Cuento: Bermejo

Por Jesús Chávez Marín |

No se puede decir que la tribu de los Bermejo fueran delincuencia organizada, porque más bien eran un desmadre de familia. En la infancia fueron lo que se dice niños bien, aunque algunos de ellos ya desde chiquitos parecían malandros. O malandras. Pero el papá dilapidó en fiestas multitudinarias la gran fortuna que había heredado en cuentas bancarias, minas, tierras, rentas, y se quedaron literalmente en la calle.

Cuando los conocí, vivían todos amontonados en una casona ruinosa en el centro de la ciudad, donde se arrinconaban por doquier botellas y latas de cerveza, ceniceros repletos. Así que desde adolescentes fueron creciendo amargados y neuróticos, destripaban en todas las escuelas y ninguno terminó nada, solo cuatro de ellos la preparatoria y párale de contar. Aunque eran muchos, nomás dos se abrieron paso en la vida, me refiero a la planta productiva, y es que fueron criados en el abandono de la típica vida parasitaria de quienes heredan riqueza de generación en generación.

Una de las muchachas, que era bonita, se casó con un millonario, luego con otro; el segundo era un gringo viejo que, dicen, andaba metido y era de los gargantones; hasta estuvo una temporada en la penitenciaría. Todo esto sirvió por lo menos para que esa numerosa familia no terminara en la miseria y ya, vivieron felices para siempre.

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