La mejor caricatura previa al debate entre los peculiares aspirantes a la presidencia en los Estados Unidos ponía al Trump ataviado con el uniforme anaranjado de los presidiarios, frente a un podio y custodiado por un gendarme armado; a la derecha, en el otro podio, dibujaba a un Joe Biden frágil, con bata de enfermo, y atendido por un médico pendiente de su salud. Una profecía… nd
El encuentro en sí fue un descalabro para el Partido Demócrata y para muchos que tienen puesta una lábil esperanza en el presidente actual: Joe Biden se mostró titubeante, poco enfocado y falto de atención al grado que se especuló si está mostrando señales de senilidad pues tiene 82 años, quizá Alzheimer, que lo inhabiliten para desempeñar el cargo al que aspira.
Alguno de sus ayudantes mencionó que estaba afectado por una gripe; el mismo Biden explicó que eran efectos del cansancio por haber realizado dos travesías internacionales el mes anterior. Para muchos, esta excusa constituyó una aceptación de una positiva discapacidad pues el viajar es una de las tareas del presidente de esa nación.
Donald Trump se quiso mostrar sólido, presidencial, poseedor de una salud física de hierro y, a sus 78 años, en mejor forma para desempeñar el puesto al que aspira de nuevo. Si bien proyecta una imagen vigorosa, su discurso plagado de mentiras y embustes lo exponen como un mentiroso patológico.
Para muchos analistas serios, y ciudadanos sensatos, el debate mostró un mandatario débil, quizá con problemas en el futuro, y sembró dudas sobre su desempeño en los siguientes cuatro años. El Partido Republicano, previsor y desalmado, mostró durante el evento, un comercial describiendo a Kamala Harris, la vicepresidenta, como una mujer incapaz, indoamericana, morena y un peligro para el país si Biden dejara el cargo y ella arribara a la presidencia. Aun así, muchos afirman que el mandatario debería hacerse a un lado y dejar la candidatura a alguien más joven: La misma Kamala, o el gobernador de California, Gavin Newson, o la gobernadora de Michigan, Gretchen Whitman; pero al parecer nadie se atreve a poner el cascabel al gato, no los vayan a tildar de ingratos y desleales.
El Donald, por su parte, construyó un discurso plagado de falsedades y de embustes que deberían también inhabilitarlo para el cargo, pero que no parecen molestar a muchos estadounidenses. Tampoco parece causarle mella el hecho de que hace unas semanas fue condenado por un jurado de Nueva York por falsificar registros comerciales para encubrir los pagos a una estrella porno con quien mantuvo relaciones sexuales: Se le declaró culpable de varios delitos que podrían llevarlo a prisión. Pero eso no lo inhabilita para contender por la presidencia, como tampoco el hecho de que tiene pendientes acusaciones por haber intentado revertir los resultados de la elección que perdió contra Biden; y también por haber instigado el asalto al Capitolio para forzar a los legisladores a no declarar presidente electo a Biden. En este episodio falleció un elemento de seguridad…
Ahora bien, esta semana Trump recibió un obsequio inusitado: La Suprema Corte de Justicia, compuesta por nueve magistrados de los cuales tres fueron nominados por Bush y otros tres por el mismo Trump, sentenció por seis votos que un presidente en funciones, para cumplir a cabalidad con su responsabilidad, tiene el derecho a inmunidad absoluta contra el procesamiento penal por aquellas acciones de carácter oficial que llevó a cabo durante su mandato. Ahora es cuestión de que sus abogados logren definir como acciones de “carácter oficial” los delitos de los que se le acusa. Ya están intentando demostrar que falsificar documentos y efectuar pagos para silenciar a la mujer con quien tuvo relaciones puede calificarse como de carácter oficial…
Parece patente una cierta incapacidad colectiva para nombrar candidatos, y posibles gobernantes, a personas no afectadas por mala salud o profunda y evidente deshonestidad: Algo anda muy mal en el sistema…