– destruye las bases culturales de la subsistencia, donde florece la fraternidad y el bien común, y crea dependencia. Pero ya se sabe: cuando no hay claridad, las buenas intenciones hacen más hondo el infierno.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los LeBarón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a Morelos.