“Para orar por los enfermos me animé a caminar la senda de los misioneros…”
Ramoncita González
Por J. Reydecel Calderón Ochoa
Prólogo
Un día 6 de noviembre de hace 347 años en este lugar se juntaron el Padre Tomás de Guadalajara S.J., el siríame Don Pablo, y unos cuantos rarámuri venidos desde el valle de wa’rú carichiki para emprender un camino en busca de la paz de Dios; hoy, en este atrio de la iglesia de Santa Ana nos hemos juntado unos cuantos habitantes de San Borja y de Carichí para recordar y reconstruir ese día infinito y humilde que cambió para siempre la historia de nosotros; nos juntamos también para dar gracias a Dios por la vida que nos da, para orar por los enfermos y por los misioneros de la bondad: Javier y Joaquín, S.J. Por la justicia y por la paz.
Día 1. Santa Ana, San Borjas. (Los misioneros de la arena)
Bañados de luz y de sombra en una tranquila y soleada mañana de domingo, abrazados por el milagro de soñar y vivir, nos reunimos:
El Sr. Vicente Nevárez, presidente municipal de San Borjas; el Sr. Jorge Monje, presidente seccional de Santa Ana; la Sra. Yolanda Caro, del comité de la iglesia local, y nosotros los del sendero: Carlos, Marcelino, Ignacio, Reydecel, Víctor, Jaime, Graciela, Anita, Ramona, Martha, Gabriela, Joaquín, Carlos hijo, Jesús, Salvador, Elvira, Martha, Alejandro, Rosenda, Tere, Vero, Alma, Dora. Karina…Recibimos la bendición de la Sra. Yolanda y las palabras oficiales de las autoridades civiles, recibimos también unas palabras breves del origen de la caminata, por parte de Reydecel y de Carlos…Oramos todos en silencio, brazo con brazo… y, partimos a pié entre el cielo y el polvo de la tierra.
Conocer el camino no nos habría de quitar la sorpresa de lo inesperado. Después de arribar al pueblito de Santa Rosa de Lima y de comer bajo la sombra de su domo metálico, tomamos el cauce del río San Pedro a contracorriente y pronto quedamos pasmados de su belleza; en el primer recodo junto a un gran charco de agua transparente contenida por unas enormes peñas, nos demoramos para observar con calma, platicar y reír un poco y tomar fotografías. Cruzamos a pie descalzo el río y agarramos una vereda a la izquierda que nos alejaba del río y nos metía a la montaña con el rumbo de San Borjas. Los altos pastizales de tonos amarillos y ocres, los encinos, los peñascos, los pensamientos, los embelesados pensamientos nos fueron llevando cada vez más y más lejos del rumbo bueno para alcanzar el pueblo…al fin, el sentido común de unos compañeros apareció: esta vereda nos está desviando y alejando, no sabemos a dónde nos lleve y ya hemos caminado mucho…cansados y con sed hubimos de rectificar el camino y volver atrás, a desandar lo andado si fuera necesario hasta Santa Rosa de Lima; pero no, no fue necesario, el ojo avizor de Jesús Vázquez, atisbó entre el pastizal la marca de una vereda leve, olvidada y un poco erosionada, siguiendo sus altibajos pronto nos dimos cuenta que estábamos en el rumbo adecuado. Nadie nos quejamos, solo nos dio gusto reencontrarnos con el buen camino. El sol caía, el agua de las alforjas se nos terminaba cuando en un arroyito de entre las rocas encontramos agua limpia estancada, rellenamos nuestros vasos de agua y la curamos con gotas de cloro que nos compartió Alejandro.
Dos o tres descansos más, unos cruces de cercos de púas y de piedra, los llanos de una meseta y al fin: “ San Borjas a la vista”, bajamos a la serpentina del río y cruzamos descalzos su corriente para sentir las piedras, la arena, el agua: para tomarla en las manos y echárnosla despacio en la frente, en la nuca, en las mejillas…en el alma.
