Por Jaime García Chávez
La muerte de Pablo González Casanova nos ha consternado. Tuvo una larga y fecunda vida, consagrada a la indagación en ciencias sociales (política, historia, antropología, sociología) y se le extrañará por su influencia en agendas relevantes para el país; vaya como ejemplo su rectoría en la UNAM y el papel que desempeñó durante el levantamiento indígena en Chiapas en 1994.
Tuve la oportunidad de escucharlo en alguna de sus conferencias, departir con él en Durango en una provechosa reunión en la que se deliberó sobre temas de participación electoral. Puedo decir que por siempre sus textos influyeron en mis tareas políticas de oposición al autoritarismo mexicano, y desde luego estoy en deuda con él por mi formación intelectual. En otras palabras, fui su lector desde el lejano 1965, año de búsquedas para mí.
Aunque la muerte, según Miguel de Cervantes, es espantosa venga con el traje que venga, ciento un años de vida de González Casanova es una faena con ropajes privilegiados por tanto tiempo y tan bien vivido. Ahí están sus obras imperecederas, todo un legado que se prolonga en aliento y reto.
En esta entrega quiero recordar cómo me encontré con la obra de don Pablo. Transitaba en la Escuela Preparatoria de la Universidad de Chihuahua y tenía un pie en la Escuela de Derecho, entonces un centro de insurgencia estudiantil y resistencia, aparte de su calidad académica –nada del otro mundo–, respetable, y fue entonces que me encontré en librerías la obra La democracia en México, concretamente el ejemplar 2057 que aún conservo con celo, y puse manos a la obra emprendiendo su lectura.
El libro me abrió horizontes, me llevó a muchas otras lecturas, y lo tengo hasta ahora como imprescicindible. Se que ha envejecido, pero tiene un sitial eminente en las obras que contribuyen al más profundo conocimiento del país y uno de sus problemas gigantescos: las posibilidades de instaurar un sistema democrático.
En el periódico estudiantil Amistad universitaria, reseñé parte del libro y hasta afirmé que la Revolución mexicana había cumplido su ciclo y se hacía necesaria otra. Eran los tiempos brillantes de la Revolución cubana, un faro latinoamericano que aún no se deshonraba. En Chihuahua, la guerrilla había estremecido al país, luego del fallido Asalto al Cuartel de Madera, en septiembre de 1965, y a continuación los sobrevivientes que se dispusieron a seguir la misma senda. En pleno 1968, cuando el Movimiento Estudiantil estaba en uno de sus momentos culminantes, se derrotó al segundo intento, encabezado por Óscar González Eguiarte.
Simpaticé y milité en esa guerrilla, pero siempre recordaba a don Pablo, que en el capítulo donde escudriñó las posibilidades de la democracia para nuestro país, y expone la vertiente marxista del análisis, citó enfático a Ernesto Guevara: “Donde un gobierno haya subido al poder por algunas formas de consulta popular, fraudulenta o no, y se mantenga al menos una apariencia de legalidad constitucional, el brote guerrillero es imposible de producir por no haberse agotado las posibilidades de la lucha cívica”. Ese matiz, si la palabra es válida, no se tomó en cuenta y se pagó con sangre, durante la guerrilla rural, urbana, y sobre todo la atrocidad de la Guerra Sucia.
La democracia en México, además, fue central a la hora de redactar la tesis profesional denominada La reforma política en México que postulé conjuntamente con mi compañero Rogelio Luna Jurado. En fin, muchos recuerdos se agolpan en la mente a esta hora del deceso del doctor González Casanova.
Deseo referir dos aspectos para recordar el México de mediados del siglo pasado y contrastarlo con lo que tenemos al día de hoy. Tienen que ver con las fuerzas armadas y el papel de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
En la obra de González Casanova el Ejército se analizó como un factor real de poder, y sin duda resultaba alentadora la apreciación formulada y que parecía una tendencia histórica. El Ejército era entonces de 50 mil hombres, los egresos del Presupuesto para mantenerlo disminuían el poder militar: tenía el 44 por ciento del total del Presupuesto General de Egresos en 1925, y para 1960 disminuyó a un 11 por ciento, cayendo hasta el 7.
Tanto los gobiernos posrevolucionarios de Calles, Cárdenas y Ávila Camacho, militares emanados de la Revolución, hicieron su parte, y ya para principios de la década de los sesenta, los recursos públicos a la milicia frisaban el 8 por ciento. Veamos el contraste: en el actual gobierno muchas cosas han cambiado, para mal. Si en aquellos años se superaba el militarismo, hoy crece exponencialmente.
Pero Pablo González Casanova no se quedó con esa conclusión en su obra, advirtió que ese militarismo puede renacer, tal y como lo estamos viendo en los últimos gobiernos federales, en particular en el de López Obrador.
Esta temática, además, se conjuga con el papel del Poder Judicial de la Federación, en especial el que juega su Suprema Corte. La obra es clara, hacia aquellos años la Corte, aunque seguía lineamientos del Ejecutivo, tenía cierta independencia reflejada en sus fallos. Ciertamente la naturaleza de los litigantes era distinta, los que llegaban a la Corte planteaban conflictos de los estratos altos de la sociedad, y pocos asuntos provenían de abajo, de campesinos y obreros.
Este México ya es otro, pero hoy nos sorprende tener un presidente que a todas luces quiere gobernar sin contrapesos, que insulta a jueces y ministros del Poder Judicial, que los reta y desafía, ignorando las lecciones de los no pocos análisis que sobrevinieron a la obra de González Casanova y que han fundamentado la necesidad de construir y consolidar una democracia progresiva y con un punto nodal: que el presidencialismo deje de ser el eje de todo, que el presidente de la república se entienda exclusivamente como eso, que es mucho, y que no se dé paso a tenerlo como el jefe de las instituciones nacionales.
Vale la pena releer ahora La democracia en México, porque, como lo dice su autor, no es una obra apologética, pero ni escéptica a ultranza, polarizante entonces. Y no podía ser de otra manera con la dosis de escepticismo que provoca su lectura, porque esta orientación, en un científico social, es característica de gente inteligente.
Hasta siempre, don Pablo.