Por Jesús Chávez Marín
Podría haber soñado que andaba de paseo por una pequeña ciudad azul. Que era yo un juguete de bronce al que un niño desplazaba por la plaza con manos cuidadosas.
Allí me reunía con mi amigo Martín Márquez, ya de adultos los dos después de haber jugado tanto en nuestro barrio de infancia cuando teníamos cinco años y que luego se fue a vivir a otra ciudad y no nos volvimos a ver.
También estaba una mujer de bronce hermosa y muy lista, no tanto como tú ni lo uno ni lo otro, pero eras la protagonista del cuento. Del sueño.
Nos habíamos reunido porque teníamos una misión: rescatar un libro de gran sabiduría que había permanecido oculto en uno de los subterráneos de La Catedral, para depositarlo en la biblioteca pública de la universidad, al alcance de todos los lectores.
Una poderosa corporación financiera de juguete se había dado cuenta, al igual que nosotros, del valor de aquel códice. Planeaba apropiárselo por las buenas o por las malas para beneficio exclusivo de sus mega intereses.
Entonces, nosotros seríamos los héroes al rescate de la humanidad.
Y luego desperté.
En aquel sueño lo más hermoso es haberte hallado en él, mirarte en el tiempo infinito que transcurre en la región del inconsciente.