Con la luna en el horizonte caminamos las calles de San Francisco hasta llegar a oscuras a la plaza central y al atrio de la iglesia del pueblo, en sus escalones de cantera nos arrellanamos cansados y deshidratados; las puertas enormes del templo estaban ya cerradas, pero la noche abierta y la luna brillaba tranquila. Por unos instantes la insolación parecía doblegara a algunos de nosotros, más el temple, la tolerancia, la calma, la conciencia de estar haciendo algo bueno, nos devolvieron la paz, la armonía y la salud. Algunos de nosotros hubimos de despedirnos y terminar el camino esa noche para volver a la ciudad. Los demás caminaron un poco hacia las orillas hasta donde la arena del río de San Pedro les brindó su calidez, cobijados por las estrellas y la luz de la fogata, durmieron y soñaron como los misioneros de antes, los de la arena.
Día 2. San Borja, Tepórachi, Boréachi. (Los doce)
Al amanecer del día lunes, el día dos del camino, los doce, se levantaron
Frescos y animados, y tan solo se demoraron para tomar un café y un desayuno muy ligero y emprendieron de nuevo la caminata. No los acompañé, pero imagino su entereza, la devoción de su andar y en la noche la belleza de su luna, el canto de los grillos y el ritmo del agua sobre las piedras blancas.
Día 3. Boréachi, La Laguna. ( El paso, o la Pascua)
La Laguna es un rancho a media montaña, en los límites legales, topográficos, climáticos y vegetales entre San Borjas y Carichí. La flora y la fauna hasta aquí son de un tipo, en adelante serán de otro. El agua aquí es abundante y brota de un manantial y conducida por gravedad llena una pequeña laguna con fondo de tierra caliza. A esta altura se divisan a lo lejos los montes desde donde vienen los caminantes, de Santa Ana. El propietario del lugar tiene cercado con una valla metálica y tiene provisto el lugar de instalaciones apropiadas como para “ranchar “por buenas temporadas: regaderas con agua caliente de boileres solares, por ejemplo. Esta vez alguna de los caminantes aprovecharon para darse una buena ducha. Viniendo de Boréachi está a tan solo ocho kilómetros, solo que son de cuesta arriba. Pero al llegar bien se siente que estás en un límite, que has pasado lo más duro y estás por acceder a lo menos duro. El ánimo también se siente de pascua. Ahora los caminantes decidieron avanzar un poco más hasta casi alcanzar las cumbres de Carichí para pasar la noche y descansar. Hermosa noche de luna llena mágica y milagrosa.
Día 4. La cumbre, Carichí. (Se es camino al andar, si se hace con devoción)
Al amanecer los caminantes son el sonido leve y dulce de los altos pinos, son fogata, son la luna en el otro horizonte, son camino…Marcelino camina sus setenta y cinco años con la rodilla rota en una inexplicable situación física y médica, haciendo historia, llenando páginas que estaban en blanco esperando una noble pluma de polvo y tierra. Ramoncita pasea sus setenta y nueve años y los surcos hondos y bellos de su rostro por estas cuestas y pendientes pidiendo por la salud de los enfermos. Carlos aún no repuesto de los quehaceres y de los pendientes de amalgamar a este grupo, ni tiempo tiene de hacer condición física, solo de esperar cumplir con el desafío de a pie andar toda la senda. Antonio, mal cerradas las marcas de las agujas y contra todo pronóstico médico, respira hondo el aire puro de estas montañas y los sentimientos buenos de sus compañeros. Carlos hijo, observa, pero habla y canta con sus ojos, comparte su fuerza y juventud con estas personas tan tenaces como sencillas. Alejandro, porque la travesía no solo es rumbo es ritmo: desde allá, desde el principio viene guiando con su pausa de caminante y su conocimiento del campo el transitar de este grupo, a veces lento, otras no tanto. Martha, como la del evangelio, como la amiga de Jesús en Betania, acompaña no solo a Ramoncita sino a los demás, con su amistad y su sonrisa serena. Jesús, con el tobillo roto ha dado ya más de setenta mil pasos y con sus ojos descubre, redescubre los caminos olvidados de polvo y hierba, es que estos son sus propios caminos desde hace miles de años. Salvador, el de los pies ligeros, comparte la sabiduría heredada de sus padres, de sus abuelos, la decisión tomada de hacer convivencia con los otros, como si hoy él y el P. Tomás de Guadalajara, vibraran con la misma emoción. Rosenda, la hermana mayor, cuida, protege, anima, alimenta al grupo sin más interés que el de andar juntos por la misma senda. Tere, ya no la del principio, ésta otra Tere, se enorgullece de su fuerza y a veces la grita de voz en cuello, recoge en cestos los panes y los peces que sobraron aún después de cuatro días, bailando en un pie y luego en el otro da cuenta de su propia felicidad.
