Por Ernesto Camou Healy
—Escribo el viernes 6 de noviembre a mediodía. Ya es el tercer día después de los comicios en Estados Unidos y lo que se preveía una elección reñida pero normal, se ha ido convirtiendo en un drama que parece deslizarse hacia una tragicomedia ridícula gracias a la inmadurez irresponsable de Donald Trump, que confunde su mandato con una monarquía al estilo Luis XVI, cuando afirmó “el Estado soy yo” (y después perdió la cabeza).
En otros tiempos la personalidad de los aspirantes hubiera garantizado una buena dosis de aburrimiento: No parecen ni fascinantes, ni inspiradores.
Trump, que es presbiterano, tiene 74 años, y alcanzó la presidencia de su país sin formación o experiencia en el oficio, usando una habilidad descomunal para promover su imagen, y venderla, a pesar de su tendencia a presumir una pericia construida exclusivamente por sus afirmaciones y dichos, sin mucho más sustento.
Joe Biden cumplirá 78 años el 20 de noviembre próximo. Ha sido senador por 36 años, a los que hay que añadir los cuatro que fue vicepresidente con Barack Obama. Es católico y tiene fama de buena persona y experimentado operador político.
No cuenta con una personalidad exuberante, incluso da la impresión de timidez, pero haberse sostenido casi cuatro décadas en un puesto tal señala a un hombre decidido y organizado, que cuenta con el apoyo de los electores de su estado. En esta ocasión tiene también una apreciable ventaja: La comparación con Trump, de la cual resulta difícil salir perdedor.
Biden parece un gringo adulto normal, decente y tranquilo, sonríe y se maneja con seguridad frente al publico. No necesita intimidar a quienes lo escuchan y sabe establecer empatía con su gente.
Lo primero que uno se pregunta es la razón de la tardanza en el conteo: Allá se permite enviar por correo la boleta, y se la considera válida si fue depositada a más tardar el día de la votación.
En este año peculiar una parte de los electores decidió evitarse colas, aglomeraciones y riesgos debido a la pandemia del Covid, y ejerció su derecho a votar por correo.
Eso lo hicieron sobre todo los habitantes de las ciudades, donde se podían prever multitudes y más tiempo haciendo fila, con sus riesgos de contagio; en las áreas rurales, donde todos se conocen, optaron por asistir a las urnas.
Pero es en las ciudades donde se concentran los simpatizantes demócratas y de Biden, mientras que los que sufragan por Trump ocupan las regiones con menor concentración poblacional: Son granjeros y criadores que viven en el campo.
Trump se dedicó las últimas semanas a ridiculizar a los votantes por correo, o a acusarlos como cómplices de un fraude en su contra que, decía su teoría conspirativa, usarían el servicio postal para inflar las cifras de su oponente.
Por eso, al término del día de votación presencial, si bien Biden se colocó como puntero, Trump mostró fuerza en algunos estados importantes como Pensilvania y Georgia. Eso lo envalentonó, pero en cuanto empezaron a contar los votos por vía postal la dinámica cambió y empezó a calificar a esas boletas como “falsas”, “tramposas” y a exigir que no se contaran…
Hasta el viernes todo apuntaba a que Biden iba a rebasar los 300 votos electorales, más de los 270 necesarios para obtener la presidencia, pero ya Trump había anunciado varias demandas judiciales sin sustento dicen los analistas, y agregó que no iba a reconocer su derrota.
Se portó como lo que es: Un individuo frívolo y berrinchudo, discapacitado para gobernar e inepto para colocar los intereses de la comunidad nacional sobre los suyos.
Ante esto la campaña de Biden sólo recordó lo que ya habían dicho hace unas semanas: “El pueblo norteamericano decide las elecciones; y el Gobierno tiene toda la capacidad para conducir a los intrusos fuera de la Casa Blanca.”
No está de más sugerirles que lleven una camisa de fuerza…
Correo electrónico: e.camou47@gmail.com