Camou: “Los caminos a Magdalena”

Por Ernesto Camou

Estas últimas semanas, en los caminos que llevan hacia Magdalena de Kino se han visto numerosos grupos de peregrinos que acuden a suplicar el favor de San Francisco Javier, cuya imagen se venera en esa comunidad, centro de la Pimería Alta, desde fines del siglo 17.

Se dice que el padre Francisco Eusebio Kino, S. J. viajó desde el Centro de la Nueva España llevando una imagen yacente del Santo jesuita, y al arribar a la misión de Magdalena la recua que cargaba la efigie se negó a proseguir el viaje hasta San Xavier del Bac, destino del cargamento. No hubo más remedio que dejar la figura en la iglesia local para que ahí se la venerara. Por más de dos siglos atrajo fieles y creyentes, y ganó fama de “Santo milagroso” hasta que, durante la persecución religiosa en Sonora, hace casi 100 años, un celoso fanático expropió la imagen y la quemó.

Pronto se consiguió otra efigie del Santo y se reanudaron el culto y las peregrinaciones hasta el punto que actualmente la fiesta de San Francisco Javier es la celebración religiosa y popular más importante del Norte de Sonora y el Sur de Arizona. Ahí convergen los O´odham en sus denominaciones de pápagos y pimas, más yaquis de Arizona, junto con los cahítas, yaquis y mayos del Sur de Sonora, más algunos pimas de la sierra sonorense. A ellos se les suman miles de vecinos de la región que se acercan a festejar al Santo y encontrarse con amigos y conocidos que participan en el peregrinaje. Hay misas y los fieles hacen colas para llegar hasta el Santo acostado, le rezan y se acercan para intentar levantarlo desde los hombros. Si logran una ligera elevación es señal de que Francisco Javier los aprueba; si lo encuentran muy pesado, deben hacer un examen de conciencia y un acto de contrición antes de volver a acercarse, con cierto temor, a alzar al Santo.

Lo curioso es que tal devoción tiene lugar el 4 de octubre, fiesta de Francisco de Asís, y no en la de Francisco Javier, uno de los primeros compañeros de Ignacio de Loyola, cuya fiesta se conmemora el 3 de diciembre. Más notable resulta verlo postrado con su sotana jesuítica y la casulla sacerdotal, revestido con el hábito franciscano, cuando el de Asís siempre fue un humilde fraile, pero nunca sacerdote.

Hay un equívoco piadoso que coloca a un Santo varón en el lugar del otro; y conmemoran, en el día del uno, al otro, de tal suerte que parecen hacer de dos personajes históricos, uno italiano, el otro navarro, un solo santo empatados ambos por su nombre, por más que el apelativo, Asís o Javier, los revela desiguales.

Para entender la tergiversación hay que remontarse a la expulsión de los religiosos de la Compañía de Jesús de los territorios españoles, en 1767. Para esa fecha los jesuitas tenían más de siglo y medio conviviendo con los naturales del Noroeste novohispano, y casi un siglo de que el padre Kino introdujera en la pimería la devoción a Francisco Javier. Fue entonces que se llamó a los franciscanos para sustituir a los expulsos. Ellos continuaron la evangelización de los indígenas y quisieron introducir la devoción a su fundador, para lo cual cambiaron la fiesta del 3 de diciembre al 4 de octubre, día de Francisco de Asís. Al parecer la población no tuvo reparos en adelantar dos meses la festividad, pero de ninguna manera aceptaron el cambio de la imagen: El Santito había probado su eficacia y compasión, y no iban a admitir a uno distinto, por más que hablaran maravillas de él.

Fue así que los piadosos monjes debieron resignarse a festejar al seráfico varón de Asís, con misa y servicio en su nombre, pero con la efigie de un jesuita, también bienaventurado. Al fin uno es tan respetable como el otro, han de haber recapacitado…

Ernesto Camou Healy es doctor en Ciencias Sociales, maestro en Antropología Social y licenciado en Filosofía; investigador del CIAD, A.C. de Hermosillo.

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