García Chávez: Constitucionalismo de última hora

Por Jaime García Chávez
López Obrador inició su mandato valiéndose de símbolos y así desea concluirlo. Utilizando el 5 de febrero, Día de la Constitución, presentará un conjunto de iniciativas que habremos de conocer en los próximos meses, junto con los debates congresionales que se realicen y las opiniones de expertos que seguramente circularán por los medios de comunicación.

Desde ahora se pueden afirmar dos o tres cosas que no han de perderse de vista: seguramente algunas propuestas de reforma constitucional serán progresivas y pertinentes, y por tanto dignas de apoyo. Otras serán controversiales y probablemente no alcancen la mayoría requerida para figurar en la Carta Magna, y en su conjunto buscarán acreditarle instrumentos de intervención en el proceso electoral que ningún Presidente ha tenido hasta ahora. Eso por una parte, y por la otra, saciar esa hambre de historia que busca el Presidente, en este caso arrogándose el título de constitucionalista consumado. Habrá que ver en qué resulta todo esto.

Siendo López Obrador un político que no esconde sus grandes ambiciones, es lógico que a las puertas de una elección tan importante como la de mediados de este año, no deja la oportunidad para el procesamiento de esa reforma a un tiempo en el que se haya consumado la consulta, decidida la elección de la Presidencia de la República, y la futura composición del Congreso de la Unión.

Cualquiera pudiera pensar que decisiones de este calado ya no le corresponden a él, máxime por el carácter plebiscitario que tendrá la elección y que, en todo caso, debiera quedar en manos de Claudia Sheinbaum si esta fuese la electa, como lo apuntan hasta ahora las encuestas y los factores reales de poder.

Está claro que no. Para López Obrador lo importante es el mensaje de que se seguirá gobernando como él lo concibe, instrumento muy importante en potencia para tornarse el hombre fuerte de México, o un factor inequívoco de poder en la Nación, así esté recluido en su finca tabasqueña.

Tener una nueva Constitución, o una Constitución producto de la parchología, como la catalogó por un tiempo Porfirio Muñoz Ledo, o con artículos fundacionales como pretende el Presidente, no es cualquier cosa; es un asunto de interés nacional que se debe deliberar ampliamente porque es precisamente el documento superior que constituye al país, a la Nación y sus relaciones con un mundo altamente interrelacionado en el que ya no se puede tener una visión insular, como la que es claro ha tenido el Ejecutivo actual, quien ha sostenido la peregrina idea de que la política internacional del país se decida atendiendo exclusivamente la vida interior. Eso ya no existe, y un estudio cuidadoso de la política internacional de México lo demuestra sobradamente.

Ahora que se dan estos vientos de neoconstitucionalismo, de abandono de ideas válidas de nuestro liberalismo mexicano, sería más que conveniente que los políticos mexicanos leyeran la obra de don Daniel Cosío Villegas denominada La Constitución de 1857 y sus críticos. Vaya que hay lecciones ahí que valen para estos tiempos.

Pero no adelantemos vísperas, examinaremos con cuidado el paquete reformador que presente el Presidente, aprovechando el símbolo que se concreta en un día como el 5 de febrero. Y lo hacemos porque es competencia soberana de nosotros, los ciudadanos.

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