El anillo y la coartada

Por Francisco Ortiz Pinchetti

— Estupefacto como me dejó la frase aquella de que la pandemia nos viene “como anillo al dedo”, mis esfuerzos por digerirla me llevaron exactamente ocho semanas, sin lograrlo. No podía, ni puedo, concebir que un jefe de Estado, de cualquier país, diga sonriente que una catástrofe sanitaria de esa magnitud, con su consecuente catástrofe económica, aún impredecibles ambas, pueda ser bienvenida prácticamente como una bendición.

Fue el 2 de abril cuando desde el púlpito presidencial de Palacio Nacional oímos como en un rumor inconcebible la sentencia feliz. “Esto nos vino como anillo al dedo  para afianzar el propósito de la transformación”, dijo clarito. Para traducirlo en cosas tangibles, no es posible que alguien en su sano o no tan sano juicio diga semejante barbaridad, insensible ante la muerte de miles de mexicanos (casi 9 mil hasta ahora) y la pérdida de tal vez 2 millones de empleos, lo que significa luto, dolor, angustia, pobreza, desesperación, desempleo, inseguridad, atraso.

“Esto nos vino como anillo al dedo”.

Quizá la supuesta explicación de su dicho resulta más aberrante todavía. Dijo que la contracción económica sería “transitoria” y que de ella “vamos a salir fortalecidos porque no nos van a hacer cambiar en nuestro propósito de acabar con la corrupción y de que haya justicia en el país” (sic).

Apenas hace cuatro, cinco días me cayó el veinte y entendí de pronto el significado de semejante injuria, ya no aberración. Tuvo que ayudarme el mismo autor tabasqueño a dilucidar el verdadero sentido de su afirmación.

“Íbamos muy bien”, lamentó ahora en un mensaje grabado desde Palacio Nacional. Textual: “Ahora sí que, como se dicen en mi pueblo: tan bien que íbamos y se nos presenta la pandemia”.

Resulta entonces que aquello del anillo al dedo… fue una ocurrencia que se le vino a la mente y que involuntariamente se le salió por la boca. Se le chispotéo, diría el clásico. Y ahora todo se aclara: por supuesto que le viene como anillo al dedo esta desgracia: es su coartada para maquillar, encubrir, justificar sus fracasos. Y todo con miras a las cruciales elecciones intermedias de 2021 en el país.

Porque la verdad, y sobran datos duros, es que no íbamos nada bien, como él se inventa, cuando de pronto nos cayó encima la pandemia. Todos los indicadores económicos iban en picada. El crecimiento del país en 2019 fue de menos 1 por ciento, el peor dato registrado en más de 10 años. Habíamos sufrido cuatro caídas trimestrales consecutivas del PIB, lo que no había ocurrido en décadas. Los pronósticos del Banco de México, del FMI, de las calificadoras más prestigiadas, corregían sus pronósticos a la baja una y otra vez.

Él dice, claro, que tiene otros datos y que todos los demás mienten.

Sólo en el mes de diciembre pasado, cuando ni siquiera había aparecido la COVID-19, se perdieron en México 382 mil 210 empleos formales, según registros del IMSS. Y habían salido del país en el primer trimestre, también antes de la crisis sanitaria, más de 5 mil millones de dólares de inversionistas mexicanos, de acuerdo al informe del Banco de México. La inversión fija bruta, factor clave de la economía, cayó 10.2 por ciento en los 12 meses concluidos en febrero de este 2020. Y lo mismo la industria de la construcción, la automotriz, las exportaciones, el turismo…

Pemex, su obsesión predilecta, tuvo en el primer trimestre de este año pérdidas por  562.2 mil millones de pesos. En abril perdió su grado de inversión, y lo mismo está a punto de ocurrir con México como país. En una palabra, como escribió Luis Rubio en Reforma el 26 de abril pasado, la economía ya iba de picada cuando circunstancias externas aceleraron su contracción. “En este sentido, es obvio que el Presidente va a culpar al coronavirus de la recesión, pero eso no resolverá el problema de fondo ni contribuirá a una pronta recuperación una vez que concluya la crisis inmediata”, escribió.

Es su coartada, por supuesto.

Junto con la debacle económica que ya se veía en el horizonte inminente y que ahora precipitará más la pandemia, acelerada por las torpezas y obstinaciones inconcebibles del mandatario, el otro gran problema de México, el de la inseguridad, sigue al alza. Antes de la pandemia se registraron los peores números desde que inició la mal llamada “guerra de Calderón” contra el crimen organizado. El número de homicidios superó todo precedente. El fracaso de una Guardia Nacional improvisada, reconocido por el propio Presidente al decidir en regreso del Ejército y la Marina, abiertamente, a la lucha contra el crimen, es otro ingrediente.

Durante todo su mandato, que cumple ya 18 meses, el Presidente se ha dedicado a adjudicar a los gobiernos que antecedieron al suyo todos los males nacionales, a la corrupción, a los “neoliberales”, a los conservadores, y a denostar, descalificar a la prensa nacional y ahora a la más prestigiada del mundo; a los científicos y académicos, a los críticos, a las calificadoras internacionales, al Banco de México y hasta a su propia Secretaría de Hacienda.

De todo son otros, siempre, los que tienen la culpa.

Y justo cuando todos sus desatinos y ocurrencia fallidas provocaban una caída a plomo en la aprobación de su Gobierno según diversas encuestas –hasta ser en varios casos ya superior el nivel de la desaprobación–, bendito sea Dios, aparece como anillo al dedo la pandemia. Válgame.

@fopinchetti

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