Cuento: Querétaro

Por Karina Ledezma y Jesús Chávez Marín

Alfonso llegó a las seis de la mañana, o tal vez dos horas antes; yo que lo conozco estoy segura de que se esperó a que clareara para no despertarme de noche. Entró a donde estaba yo dormida y me dijo quedito:

―¡Sorpresa, Regina!

Abrí los ojos como en sueños, en todo caso un sueño casi alcohólico, porque Margarita, Carlos y yo habíamos salido del antro a las dos de la mañana y todavía le llegamos a casa de unos amigos de Diana dizque al menudo, pero más bien a seguir pisteando.

―¿Alfonso? Qué haces aquí… y tan temprano.

Diana y Margarita habían rentado por tres meses una casa muy hermosa en el centro de Querétaro, a donde habían venido para producir una película. El Conacine les había otorgado un montón de dinero y, la verdad, el filme iba muy bien, habían contratado de protagonistas a dos actores de la Compañía de Teatro de la UNAM, que dirigía Luis de Tavira. Carlos, el novio de Margarita, me invitó a que lo acompañara a esta ciudad para visitarla, aprovechando que estábamos de vacaciones.

―Pues vine a verte, nomás. Desde que salimos del Bachilleres no nos habíamos visto, Regina, y la verdad me entró nostalgia; tu mamá me dijo que andabas en Querétaro, me dio la dirección y, pues, aquí estoy.

Alfonso y yo fuimos novios cuando estuvimos en el Colegio de Bachilleres, durante buen tiempo parecíamos la pareja ideal, andábamos juntos por todos lados, fiestas, bodas, cine, viajes, bautizos, y hasta nos poníamos en mismo equipo cuando los profesores encargaban trabajos de grupo. Nos amábamos como un par de arbolitos de durazno que crecieron cerca uno del otro en algún patio. Pero ahora lo único que me preocupaba era que me viera en estas fachas y con la resaca a cuestas. Para él siempre anduve bonita, jamás me había visto como ahora, toda greñuda.

―No, ya en serio. Dime qué andas haciendo en Querétaro. ¿Te ofreció Diana un papel en su película?

―No, de veras. Solo vine a verte. Desde hace meses he andado pensando mucho en nosotros; ya ni siquiera me queda muy claro por qué de repente dejamos de vernos para ya nomás escribirnos de vez en cuando algún mensaje sin chiste en el Whatsap ―dijo él sin dejar de verme con esa mirada suya, en la que yo era la única mujer que existiera en algún paraíso.

Pero yo no lo miraba igual, para entonces era toda una recién casada y eso se le olvidó a mi mamá decírselo, qué gacha mi jefa. Yo tampoco se lo dije y, pues, decidí complementar mis vacaciones con mi noviecito Alfonso, que seguía siendo tan lindo como siempre. Y tan guapo.

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