Por Lilia Cisneros Luján
— Más allá de lo divino, todo tiene un inicio y un fin: la vida, la libertad, la salud, los procesos sociales, la escuela, un club, un partido, en cualquiera cosa que pensemos, es imposible dejar de lado la idea de una entrada y una salida. Pocas entradas producen más alegría que el arribo a la vida; a un bebé se le recibe con aplausos[1], chocolates, puros, mucha ropita bellísima, mamilas, decenas de libros para que los padres aprendan como conducir a este nuevo ser que acaba de llegar a eso que significa en términos terrícolas existir. Salir, en cambio, no siempre es motivo de risas, cuando alguien deja este plano de la vida –por un accidente, enfermedad larga o sorpresiva, consecuencia de un delito, edad o todas las que se incluyen en “causas naturales”– desencadena, en los que se quedan, llanto, preocupación, represión, frustración, y tienen que lidiar con una serie de emociones casi siempre difíciles de manejar.
Dejar atrás un estado de libertad, es una forma de salir de un rango al cual aspiramos todas las personas. Entrar a una cárcel es como ser depositado en un ataúd, con variables en la forma de clamar, pero el miedo expresado por el moribundo que en su fuero interno dice “no quiero morir”, es muy parecido al que sienten los que son detenidos por algún uniformado, que en casos extremos les coloca un aditamento en manos o piernas; les aplica electricidad para inmovilizarlos o les propina un simple puntapié que permite al detenido tener presente que está saliendo de una cualidad de autonomía.
¿Será esta condición la que obliga a quien dejó de ser libre, la posibilidad de aceptar pactos que encierren en si mismo deslealtad o traición? Salir del gozo de un estado emancipado es por demás doloroso –pregunte si no a los miles que han padecido, sintomáticos o no, covid-19– y no consuela el que el mal sea de muchos, como es el caso del cáncer, la disfunción eréctil, la diabetes o algo muy especial como sería alguna enfermedad rara[2], la rotura de un hueso, la herida que produjo una bala perdida o dirigida. Trasponer la puerta del disfrute de una salud plena, a la de un padecimiento de la naturaleza que sea es también abrumador y muchas veces con pocas posibilidades de lidiar con ello.
Desde el nacimiento mismo nos vamos preparando para salir de estados que nos producen en su inicio alegría. Si nuestro desarrollo preescolar ha sido sano entraremos al ambiente escolar con la alegría que produce el conocer nuevas gentes y experiencias. Salir de la condición de estudiantes está sujeto a variables, quizá dejamos este ámbito para entrar a un mundo laboral que nos permite imaginar nuevos ingresos, a una vida con mayores ventajas; si nuestro ciclo ideal no se completó y salimos expulsados de la universidad para trabajar en lo que sea porque las circunstancias así lo imponen, seguramente esta salida dejará huellas de dolor, depresión y hasta ánimos de venganza contra aquellos que directa o indirectamente me sacaron de un ambiente de confort con beneficios indudables. Quién toma decisiones para vengarse de aquel o aquello a quien considera responsable de su salida ¿habrá resuelto su inconformidad, o frustración?
No es sencillo identificar cuando las causas de nuestra salida, las propiciamos nosotros o se deben a una acción –permitida o concedida– de terceras personas. En el caso de muchos de los que hoy están sufriendo la separación de trabajo con el cual contaban hasta el 30 de noviembre del 2018, se dan los extremos de quien ilusa e infantilmente piensa que el tiempo les dará la oportunidad de lograr las mayores ventajas que esperaban solo por seguir a un personaje con retórica interesante, hasta quien ahora espera poder vengarse, otra vez, de quien considera fue el motivo de su salida del mercado laboral. Un ejemplo comentado con uno de los muchos promotores que laboraban en el Indesol. Joven, sin más familia que sus padres y hermanos, un título universitario, psicólogo social, responsable de la promoción de programas de desarrollo rural. Al igual que los otros miles de compañeros, recibió un oficio en el cual se le informaba que debido a la cancelación de “programas vinculados con la corrupción” dejaban de ser necesarios sus servicios y se le llamaría en caso de requerirlos en el futuro. ¿Se le liquidó? Luego de los tres meses de ley para ejercer su derecho laboral a oponerse al despido injustificado ¿se le re-contrató? ¿Qué acciones han tomado los otros tres mil separados de estos programas sociales? Mi entrevistado, hoy maneja un coche tipo Uber entregando comida a domicilio y ya no espera nada más que la próxima elección para salir de este sorpresivo estado de desempleo y votar con más discernimiento que como lo hizo el pasado julio de 2018.
No todas las salidas son fatídicas, casi siempre hay puertas diversas –aun la muerte tiene alternativa de salvación para la resurrección, el lloro eterno, la reencarnación etc.- y desde el confinamiento de una cueva hasta la pérdida de alguien, la orfandad, el desempleo o la frustración derivada de la toma de conciencia de lo que se hizo mal ofrece la posibilidad de salidas diversas. Son muchos los testimonios históricos de reyes, presidentes, primeros ministros, que después de gozar de las mieles del poder terminaron saliendo por la puerta del repudio generalizado aun de parte de aquellos que habían depositado en ellos sus esperanzas, Nerón, Fujimori, Hitler, Pinochet, Dionisio, Antonio López de Santa Ana, Gelón, Francisco Franco, Rafael Videla, ¡ufff! cada uno con su particular manera de tratar de eternizarse y pasar a la historia con una mejor imagen. Tuvieron, sin embargo, la común tentación de considerase superiores, indispensables e incapaces de la madurez y por ende autocrítica, lo que al final de los tiempos se tradujo en rechazo, señalamientos condenatorios y finalmente olvido. ¿Qué puerta escoges para salir temporal o definitivamente de la situación que hoy tienes?
[1] Si se trata de personas con limitaciones, quizá los aplausos vienen de un policía del metro, unos paramédico que orientan telefónicamente al padre de familia o cualquier otro cercano a la parturienta y hasta vecinos tan o más pobres que el recién llegado, mismos que se organizan para hacerle de su bienvenida algo digno.
[2] Se considera enfermedad rara, cuando la proporción es de 5 caos en diez mil. Síndrome X-frágil debida a un defecto hereditario en el cromosoma X.; Síndrome de Moebius; Esclerosis Lateral Amiotrófica; Síndrome de Prader Willi; La púrpura de Schönlein-Henoch; Progeria de Hutchinson-Gilford; Síndrome de Marfan; Insensibilidad Congénita al Dolor.