Por Gustavo Esteva
— La extraña materia tóxica que hoy circula como información alcanzó ya dimensiones epidémicas. No sólo corrompe todo a su paso y extiende la confusión. Es también fuente de conflictos y defensa abierta o simulada de intereses dañinos.
La primera línea de protección está en nuestras manos: austeridad. No sólo hemos de huir como de la peste de ciertos medios y dispositivos, con sesgos y compromisos muy conocidos. También de las redes sociales. Además, necesitamos reducir la dosis que ingerimos. La cantidad de información que consumimos alcanza ya niveles patológicos.
Hace falta, igualmente, participar en la lucha política. Se trata, ni más ni menos, de defender la vida. La ponen cotidianamente en peligro productos y servicios nocivos de los que depende la mayoría de la gente. La actividad de quienes los producen y distribuyen es de carácter criminal. Debemos combatirlos.
Ha cobrado relevancia reciente el caso de las bebidas azucaradas. La grave falta de responsabilidad social y de la más elemental decencia de quienes las producen se hizo evidente en el manifiesto que publicaron a plana entera el pasado 20 de julio ( La Jornada, p. 19). Preparado para atacar al subsecretario López-Gatell por sus declaraciones al respecto, es prueba flagrante de la profunda inmoralidad que predomina en la industria mexicana de bebidas.
No hay novedad en las denuncias del daño que producen. Hace muchos años se ofrecieron en el mundo entero evidencias claras de sus efectos dañinos. Mueren cada año en el mundo cerca de 700 mil personas por su consumo, como las atribuidas al virus hasta hoy. En México, seis de cada 10 muertes de personas de menos de 45 años se atribuyen a esa causa. El promedio de consumo anual por persona, unos 170 litros, es ya el más alto del mundo; muchas personas consumen hasta dos litros diarios. Múltiples datos de este género se presentaron el 4 de agosto en el foro ¿Veneno embotellado? Evidencias incontrovertibles del impacto en salud de las bebidas azucaradas y en el pronunciamiento al respecto de la sociedad civil oaxaqueña ( https://www.educaoaxaca.org/sociedad-oaxaquena-dice -no-a-la-venta-de-comida-chatarra-y-refrescos-a-ninez/ ).
Se ha caído en una obscena contabilidad de cuerpos, publicando diariamente números de infectados y de muertes atribuidas al coronavirus. Pero no se hacen bien las cuentas. Debería publicarse al mismo tiempo que por cada una de esas muertes hay dos, cada día, por enfermedades virales que se deben a falta de acceso a agua potable. Carencias e insuficiencias graves de agua se deben a menudo a las irresponsables concesiones que se han dado a la industria para que explote fuentes de agua pura, que regresa a la gente en forma tóxica o contaminada.
La legislación que prohibió en Oaxaca poner esos venenos en manos de menores de edad, a pesar del voto en contra del PRI, es un paso en la dirección correcta, que mereció inmediata campaña de agrupaciones empresariales para oponerse a ella. Más significativa resulta la decisión de muchos municipios oaxaqueños que al montar un cerco ante el Covid-19 aplicaron la medida a la comida chatarra.
Las empresas no aportan a la comunidad más que enfermedad y basura
, declaró el edil de Totontepec al anunciar la decisión de su asamblea ( https://lasillarota.com/estados/totontepec-el-municipio-que-le- cerro-la-puerta-a-la-comida-chatarra-coronavirus-pandemia-cuarentena-confinamineto/394598 ). Es apenas un botón de muestra de la conciencia que se extiende en comunidades y barrios, y que la industria resiente como amenaza. El municipio de Yalalag fue mucho más lejos, con una decisión de asamblea realmente ejemplar, como puede verse en el video de un colectivo que impulsa la autonomía alimentaria en las comunidades y muestra el horror de la chatarra ( https://www.facebook.com/watch/live/? v=979503239186039&ref=watch_permalink ).
La campaña que se montó contra Víctor Toledo al filtrar una conversación con su equipo en abril pasado se vuelve ya contra sus promotores. Sabíamos de sobra lo que exhibió: que intereses del capital opuestos a los de la gente realizan también su obra criminal dentro del gobierno, en los cargos más altos.
Hay casos transparentes, como los refrescos azucarados o el glifosato, pero lo que nos envenena cotidianamente, lo que nos intoxica cada vez más, es la propaganda que nos hace desear e incluso necesitar lo que nos destruye. No sólo tenemos que luchar contra las instituciones públicas y privadas que forman el régimen dominante y llevan actualmente a grados extremos su obra terricida y genocida, destruyendo simultáneamente a la madre Tierra y al tejido social. Debemos luchar también con nosotros mismos, pues nos han formateado en la dependencia del mercado y del Estado en casi todos los aspectos de la vida. Si no logramos transformar nuestras apetencias y anhelos, para construir autonomía, podrán arrastrarnos en la estrepitosa caída hacia la nada en que ahora se encuentran.