Por Francisco Ortiz Pinchetti
En la terminología beisbolera, tan rica y sabrosa, esta frase indica la inminencia –o al menos el presentimiento, la intuición—de que un bateador esta por recibir, le tire o no le tire, el tercer strike, que en automático significa quedar out, fuera. Es obvio que no me refiero en este caso a ningún pelotero parado en la caja de bateo en cuenta de tres y dos.
De entrada aclaro que no hago alusión tampoco a la oposición mexicana, que no atina a consolidar una alianza para postular un candidato competitivo que pueda enfrentar con posibilidades reales al equipo del Pejelagarto tabasqueño en las elecciones presidenciales y legislativas de 2024, cuando el calendario electoral se acerca aceleradamente el momento del playoff.
Y no tienen todavía pitcher abridor.
Menos me refiero, ni de ladito, al Senador Ricardo Monreal Ávila, que parece no poder interpretar las señales del manager, de por si contradictorias, sobre la decisión que debe tomar antes del próximo lanzamiento, ya, y que por cierto debe recordar que según las reglas, aun cuando abanique o le canten el tercer strike se puede envasar… en caso de que la pelota se le caiga al cátcher. Ojo.
Ni a alguno de los “corcholatas” presidenciales, no obstante que al menos dos de ellos están ya “en capilla”, con la fatídica “cuenta de los patitos” en la pizarra (dos bolas, dos estrikes y dos outs) que vaticina ponche, como también dicen los cronistas de la pelota caliente.
No, tampoco es una manera eclíptica de predecir el futuro inmediato de Andrés Manuel, que llega ya a la novena entrada de su gobierno sin anotar todavía las carreras que se propuso –y que a menudo presume como logros ya alcanzados–, como el ordenamiento aeroportuario del Valle de México, la refinería de Dos Bocas o el Tren maya, y sobre todo su presunta transformación del país de magnitud equiparable ni más ni menos que a la Independencia de México, la Reforma de Juárez y la Revolución Mexicana.
Me refiero simple y sencillamente a la bebida tradicional mexicana que se acostumbra preparar en estas fechas decembrinas para disfrutar de ella, bien caliente y a sorbitos, en un jarrito de barro en estas noches gélidas del recién llegado Invierno.
A ese ponche me huele, conste.
Y la verdad es que me huele más por añoranza que por presencia, pues cada vez es más difícil tomarse un ponchecito caliente preparado como Dios manda. Antes, era relativamente frecuente toparnos con esa bebida humeante y olorosa en las noches de Posada, como las que están por concluir este sábado. Ahora las encontramos muy eventualmente en las reiniciadas reuniones post pandémicas, aunque si de dar “tips” se tratara les platico que al acceder a el espacio abierto del Instituto Helénico de San Ángel para presenciar la Tradicional Pastorela Mexicana que ahí heroicamente se presenta todas estas noches, casa espectador recibe su jarrito de ponche caliente bastante aceptable.
Claro, no cualquier ponche –o mejor dicho, no cualquier té caliente– merece ese título casi nobiliario. El Ponche, así con mayúscula, obedece a una tradición añeja y muy nuestra contenida en una receta no escrita en la que se enlistan los ingredientes y la manera de preparar esa singular infusión, enriquecida con frutas de la temporada, que no incluyen a la naranja, la jícama, la piña, ni el betabel.
El “piquete” ya va aparte.
Acepto que el nombre de esta bebida pudiera provenir según algunos del hindi “pãc”, que significa cinco, correspondiente al número de ingredientes que originalmente lo componían (aguardiente de vino de palma, azúcar, limón, agua y té); posteriormente se derivó del inglés “punch” una vez introducido en Inglaterra. Sin embargo, me parece que ese menjurje no tiene nada que ver con nuestra exquisita bebida navideña.
Veamos. De acuerdo a mi minuciosa investigación, el auténtico Ponche (porque existes variantes incluso regionales) debe contener las siguientes frutas, a saber: manzana amarilla, guayaba, tejocote, tamarindo, ciruela pasa y caña de azúcar. Punto. En su preparación están presentes además del agua, la flor de Jamaica, la canela en raja y el piloncillo en cono.
La “manera de hacerse” es bien sencilla:
1.-En una olla grande, se hierve el agua a fuego alto. Se agrega la canela, el piloncillo, la Jamaica y hierve por 10 minutos. Se revuelve ocasionalmente para disolver el piloncillo y se remueve la flor de Jamaica.
2.- Se agregan las guayabas, manzana, caña, tejocotes y ciruelas pasas.
3.- La etapa crucial: se baja la temperatura a fuego bajo, lento; se tapa la olla y se cocina sin prisa, de 35 a 40 minutos, para que las frutas suelten sus sabores y estos se mezclen en uno nuevo, único. Se destapa ocasionalmente, para darle una olidita, y se revuelve hasta que los sabores estén incorporados y la fruta esté blandita.
4.- Se sirve el ponche con la fruta, bien caliente.
¡Y huele a Ponche!
Ya corresponde a cada quien, empezando por supuesto por el anfitrión, agregar en el último momento en cada jarrito el correspondiente “piquete”, que según las consejas de las abuelas debe ser un discreto chorrito de buen brandy, aunque en esto de las bebidas –como en la política– todo es cuestión de gustos… y conveniencias. Y ¡Feliz Navidad! Válgame.
DE LA LIBRE-TA
CIRO. El atentado infame contra el colega Ciro Gómez Leyva –con el que nos solidarizamos desde aquí— podría tener consecuencias insospechadas para la jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum Pardo y para el propio Andrés Manuel. El manejo de la investigación debiera ser impecable: Transparente y de veras independiente, sin injerencia de ninguno de los dos. Cualquier manipulación sobre el caso se les puede revertir. Conste.
Twitter @fopinchetti