Por Jesús Chávez Marín
— [Diciembre 1984]– El ángel de lo estrambótico le jugó bromas a un dinámico arqueólogo y después le ayudó a cumplir una fresca y sabrosa venganza literaria contra aquellos díscolos burócratas que, coludidos con la grotesca corte de la princesa Margarita López Portillo, hicieron fracasar una de las aventuras más vehementes. Si quiere encontrar noticia de tan singular caso, no se conforme con esta reseña, no se pierda la lectura de ese delicioso libro titulado Brigadier Felipe de Neve, ilustre y olvidado fundador de Los Ángeles, California. [Ching Vega, Óscar W.: Brigadier Felipe de Neve. Editorial La Prensa, Chihuahua, México, 1983, segunda edición].
El autor, quien sueña que la historia de Chihuahua es un cuento del viejo oeste gringo, (página 25), tiene probado con documentos que Felipe de Neve murió y fue sepultado en Gómez Farías, Chihuahua, en la antigua hacienda de Nuestra Señora del Carmen de Peña Blanca. Este descubrimiento despertó su espíritu aventurero y pudo convencer a Margarita López Portillo para que apoyara sus investigaciones. Entonces la culta dama, “escritora, investigadora y persona siempre dispuesta a colaborar en los campos del arte y la difusión de todo tipo de manifestaciones positivas”, (página 27), se animó con el señuelo de anotarse un diez en la celebración del bicentenario de Los Ángeles, California, a la cual había sido invitada como miembra del comité de festejos.
Fue entonces como pudo lograrse que el “explorador, historiador y arqueólogo autodidacta”, (página 26), se apersonara en el poblado de Gómez Farías y a las 16:30 horas del día 25 de junio de 1980 ordenó que comenzaran las excavaciones, (página 30). Y del 25 al 27 de ese mes, ayudado por un equipo de personas muy amables, encontró los restos más auténticos que jamás se vieron por estas tierras, los cuales garantizaban sus más caras investigaciones “basadas en documentos oficiales, información recabada por tradición oral y, además, gracias a las corazonadas recibidas que surgen de la fe que uno pone”, (página 31).
No faltaron los incidentes. La gente creía que ellos buscaban “un entierro, barras de oro, y el jefe tuvo que correr a unos borrachitos que reclamaban su parte y prometían no decirle a nadie, estuvo a punto de que este servidor comenzara a hacer uso de sus modestos y honorables conocimientos de kung fu”, (página 38). Para que vean que no todo humorismo es involuntario.
Luego su esposa no quiso que el explorador guardara en su propia casa el fúnebre bulto que contenía los restos rescatados para la historia; tuvo que llevárselos lejos, a su oficina, cubiertos con un manto azul para evitar murmuraciones. Después los mentados restos viajaron disfrazados de equipaje, se quedaron quietos en el closet de una habitación del Hotel Regis, reposaron en un anaquel de cocina de la colonia Roma y se perdieron en la inmensidad de la ineptitud burocrática del Instituto Nacional de Antropología e Historia de la Ciudad de México.
Ni Margarita ni su ayudante Claudio Farías prestaron la atención que la investigación merecía. Escurrían el bulto, se mantenían ocupados, no contestaban el teléfono. “No me hable de eso, no tengo nada que comentar”, dijo la señora cuando le preguntaron en California, (página 64). Luego la inquina de “esos genios presupuetívoros que, cobijados a la sombra de una respetable institución científica (el INAH), no tuvieron vacilación en mentir y en violar la ley”, (página 64). Total, la misión falló. Pero queda este libro con pelos y señales, y con una agilidad y sentido del humor que son santo y seña de un habilidoso escritor.
Ching Vega, Óscar W.: Brigadier Felipe de Neve. Editorial La Prensa, Chihuahua, México, 1983, segunda edición
Diciembre 1984