Afantasmarse

Por Guadalupe Ángeles

—En el borde, en la última orilla de las cosas, ahí estoy ahora, hablándote, con el puro viento de mi pensamiento, y pudiera preguntar, como si fuese esta nube –nunca lluvia– ¿puedo dejar de nombrar el asombro? En el cajón de sastre perdí el filo de mis manos. Deshizo el tiempo certezas, pervive la de soñar: ahora y nunca, palabras sólo. Si sobre el hilo del tiempo se tiende la red de lo no esperado… no quiero ni espero: existo. Habría de sentir culpa si no soy de fibra de vidrio –primero– ni se forman de algas benignas mis cabellos; lo que otros ven al verme ¿importa?, ¿a quién? ¿Es signo de vejez preguntar sin que la respuesta importe? Las definiciones, ¿devendrán siempre en torpes formas de filosofía, barata? Nosotros ¿es un mito? Si mi yo es el que dibuja despropósitos en esta servilleta que seguro amarillará con los años y aunque quiera pronunciarme en contra de su existencia es un hecho inexcusable que es mi piel la que percibe al viento y son mis sueños los que puedo contar: Alguien arrojaba contra mí billetes falsos, era algo para morirse de risa sin embargo. Quise nombrarme y al mismo tiempo lo consideré innecesario. Yo escucho la música, mi blusa es la que se mueve con el viento, no soy un barco de guerra ni un yate, ni una vieja embarcación que depende del abombamiento de sus velas para conservar su movimiento.

Soy yo quien escucha la música, son mis recuerdos quienes se entusiasman como escolares en un día de fiesta si vuelvo a decir tu nombre una y otra vez. No miento si digo que tus palabras son repetidas por mis labios a la menor provocación, o lo hago como un mantra, porque la enseñanza que tu paso por mi vida significó debe ser evidenciada una y otra, incontables veces, sin descanso, para mi propio bien, para, dicen, conservarte con vida

Fue así, adherida a lo que tu nombre fue, más allá de una serie de sonidos, que pude ir a ese lugar sagrado, oculto tras las lágrimas donde la pureza me tocó, al entender que aún en lo hondo de tu muerte vives y me “infectas” de vida, como lo hiciste con tu vida entreverándose a la mía desde la pureza de tu existencia, y en esa profundidad de lo vivido y no dicho jamás persiste la sensación de infinito, ondea por ello en toda alegría tu nombre primero.

Sé ahora, en medio de esa pureza, no es inexacto decir Te amo aunque no me escuches porque ya tu cuerpo forma pate del organismo de la tierra, es así que puedo decir, si me abruma el viento esta mañana limpia, son tus caricias tocándome una vez más, única y totalmente. Y aunque considere innecesario hacer la pregunta que en mi lengua se pasea como antes mis manos sobre tus brazos de madrugada, siento que no importa, pero la pronuncio para en ella honrar tu amor, ajeno a la muerte: ¿Quién es el fantasma?

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