Por Ernesto Camou Healy
Hoy es el último día de un año que muchos llaman viejo; mañana inicia otro que se considera nuevo, más por convención social, o vana ilusión, que por ser absolutamente novedoso. Nos gusta establecer límites y plazos, nos son útiles para compartimentar la vida, el paso del tiempo al cual tenemos la ilusión de controlar; pero ese lapso que dividimos ayudados por las estrellas o el sol, y ahora los relojes, es, se desgrana y permanece siendo de una manera irrevocable.
Y esta seguridad de que habrá un mañana y un futuro, es lo que nos concede la posibilidad de planearlo, intentar manipularlo y pensar nuestra vida a partir de la hipótesis de que no habrá cambios radicales, en lo individual y también en la colectividad.
El futuro se planea a partir de una seguridad muy poco sólida de que la vida y las cosas permanecerán sin mutaciones fundamentales. Eso nos otorga la confianza de que podremos vivirlo, compartirlo e incluso cambiarlo. Este discernir, un tanto inestable, de que lo venidero será en cierto sentido similar a lo que nos sucedió en lo que llamamos pasado, nos compele a pensar lo que viene como maleable, en alguna medida sujeto a nuestra previsión, incluso como una especie de objeto de algún modo modificable, programable y, sobre todo, intuible.
Esta presunción de manipular el porvenir nos concede una certeza un poco lábil de que podemos apuntalar nuestro futuro. Es el fundamento de una confianza que nos permite ir por la vida sin demasiados sobresaltos, con la esperanza de que no sufriremos alteraciones drásticas o violentas. Los más experimentados saben que el azar puede jugar trastadas y que lo improbable acecha siempre, y amenaza con invalidar planes, previsiones y también ilusiones. Pero conocer nuestro devenir reciente y antiguo, permite ir hacia lo que viene sustentados en una suerte de certidumbre de que podremos prever lo que vendrá, ajustarnos a él y, en alguna medida, aprovecharlo.
Y es precisamente esa convicción lo que nos permite ir en la vida, y hacia la vida, con la seguridad razonable de que el entorno, cercano y distante, nos posibilita subsistir e incluso medrar si actuamos con alguna dosis de prudencia saludable.
Y por eso elegimos una fecha convencional para tratar de recordar, analizar y cambiar lo que somos y hemos sido, con el afán de mejorar, trocar las expectativas y conductas frente al futuro próximo, con la esperanza de vivirlo de mejor manera e incluso crecer o mejorar como persona y también como sociedad.
La epidemia de Covid nos recordó de forma violenta que lo que llamamos normal es un poco ficción, que siempre está por construirse y que eso que llamamos realidad está en permanente cambio, a veces profundo, a veces leve, pero que ese devenir de lo real puede sorprendernos con frecuencia y dar al traste con nuestras previsiones.
Ahora tenemos doce meses por vivir que consideramos nuevos, sin estrenar, pero no son una hoja en blanco, sino la acumulación de vivencias, historias, accidentes y eventualidades que en alguna medida constriñen nuestro actuar, lo limitan y constituyen un campo de acción posible, pero incierto.
Ahora bien, la misma historia, personal y colectiva, nos permite suponer que resulta razonable trabajar en planear ese futuro, por demás incierto, pero que suele funcionar mediante regularidades, en los ciclos naturales, y también en la conducta colectiva de las sociedades, a pesar de que en ellas las sorpresas suelen ser mayúsculas y con alguna frecuencia disruptivas.
Pero incluso con esa probabilidad es más razonable estar preparados para la posible normalidad, y también para lo inesperado, pues el estar siendo en el tiempo nos abre a muchas posibilidades y también oportunidades.
Ojalá que el 2023 sea tranquilo y podamos enfrentar lo inesperado de buen modo: Preparados para las eventualidades y abiertos para aceptar lo positivo y responderle con libertad, alegría y buena dosis de amor.