Por Ernesto Camou Healy
El 2 de julio de 2024 se realizarán las elecciones para Presidente de la República, las legislaturas y un buen número de gobernadores y presidentes municipales. Estamos a menos de un año y medio del día que iremos a las urnas para seleccionar un nuevo Presidente de la República.
No hace mucho, en temporadas como esta, el País era un hervidero de rumores, nervios y cálculos por parte de quienes pretendían mantenerse en las nóminas y presupuestos, adivinar quién iba a ser el elegido de la lista de posibles, impacientes, calladitos y expectantes, por aquello de que quien se moviera no saldría en la foto, como aseguró aquel eterno líder de la CTM, Fidel Velázquez.
La picaresca popular llamaba “tapados” a los que ambicionaban la candidatura por el entonces poderoso PRI, casi siempre miembros del gabinete presidencial, que se morían por ser nominados, pero se mordían las uñas en privado, no fuera a ser que les pusieran el dedo y los quemaran: Todo era esperar la voluntad del Ejecutivo en turno que, en su momento y con alguna discreción, daría una señal a alguien de su confianza para que algún sector de las huestes del otrora partidazo, descubriera la brillantez, idoneidad, patriotismo acendrado y capacidad política de alguno de los aspirantes: Lo “destaparía”, le quitaría la capucha con la que lo dibujaba don Abel Quezada, y las multitudes se desgañitarían en alabanzas, los “te dije, te dije”, los “hace mucho que lo presentía…”, “él sabe desde siempre que cuenta conmigo…” y otras revelaciones brillantes, a posteriori…
A esta competencia por quedar bien con el presunto, acercarse siquiera a los que quizá están cerca, declarar su lealtad pétrea mientras no haya otro mejor ubicado, le llamaban “la cargada”, una embestida un tanto desenfrenada por quedar bien con el ungido, desenmascarado o seleccionado por el Altísimo que moraba en Los Pinos.
Este año no será así, ha dicho el presidente López Obrador y lo aseguran las cúpulas de su partido. El candidato de Morena, declaran, será seleccionado por una encuesta popular de entre aquellos que se inscriban, o los anoten como aspirantes a la candidatura para la primera magistratura.
“Corcholatas” les llaman a esos contendientes porque ese artilugio tapa y protege el contenido de una botella o, quizá de una lámpara de los deseos. Cuando se “destape” la botella conoceremos al designado por el partido que ahora tiene el poder. Pero hay una diferencia con aquellos rituales: Ya circulan los nombres de los aspirantes, no ocultan sus anhelos y aspiran a obtener la aquiescencia del pueblo que participe en la encuesta que seleccionará a quien encabece la fórmula por la presidencia.
Aunque es posible que haya alguno más, por el momento quienes apetecen la candidatura por parte de Morena son, en orden alfabético, Marcelo Ebrard, Adán Augusto López, Ricardo Monreal y Claudia Sheinbaum.
La semana pasada hubo una reunión de los diputados de Morena, y estos figurantes tuvieron la oportunidad de aparecer ante sus correligionarios y, recibir muestras no tan tímidas, de apoyo. Don Adán Augusto contestó algunas preguntas y fue atendido con simpatía. Monreal suscitó menos interés y cierta lejanía. Claudia Sheinbaum fue recibida con gritos de “Presidenta, Presidenta” por algunas diputadas, mientras que Marcelo Ebrard entró con música de mariachi, que interpretaba sin mucho pudor “El Rey” de José Alfredo.
Por lo pronto hay cuatro aspirantes, más lo que se sumen. Es un intento de transparencia, por más que muchos consideren que la mano del que manda sigue presente y activa. Habrá que ver el desarrollo del proceso de selección.
Preocupa, por otra parte, la ausencia de figuras atractivas que representen a la oposición, y que parezcan capaces de gobernar y despertar entusiasmo más o menos genuino: No sabemos si el PRI y el PAN irán juntos, o por separado. Es de esperar que encuentren algún personaje creíble, que parezca capaz, centrado y ponderado. A ver quién se anima.