Por Guadalupe Ángeles
—Queda la sensación de que tenía que ser el no esperado (¿o sí?) final, el precio por dejar correr el morbo por las páginas, como quien paga con culpa por ver no sólo cuerpos, si no almas desnudas.
Aquí se juega al cinismo, a la burla contra uno mismo, porque los personajes dicen, jugando a no decir (es decir, coqueteando con encarnar mentiras): soy, mira mis heridas, mis cicatrices. Ante ello, uno tiende a preguntarse: ¿de qué está hecho el mundo sino de autodestrucciones que se van intercambiando en acto mismo de vivir lo cotidano?
Podemos creer en la reencarnación o en la desaparición eterna, siempre será una elección, en lo que no podemos descreer nunca, es en el propio cuerpo, en sus secreciones y en su capacidad para acercarnos y alejarnos (a veces corriendo, a veces con pausas que duran años) de los demás.
En este libro se entra con cinismo y se sale como quien abandona una pelea: jadeando, cansado de lastimarse y de lastimar al otro.
¿Qué haría a cualquiera acercarse a este libro? En primer lugar, creo, aceptar que se es en cierta medida morboso (todos tenemos algo de eso, creo) porque iniciar la lectura, después de ver la portada, es acto automático que se dirige a la promesa de juegos cínicos, o al menos impensables en otro escenario. Adultos entonces, nos disponemos a ser sorprendidos o al menos a contemplar los modos en que puede ser abordada la sexualidad en sus múltiples rostros.
Se juega aquí a las declaraciones, a reventar el delgado hilo de la poca ironía o del mucho descaro que necesitan los personajes para plantarse en estas páginas con preguntas que no salen de sus labios pero están a cada minutos a punto de hervor.
Sin embargo, en el cuerpo del texto, sí hay un ir y venir de preguntas, sí son capaces de inventarse reflexiones que rozan cierta filosofía.
Lo que no se pregunta y está todo el tiempo diciéndose de muchas maneras es ¿Qué soy? Y en esa pregunta, que es desmentida por la portada, reside quizá el encanto del libro, ya que los estereotipos se van desmembrando página a página, como quien desarma un juguete de madera.
Ser capaz de tomar partido por uno mismo también es la premisa oculta y siempre latente.
Aquí, el par de personajes se dedica todo el tiempo a nombrar, a acomodar en palabras certezas, siempre a punto de caer, pues sus diálogos recorren el territorio siempre inhóspito de la autodefinición sobre cuerdas que, más que sostener, aprisionan.
En “Modelo Plus Service” (Drama en un acto), de Marco Aurelio Larios publicada por el taller editorial La Casa del Mago, se palpa a cabalidad que las palabras no son menos violentas que los hechos.