Bellinghausen: Mono, mano, humano

Por Hermann Bellinghausen

Si no fuera por las manos, no seríamos gente. Sin embargo Henri Focillon, precursor del pensamiento artístico y estético contemporáneo, da a entender lo contrario en su exquisito ensayo Elogio de la mano. El ser humano hizo la mano, sostiene. Según esto, la humanidad habría separado a la mano del reino animal, liberándola de una servidumbre antigua y natural. Sería un instrumento creado por el Homo sapiens.

Acaso es lo contrario. Los estudios de la evolución han documentado cómo la oposición del pulgar implicó un salto fundamental para que se humanizara el mono. ¿Estuvo allí la chispa que incendió la inteligencia de quienes ocuparían la cúspide evolutiva de una naturaleza indiferente y cruel? La mano habría generado la intención, la idea. No al revés.

Focillon, nacido en 1881, hijo de un reputado grabador amigo de Claude Monet y Auguste Rodin, pronto se especializó en temas medievales y arte occidental en la bisagra entre dos siglos, en lo clásico y su vocación de modernidad. Estudió la forma a fondo. Investigó su historia en la escultura románica y gótica, la encrucijada del año mil cristiano y finalmente en La vida de las formas, que publicó, junto con su Elogio de la mano en 1934 (Colección Ensayos, Escuela Nacional de Artes Plásticas, UNAM, 2010. Traducción de Fernando Zamora Dávila).

Dejando de lado si primero fue la gallina o el huevo, la mano o la inteligencia, encontramos en Focillon algunas conclusiones lúcidas sobre nuestro par distal de extremidades superiores. Son rostros sin ojos ni voz, pero ven y hablan. Esto lo confirma la experiencia de los ciegos que tocando clavan en la cosas una mirada precisa.

También dejan oír y hablar a los sordomudos. Ya se institucionalizó el doblaje en televisión y discursos para estas personas. Un estupendo testimonio-reportaje de Diego Enrique Osorno (Un vaquero cruza la frontera en silencio, Conapred, México, 2011) relata los avatares de un tío suyo, Gerónimo González Garza, héroe sordomudo transfronterizo que domina el idioma sordo de México y el más extendido y desarrollado idioma sordo de Estados Unidos; en cada país son distintos, y con rasgos regionales, como el habla. El sordo norteño y el yucateco tienen modismos en lo pronunciado por las manos.

Focillon las persigue como aventureras de la creación artística. Esos cinco seres llamados dedos son modelo de colaboración. Esas dos manos, gemelas pero diferentes; lo que la zurda sabe lo ignora la mayoría diestra. De uno u otro modo trabajan en equipo, son complementarias, definen la oquedad del espacio y a la vez la solidez de las cosas que las llenan. Sin la mano la geometría no existe. Ni la danza. Además, la poética del mundo exige una especie de olfato táctil.

Y pensar que a puro tacto escultórico retrató Edgar Degas (no mencionado por Focillon) a las pequeñas bailarinas de su último periodo, ya ciego y en la ruina.

El máximo de la especie humana para Focillon consiste en la creación de un universo concreto y diferente a la naturaleza. Crea una realidad que no existía. Las manos definen una armonía superior en el campo de los instintos. Ello explicaría la prodigiosa proyección de las manos para hacer música y carpintería. Entre las manos y la herramienta (el instrumento) existe una amistad que no terminará nunca.

Para el autor, que no conoció nuestra tecnología robótica inteligentemente artificial, sólo la mano produce el arte. Aún considera a la extremidad como memoria milenaria de una especie humana que no ha renunciado al privilegio de la manipulación. Un siglo después de su escrito, por fin la mano comienza a ser innecesaria.

De la mano depende la relación material y espiritual de los materiales. De la roca, la madera, el mármol, la mano extrae La Pietá, de Miguel Ángel; de la obsidiana, el mono araña mexica. Del hilo que proporciona la oveja la bordadora ilustra e ilumina la apariencia que viste los cuerpos.

La mano siente. Lee braille. Acaricia. Agarra, rasguña, abofetea abierta y golpea cerrada cuando en el box descuenta y cuenta hasta 10 usando el total de los dedos. Salva de la soledad genital y perpetúa la posibilidad orgásmica. Pinta, escribe, suma y resta, dicta órdenes, acusa, distingue, bendice, condena, saluda banderas. Es todo lo que somos, lo que podemos, lo que soñamos despiertos. La leyenda del apóstol Tomás refiere que no creyó hasta tocar la llaga de Cristo con los dedos.

Estar a mano es lo mejor que puede pasarnos. Cuántas veces el amor nace de ver o sentir la belleza de otras manos, su expresividad, su ternura en movimiento, su firmeza, su precisión para clavar un clavo o suturar una arteria.

En el pensamiento materialista y ateo ocupa el lugar del alma. Puerta giratoria para que entre y salga el pensamiento, deviene acción, realidad, ancla, saludo y despedida. Traza las palabras, les dicta la respiración. Auxilia en todo a los brazos. Las manos son la cereza en el pastel de los abrazos, la joya de la corona del rey y la reina de la creación. Lástima que también sean tan eficaces para romper, destruir, estrangular, cerrar las puertas.

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