Por Ernesto Camou Healy
Esta semana el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, pronunció un discurso ante el Consejo de Seguridad en el cual afirmó: “Que los ataques de Hamás no vienen “de la nada”, sino después de que los palestinos han estado sometidos a 56 años de ocupación asfixiante”. A continuación afirmó: “Los palestinos han visto cómo su tierra era constantemente devorada por los asentamientos y asolada por la violencia; su economía, asfixiada; su población, desplazada, y sus hogares, demolidos. Sus esperanzas de una solución se han ido desvaneciendo”.
Guterres, que lleva ocho años como Secretario General de la ONU, aludió también a los ataques de Hamás: “He condenado inequívocamente los horribles actos de terror sin precedentes perpetrados por Hamás el 7 de octubre en Israel. Nada puede justificar el asesinato, las heridas y el secuestro deliberados de civiles, ni el lanzamiento de cohetes contra objetivos civiles”.
Guterres insistió en que la solución debe tomar en cuenta las necesidades y aspiraciones de los palestinos, cuya tierra fue dividida para acomodar a la población judía proveniente de una multitud de países, y que aspiraban a constituir una nación en esa comarca que había sido cuna y heredad del pueblo judío.
Pero para hacerlo desplazaron y despojaron al pueblo palestino que había ocupado el territorio por más de 19 siglos. El objetivo fue asentar, en la mitad de la Palestina, al pueblo judío para que repoblara su “tierra prometida”. Pero esa decisión implicaba relocalizar a los palestinos en la mitad de su posesión ancestral, y no en un territorio único, sino en porciones separadas geográficamente.
En este acuerdo, a Israel le tocaría un 55% del territorio de la Palestina, y a los palestinos un 45% dividido en varias fracciones: La Franja de Gaza, al Sur, que era más del doble que la actual; Cisjordania, que ocupaba quizá una cuarta parte del territorio inicial y se extendía de Sur a Norte en el Oriente, colindando con Jordania, más la fracción oriental de Jerusalén y los Altos de Golán, en la esquina Noreste del territorio.
En 1948 Israel proclamó su independencia y en las décadas siguientes Egipto se anexó la Franja de Gaza; y Jordania, la Cisjordania. Israel, por la “guerra de los seis días” en 1967, recuperó los territorios de los palestinos, y ocupó el Sinaí y una porción del Sur del Líbano. En 1978 retornó a Egipto el control sobre el Sinaí, pero mantuvo ocupados militarmente el resto de los territorios palestinos, a los que controla el tránsito de las personas, los suministros de agua, electricidad y víveres y destruye las casas que considera se han utilizado para atacarlo. Esto ha sido posible por la fuerza militar y por el apoyo absoluto de los Estados Unidos.
Ahora, la Autoridad Nacional Palestina controla y administra solo algunas porciones de la Cisjordania, pero no un territorio unificado.
En este contexto histórico, lo dicho por Guterres, sobre la desesperación palestina y su condena al ataque de Hamás contra un festival judío hace unas semanas, motivó que el representante de Israel ante la ONU, anunciara que “debido a sus palabras, no daremos visados a los representantes de la ONU”, y solicitara la renuncia de António Guterres: “Ha llegado el momento de enseñarles una lección”, terminó, soberbio.
Pero fue el mismo Guterres quien apuntó al camino a seguir:
“Ni siquiera en este momento de peligro serio e inmediato podemos perder de vista que el único fundamento realista para realmente lograr la paz y la estabilidad es una solución biestatal. Los israelíes deben ver materializadas sus legítimas necesidades de seguridad y los palestinos deben ver realizadas sus legítimas aspiraciones de tener un Estado independiente. Por último, debemos ser claros respecto del principio de que hay que respetar la dignidad humana. El alud de desinformación está avivando la polarización y la deshumanización. Debemos oponernos a las fuerzas del antisemitismo, la intolerancia antimusulmana y todas las formas de odio…”