Por Jesús Chávez Marín
Casi no tuvo lectores, pero le dieron un premio municipal, consiguió nombramiento de profesor de entrada por salida en la Universidad de Alpine y Friedrich Katz lo citó en una nota a pie de página de una biografía.
Meses después se le acabó la celebridad, pero él siguió entusiasmado con su pujante labor de historiador aficionado; coleccionaba chismes sobre Pancho Villa y, sobre todo, los despepitaba por todas partes ante quien quisiera oírlo.
Visitaba universidades y oficinas de cultura; pasaba las horas sentado frente a escritorios de funcionarios, que ya le sacaban la vuelta para que no les echara a perder toda la mañana a plática y plática.
Y es que muy seguido resultaba tedioso, porque su otro oficio, el de anestesiólogo, se le cruzaba en los cables y entonces el interlocutor batallaba para no quedarse dormido en medio de la forzada conversación.