Lejos aún, en el atrio de la ahora iglesia del pueblo de Carichí, se reúnen las personas para esperar a los caminantes. Esperan en activo y se organizan, se coordinan, ensayan, colocan una manta que da por escrito la bienvenida a los caminantes. Instalan aparatos eléctricos y bocinas para que se escuche su música y sus micrófonos. El sacerdote se hace presente y otea el horizonte. Un maestro de ceremonias cala el sonido y da instrucciones, lee tranquilo como para memorizar una hoja con el resumen escrito de los motivos de la senda y su justificación histórica. Cristy, la C. presidenta del DIF y esposa del C. Presidente Municipal, Alejandro Gutiérrez, supervisa y coordina, va y viene, y espera. Las Hermanas siervas del sagrado corazón de Jesús y de los pobres, dialogan, están presentes y van armando una valla desde la escalinata de la iglesia a través del atrio hasta la puerta occidente; las jovencitas que la forman son de familias rarámuri que ahora viven y aprenden en el internado Yermo y Parres, de las hermanas. Son ellas, pienso, las mismas que un día decidieron vivir en paz y convivir con los misioneros a pesar de las experiencias dolorosas de la imposición. Hoy, como ayer, gracias a ellas estamos aquí recobrando sus creencias y valores, tratando de aprender y de convivir.
Al fin, alguien descubre en lontananza a los caminantes, con envidiable paso lento y parsimonia van camino abajo para tomar la calzada después de cruzar el río y alinear sus pasos rumbo al atrio de la iglesia. Suenan campanas desde la torre, aplauden las manos, vuelan los globos de colores y helio, el maestro de ceremonia eleva su voz y luce sus conocimientos, les toman fotografías, mas los caminantes no se salen de su paz y de su ritmo calmo, tan solo aceptan con una sonrisa y con lágrimas en sus ojos el recibimiento brindado. Ascienden hasta las puertas de la iglesia abiertas de par en par, donde se encuentran las autoridades, luego unas palabras les piden y ellos en una breve síntesis les comparten sus sentires, mas hoy no es el día de las palabras, es el día de la convivencia, hoy con ellos todos somos camino.
El sacerdote nos bendice y nos invita a pasar para celebrar juntos la eucaristía. Unas palabras nos dispensa y nos recuerda que hoy la iglesia celebra la fiesta de la archibasílica de San Juan de Letrán, (como se hiciera en el año de 1675), por el padre Tomás de Guadalajara. Después de compartir el Sacramento de Jesús, bendice unas cruces que nos ha traído nuestro compañero Frankie y su familia, y él mismo las impone en los cuellos de los caminantes.
Al final el sacerdote mismo nos invita a pasar a la casa de las Hermanas Siervas a tomar el café y el pan. La presidencia municipal, a través de Cristi y las Hermanas Siervas lo han dispuesto todo para que así sea. La casa de las Hermanas es un lugar muy familiar, limpio, sencillo, con ventanas de madera, muros de adobe, flores, patios verdes, se siente la paz de Dios, concuerda con la vida de los Carichienses desde 1904. Gracias a la Hermana Erika, parte de esta senda de los misioneros.
Gracias Carlos y familia. Gracias a todos.
Caminantes de la senda, ¡al andar se hicieron camino..!
Hermosa vivencia,hermoso relato,la vida es bella y eterna¿por qué no vivirla así? por todos y por los enfermos ¿quien no lo es alguna vez?,me inclino reverente,gracias senderistas,gracias Dios.