La cercanía del más allá

Por Ernesto Camou Healy

— Hoy es la fiesta de Halloween en algunas partes de Europa y en los Estados Unidos. También entre nosotros, gracias al comercio insaciable y al afán de muchos por remedar a los gringos.

En dos días más celebramos en México la Fiesta de los Fieles Difuntos, ese sí, nuestro Día de Muertos.

Ambas festividades tienen en común la voluntad, comunitaria y de la tradición, de recordar a los que nos precedieron, a los “muertitos”, aunque en nuestro caso con mayor cercanía e intimidad, y menos temor; son también evocación de los antepasados.

Y las dos tienen origen en el ciclo agrícola y anual: Se trata de típicas fiestas de cosecha en el hemisferio Norte. Por eso las calabazas y los dulces, en Halloween, que antes eran golosinas caseras, quizá frutas, mermeladas y cosas así.

Y en nuestra cultura se ofrenda cacao, tamales, chocolate y algún mezcal, como le gustaba al difunto. Frutos de la tierra y de la reciente pizca.

Pero en ambas se hace mención de los ascendientes, sobre todo en México, cuando se ponen fotos de los abuelos o padres que ya partieron. Como fiesta de cosecha sucede cuando ya los cultivadores saben qué frutos dio la tierra y su trabajo. Y tienen una idea de cuánto pueden agasajarse, sin poner en riesgo las reservas antes del próximo ciclo.

Se trata también de una conmemoración del fin de los calores e inicio de la temporada de fríos. Hay que comer bien, para estar fuertes ante las amenazas de las heladas y los males que suelen acarrear.

Nuestra tradición afirma que en estos días los difuntos visitan sus casas y sus familias. En la Huasteca veracruzana los pueblos se iluminaban y asombraba ver que desde el portal de cada vivienda se marcaban los senderos con veladoras destinadas a guiar a los visitantes del ultra mundo.

Se paraba uno en la iglesia y apreciaba los caminitos luminosos que se perdían entre los árboles y renacían en los claros del ramaje, hasta marcar la casa de bajareque y tejado de palma, donde esperaban a los extintos visitantes.

En la casa se había preparado un Altar de Muertos, ahí no se usa mesa, sino un entablado que cuelga del techo en el que disponían flores, naranjas y manzanas, trozos de caña de azúcar, un platón con tamales, una jarra con chocolate, semillas de café y cacao, y una botella de aguardiente.

La familia se sentaba alrededor y recordaban a los homenajeados, daban gracias por su legado: La casa, la milpa y el potrero; las gallinas, los cochis y las chivas; la enseñanza para sembrar y cuidar el cultivar, para criar animales y aprovecharlos, más el tener una comunidad de referencia, la iglesia, las amistades y la parentela que son sostén, apoyo y cariño compartido.

A su hora se acostaban para comprobar, la mañana siguiente, que los viajeros del más allá habían estado ahí y disfrutado de las viandas: Se habían llevado el aroma. Ahora a ellos les tocaba gozar el banquete: Yo, como testigo franco, puedo comentar que aquellos tamales y el chocolate recalentado eran sabrosísimos, y el traguito del licor… Animaba.

En el caso del Halloween los muertos no son tan bien recibidos: Se les teme y esquiva. Decían los celtas, hace tres milenios, que en esta noche volvían los fallecidos, no tanto de visita, sino más bien a envidiar a los que seguían vivos, asustarlos y darles lata.

Por eso los disfraces, para que no los reconocieran. Si se maquillaban como cadáveres, podían pasar por uno de ellos. Era una noche apta para aquelarres, conjurar fantasmas y tenerlos propicios, o controlarlos quién sabe para qué fines no benévolos.

Ambas fiestas son producto de las historias y los tiempos. Que cada uno los celebre como desee; yo prefiero los tamalitos y un chocolate oscuro disuelto en agua caliente; más un poquito de mezcal, para hacer la mañana…

Correo electrónico: e.camou47@gmail.com

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