En 2000 murió el pintor Alberto Carlos

Por Jesús Chávez Marín

— La noche del jueves 16 de noviembre de 2000, Blanca Creel compró en docemil pesos el cuadro Carnaval canino, de Alberto Carlos, una obra de técnica mixta sobre papel amate de gran formato, en la inauguración de la muestra de otoño del Salón de la Plástica Chihuahuense, en la Casa Siglo XIX.

A esa misma hora, las nueve de la noche, murió en su casa el ilustre pintor.

Alberto Carlos fue uno de los buenos maestros de Chihuahua: profesor de la Universidad Autónoma de Chihuahua desde 1962 hasta 1986; director durante ocho años del entonces Departamento de Bellas Artes, hoy Instituto de la Universidad; incansable, entusiasta e imaginativo promotor de la cultura; artista y artesano de todas las expresiones pictóricas: óleo, acrílico, temple, acuarela, carboncillo, dibujo, collage, frottage, texturas mediante sus formas de expresión: color, figura, línea, impasto, matices, tonos, efectos y veladuras; muralista que enriqueció el sobrio paisaje chihuahuense con sus composiciones clásicas y barrocas; retratista de profundo registro psicológico, su presencia en la sociedad chihuahuense enriqueció la vida de la gente, de sus alumnos, de los espectadores, de los lectores.

Este famoso artista nuestro nació en Zacatecas pero vivió en Chihuahua desde niño. Estudió en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la Universidad Nacional Autónoma de México, conocida como Academia de San Carlos. Al concluir sus estudios, con la honra de ser el mejor pasante de artes plásticas de la UNAM, regresó esta ciudad y fue nombrado director de la Escuela Libre de Artes Plásticas.

En ese tiempo, a principios de los años cincuentas, organizó la primera exposición pictórica que hubo en la historia del estado de Chihuahua: fue en el vestíbulo del antiguo Teatro de los Héroes. Los artistas que exponían eran discípulos suyos y de la Escuela Libre de Artes Plásticas, entre ellos el insigne grabador Adolfo Quinteros.

Toda su vida fue Alberto Carlos un hombre de trabajo, de intensa personalidad artística; su carácter era fuerte y recio pero también alegre y de gran ingenio. A principios de los años ochentas fundamos un suplemento literario en el desaparecido periódico Novedades de Chihuahua que se llamaba Tragaluz. Lo dirigía Luis Nava Moreno y casi todos los autores éramos estudiantes y profesores de la Escuela de Filosofía y Letras, donde Alberto Carlos daba la clase de historia del arte. El maestro escribía con nosotros en ese suplemento una columna llamada “Al filo de la tijera”. Cada domingo los lectores esperábamos los comentarios atinados y risueños, donde se manejaba la más adelantada información sobre todos los oficios de la filosofía, el arte y el pensamiento, escritos por uno de sus principales protagonistas. Porque Alberto siempre, hasta el final de su vida, anduvo a la vanguardia de su oficio.

Alberto Carlos con su arte, sus palabras, su afecto, sus ideas construyó con mano firme una parte noble y estética de nuestra alma colectiva. Ahora que ha muerto y trascendido, que Dios lo bendiga para siempre.
Noviembre 2000

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