Por Hermann Bellinghausen
Lo que ha hecho el homo europeo (homo europaeus lo llamó el historiador rumano Victor Neumann) es adueñarse del concepto de humanidad, y, desde una jerarquía perversamente determinista, y con el tiempo darwiniana, aplastar a las civilizaciones del mundo en nombre de un dios, muchos reyes, y gracias a la democracia-de-los-menos inventada por los padres fundadores de Estados Unidos, los señores presidentes. También produjo Borgias, piratas, traficantes de esclavos, Hitler y Mussolini. Podemos retroceder hasta la Cruzadas, cuando el homo europeo, actuando en pandillas, decidió que Jerusalén y de paso el Oriente medio le pertenecían por un derecho divino totalmente inventado.
Allí empezó todo. La civilización del homo europeo se arrogó el derecho de animalizar, degradar y criminalizar a los otros, oscuros, amarillos, verdes, morenos. Todo aquello que fue a descubrir. Con esa naturalidad los marinos españoles se apropiaron de imperios enteros en un continente nuevo, que sencillamente consideraron propiedad de su rey. Enseguida se sumaron los portugueses para repartirse América, despertando la envidia de las viejas pandillas de cruzados ahora convertidas en reinos que se volvieron antipapistas convenientemente. El homo europeo había descubierto su destino: apropiarse de todo, exprimirlo poniendo a trabajar en ello a los naturales que degrada y deshumaniza, concediéndoles la limosna de cristianización o muerte.
Ni tardos ni perezosos, británicos, franceses y holandeses se lanzaron al asalto de los mares y los continentes. Y a todos lados llegaron para someter y degradar a las gentes, usarlas y a veces, ¡ups!, exterminarlas, como ocurrió en las Antillas. Y ahora, ¿qué bestia humana iba a realizar las faenas de la civilización? El inconveniente se resolvió con la importación de otros subhumanos, cazados y secuestrados masivamente en el continente negro.
Pronto los ingleses sacaron ventaja, se expandieron por Norteamérica, dominaron el subcontinente indio, y el chino, con menos éxito. Reinvadieron Medio Oriente. Descubrieron y se adueñaron de la vastedad australiana poblada por las personas de civilización más antigua en el planeta; enseguida las rebajaron físicamente, les descuartizaron el alma. Muy al estilo implementado en Canadá y Estados Unidos, recluyeron a los nativos en campos, reservaciones y territorios ayunos de derechos, les arrebataron sus hijos para blanquearlos mientras el homo europeo construía prosperidad con sus propias y viriles manos, y las de sus esclavos importados.
La crueldad y la avaricia inherentes a la civilización que inventó el capitalismo (reino de mil años que se acerca a su fin) ha marcado al mundo en lo humano, lo biológico, lo atmosférico, lo mineral. Domeñó las almas. Convirtió las Áfricas en un cementerio de humanos inferiores, una cadena monumental de esclavos y una fábrica de riqueza estratosférica.
Así como las Indias bañaron de oro al Vaticano y los reinos de España y Portugal, India, Indochina y África alimentaron la voracidad de Albión y la Francia que, llegada su hora, devendría napoleónica con su gran invento racionalista: no sólo Dios hace a los reyes, también el individuo con su regalada gana. Lo de hoy son presidentes y primeros ministros, el tiempo de los dictadores europeos ya pasó y sólo quedan tiranías en países parias o en guerra. Las naciones negadas (Kurdistán, Sahara, Palestina) no cuentan. Los verdaderos dictadores son electos democráticamente en las metrópolis del homo europeo, o presiden consejos de administración globales.
El homo europeo ya se distinguió por su entusiasmo para entre matarse sin piedad durante las guerras europeas y la guerra civil estadunidense, pero nunca ha tirado la bomba atómica contra cristianos, como advertía Mumia Abu Jamal. Donde amaga con hacerlo son tierras de infieles (hoy que el Islam es su bestia negra los llama terroristas, aunque esa aberración islámica, como las dictaduras latinoamericanas, árabes y africanas, es producto directo de la intervención del homo europeo).
El mundo de los que nunca han inventado nada, nunca explorado nada, nunca han domado nada (Aimé Césaire), colonizado, exprimido, doliente y milagrosamente vivo toca las puertas de la fortaleza de la civilización superior, la ganadora, la dueña. Y ésta los rechaza, los criminaliza, los vuelve a degradar, ahora como ilegales.