Este viernes 2 de febrero, se celebró el Día de la Candelaria, una fiesta religiosa colmada de tradiciones y significados. Es también una ocasión para comer tamales y fecha en que deben cumplir su compromiso los que encontraron el Niño en la rosca de Reyes, el 6 de enero: Les toca llevar los tamales para cerrar el ciclo ritual.
En la Iglesia este día se celebran dos acontecimientos: El primero es el fin de la cuarentena de María después del parto, momento en el que se presentaban las madres para ser purificadas, y segundo, la presentación del Niño a los sacerdotes. En el calendario litúrgico se conoce como la fiesta de la Presentación del Niño Jesús en el templo y la Purificación de María.
La celebración tiene raíces añejas. Desde muy pronto hubo en aquel cristianismo primitivo procesiones que rememoraban el camino de madre e hijo al templo, para cumplir el precepto judío, y llevar una paloma para el sacrificio; en el ritual cristiano se la cambió por velas, de ahí el nombre, día de las candelas. Pero la costumbre de encender fogatas y cirios en estos días tiene mucha historia: Los celtas festejaban con hogueras y lámparas la cercanía de la primavera y rogaban por la fertilidad de sus rebaños. Más tarde, en Roma, celebraban las Lupercales en febrero, varios días un tanto desenfrenados en los que hacían procesiones iluminadas con candelas y los jóvenes azotaban simbólicamente a las muchachas como haciéndolas suyas y buscando provocar la fertilidad de ellas, rebaños y cultivos. Eran fiestas propiciatorias, aún lo son.
Se dice que la fiesta actual tuvo su origen en las Islas Canarias cuando se encontró, a fines del siglo 15, una imagen de la Virgen con el Niño y se le empezó a rendir culto el día de la presentación en el templo. Actualmente esta denominación mariana es la Patrona de Canarias. En algunos lugares del Hemisferio Norte este día inician los preparativos de la siembra anual; se implora, pues, buen clima y abundancia.
En nuestro País los mexicas celebraban a principios del año el Atlacahualo con sacrificios a Tláloc, para implorar lluvias y buen ciclo de siembra del maíz. No es coincidencia que en nuestros pueblos se use el grano del año anterior para preparar y comer tamales el Día de la Candelaria: Se cierra un ciclo y se prepara el siguiente. Los tamales dan satisfacción y restauran fuerzas para las labores agrícolas que vendrán.
Pero también es el día que se presentó el Niño Jesús en el templo. En México se acostumbra llevar una figura del infante bebé vestido con ropas adecuadas para la ocasión. Hay toda una manufactura artesanal para confeccionar los atuendos para la figurilla. En el Centro y barrios de la capital, y muchas localidades, se encuentra uno con letreros en casas y comercios advirtiendo “Se visten Niños Dios”, para que sea llevado a bendecir guapo y elegante.
Fueron los conventos de monjas, durante la Colonia, donde iniciaron la costumbre de acicalar la figura. La tradición dictaba que cuando era nueva la efigie se la debía vestir de blanco; al segundo año ya se podía usar algún color y al tercero se le engalanaba como rey y con corona: Ya estaba en edad, se decía, para hacer milagros.
Y ahora tenemos una fiesta en la que recordamos la presentación del Niño, y llevamos su figura a la iglesia arreglado con cierta elegancia, para luego volver al hogar, comer tamales y alegrarnos por lo que tenemos y lo que vendrá.
Cuando lo hacemos nos inscribimos en una tradición cristiana que tiene raíces judías y ramificaciones celtas y romanas antiquísimas, es la luz que renace y es, decimos, Jesús Niño. Y también tomamos, en un sincretismo profundo, los usos y costumbres de nuestros pueblos originarios que centraban sus ritos en el maíz sin el cual, afirmaban, no hay vida y tampoco comunidad.
Ernesto Camou Healy es doctor en Ciencias Sociales, maestro en Antropología Social y licenciado en Filosofía; investigador del CIAD, A.C. de Hermosillo.