Senda de los misioneros 2024

Por Gabriela Gil Veloz

Salimos de Santa Ana, pasamos por Santa Rosa, luego San Francisco de Borja, Cerro Agujerado, Tepórachi, Boréachi, La Laguna, El Tablero y llegamos a Carichí.

Días antes de la caminata me sentía agotada. La madrugada del 6 de noviembre todavía dudé si ir o no. La compañía de Angie me animó a no desistir. Chava estaba por nosotras a las 5:30 de la mañana. Todo el camino tuve nausea, dolor de cabeza y el estómago revuelto. No sabía bien si era algo físico o emocional.

Al llegar a Santa Ana ya nos esperaban los de Carichí, Carlos, Tere, Chenda, los de Bakiachi, Toño de Meoqui, Víctor de San Borja. Con gusto nos saludamos, animados por los días juntos caminando de este año. Carlos, me veía, me llevó aparte y me abrazó fuerte, con la fuerza de alguien del campo. Brotó el llanto y ahí me sostuvo, largos instantes hasta que el llanto cesó “llore todo lo que necesite Gaby, sáquelo todo, llorar es bueno”.

Hicimos una rueda frente a la iglesia de Santa Ana, Carlos, el Profe Marcelino y Víctor nos compartieron el sentido de nuestro caminar, la historia del padre Thomás Guadalaxara, la historia del grupo que por cuarta vez recorre esta senda. Les dimos la bienvenida a Felipe, Jesús y Calixtro de Bakiachi. “Aquí se cierra el círculo” dijo Carlos, “Los rarámuri de Carichí vinieron a Santa Ana a invitar al padre a su pueblo”.

Nos tomamos de los brazos, en silencio recordamos a Rey y a Manuelito, caminantes que ya no están. Nos encomendamos y empezamos nuestro camino. Salimos de Santa Ana por los campos dorados por el otoño. Tomamos un descanso en Santa Rosa, compartimos los burritos que nos dieron de la presidencia de San Borja. Angie y yo nos fuimos con el profe a San Borja en la troca, ahí disfrutamos del cañón de Namúrachi y de las historias del profe. Nos contó que el general Cruz Domínguez estaba en San Borja, en una de las escuelas, ahí lo torturaron y lo fusilaron.

Aquí llegó Sergio. Al cabo de unas horas llegaron los caminantes a quienes recibimos con burritos. Angie, Armando y yo nos fuimos al Cerro Agujerado, ahí esperamos a nuestros compañeros. Exploramos el rancho en el que pasaríamos la noche. Armando nos contó que es maestro jubilado, compartimos risas y bromas mientras esperamos.

Llegó el resto del grupo y acomodamos nuestros tendidos para dormir. Las mujeres en un cuarto a medio construir y los hombres en el pórtico de la casa. Tere y Chenda prendieron lumbre para ofrecer café a toda la manada y algo de cenar. Entre pláticas e historias varias estrellas fugaces nos acompañaron.

Poco antes del amanecer ya estaba el café, Víctor nos llevó una bebida de clavo, romero y jamaica. Alistamos nuestras cosas para la siguiente jornada. El amanecer fue un espectáculo, Víctor se dio vuelo con las fotos del grupo. Animosos hicimos un círculo de silencio y comenzamos nuestro camino hacia Tepórachi.

Anduvimos un rato por la carretera, luego ya nos metimos al monte, árido, espinoso y con gatuños. Descansamos a las orillas de Tepórachi, a lo lejos miramos la iglesia, preguntamos por una vereda para cortar camino. Al salir de Tepórachi encontramos canales de agua cristalina donde rellenamos nuestras botellas. Subimos el monte empedrado y seguimos. Seguimos, seguimos hasta llegar a un pequeño paraíso en un ranchito de Boréachi. Acampamos al lado del arroyo brillante y limpio, era como estar en un sueño de tanta belleza.

Fui con Tere y Chenda al arroyo y ahí nos bañamos, entre risas y agua helada. Angie nos dijo que parecíamos sirenas. Regresamos a la convivencia con el grupo, cenamos hicimos fogata y unos estiramientos de yoga. Cada vez nos sentíamos más cercanos y unidos, en los caminos cada quien contaba su historia y sus razones, en las fogatas poníamos en común las risas y las bromas.

El sol empezó a pegar en lo más alto de las montañas de piedra. Nos organizamos, hicimos nuestro círculo de paz, y comenzamos nuestro camino. Cruzamos varias veces un arroyo brillante, con álamos dorados alrededor, pasamos unas montañas con reliz en las que contaron que el año pasado vieron venados. Seguimos hacia unas montañas, este día fue pura subida, llena de retos, de paisajes que nos robaron el aliento, entre más subíamos más cadenas de montañas arboladas podíamos mirar. Unos nos animábamos a otros, entre la subida, el calor y el cansancio.

Por fin llegamos a la Laguna al rancho del 70, ahí tomamos un largo descanso y comimos nuestro lonche. Así nos preparamos para la última subida. El primer grupito salimos con Carlos, Calixtro, Felipe, Jesús, íbamos lento, muy lento, parando cada tanto para respirar. Era un camino poco transitado, los árboles hacían una especie de arco y el atardecer coloreaba todo de esperanza. Encontramos una víbora de cascabel, sonaba. Ya poco nos faltaba para llegar al bosque de árboles altos y cerrados de El Tablero. Descansamos para admirar el bosque hasta poner nuestro campamento.

Nos reencontramos con los choferes. Ellos también se cansaron, manejaron cinco horas para rodear. Nosotros subimos 15 kilómetros en nueve horas, parecía una empresa interminable, pero lo logramos. En la fogata hicimos yoga, cenamos, contamos historias.

El nueve de noviembre amanecimos con frío, contaron que un tecolote se escuchaba en la noche. Joaquín me contó que la noche anterior en Boréachi uno durmió en el árbol que estaba junto a él. Los rarámuri dicen que los tecolotes traen malas noticias y que cuando se los encuentran tienen que correrlos con disparates.

El último círculo de paz y agradecimiento por la vida, por el grupo, por los árboles, el aire, las estrellas, los arroyos, por estos días juntos. Emprendimos el tramo de ese día, que nos llevaría hasta Carichí. Bajamos todo lo que subimos, encontramos una trampa para tigre, fuimos parando, platicando. Hasta que llegamos a la pista de Carichí, en la orilla del pueblo estaban las familias de varios caminantes, hubo abrazos, reencuentros, sonrisas. Poquito a poquito nos arrimamos a la iglesia en donde nos recibió la banda de guerra. Y como dijo el profe Marcelino: la hermana Érika con su jardín de flores. Cristy del DIF y el maestro de ceremonias.

A mí me recibieron Margarita y Silverio, vinieron caminando desde Bawinokachi para encontrarme, muy conmovida quedé.

Unas palabras de agradecimiento, una bendición, una comida juntos y hasta el siguiente año.

 

Pláticas en el monte

  • Yo no entiendo lo que usted dice, usa palabras que no sé qué significan, como si fuera licenciada o doctora. Esven

 

  • Los chilangos siempre sobreviven

 

  • Yo no soy chilanga

 

  • De Guadalupe y Calvo para abajo todos son chilangos. Checo

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