Por Guadalupe Ángeles
“He sido un buen mediocre”
Juan Manuel Velasco
Imagino que esta frase encantará a mis detractores, a esos seres abstrusos que se alegran de la desgracia ajena, a los envidiadores profesionales. En fin. No es a ellos a quienes se inclina mi pensamiento cuando recorro imaginariamente los campos donde mi talento ha ido siempre a pastar. Me explico. Por mala educación sentimental he sido siempre lo que podría denominarse (sin faltar a la vedad) una Fan declarada del “Amor”, así, en mayúsculas y tantas veces sin comillas, con ellas y en minúsculas. Falta de mundo, dirán ustedes; exceso tal vez, diría yo, jugadora asidua de la competición entre los distintos destinos y personas que me habitan, para llegar a una meta siempre precisa y siempre desalentadora, se alcanzase o no. Como quien se deslumbra por un color y descubre que al ser iluminado por luces distintas pierde brillo y maravilla.
Así fue. Me fingí directora de escena, a cual más eficiente o lo contrario, y dibujé sobre el paisaje desértico de la cotidianeidad historias fabulosas o escenas en blanco y negro a la vista del espectador despistado, pero multicolores ante quienes íntimamente dirigieron conmigo despropósitos a espaldas de la realidad. ¿Qué otra cosa es el esqueleto que sostiene la carne de cualquier milagro con el cual encontrarse en medio del desierto? Si se dice comúnmente que sin un propósito no se puede vivir, afirmo, sin mentir, que viví buscando despropósitos sin tomar en cuenta la buena o mala fe de mis coprotagonistas.
Pasado el tiempo, todo fue depositado donde a la marea de la vida más le convino, no me llamo a engaño, siempre supe, en lo profundo, que entre ser y fingir ser, solo hay apenas una micra de distancia, frontera mudable en un parpadeo apenas se deseara, permanecer y huir son solo movimientos momentáneos, la eternidad puede durar apenas unas horas, lo sé, es cuestión de la química cerebral, cualquiera lo sabe, la clave está en creerse el autoengaño o despojarse, por higiene mental, de los mitos que nos regalaron en la adolescencia.
Conocer la propia verdad no cuesta nada, nadie nace sabiendo, es cierto, pero cada máquina humana, cada cuerpo, equipado convenientemente con su particular conciencia, toma de cada experiencia lo necesario.
Llamarme mediocre es otro juego, no creo en el autoescarnio y ninguno de nosotros (pregunte a su abogado de confianza) está obligado a autoinculparse.
No creo en las palabras, simplemente.