Te buscarás en mis ardientes ojos

Presentación del libro Yermo, de Alfredo Jacob [febrero, 2001]
Por Jesús Chávez Marín

—Desde hace siglos la Iglesia Católica tiene entre sus políticas extender elaboradísimos homenajes a quienes considera modelos de las conductas y virtudes que considera propios de su ideología. A quienes dieron la vida por la fe, los mártires; a quienes propagaron por lejanas tierras sus doctrinas, los misioneros; a quienes con su vida de sacrificios y abnegación erigieron con sangre, pudor y lágrimas la pureza de su hogar como si fuera un monumento de granito, las mujeres virtuosas. La iglesia los beatifica, bendice, glorifica y canoniza en medio lo que ahora suele denominarse intensas campañas de publicidad.

También los gobiernos civiles y militares mantienen la interesada costumbre de encumbrar figuras de héroes muertos, incluso algunos de los que ellos mismos hayan mandado matar, para mostrar a los niños de escuela y a los señores y señoras de buena educación los valores del civismo, la valentía y lealtad de los próceres que nos dieron Patria; los generales que perdieron cinco batallas pero que murieron en el intento de alcanzar aunque fuera una victoria; los caudillos que ya estaban a punto de tomar el poder o de levantarse en armas para tumbar a otros del poder y que murieron en una emboscada de la que nunca se supo quien fue el autor intelectual; las señoras que organizaron en su casa la conspiración de los que luego serían los padres de La Independencia. El gobierno los pone como la gran cosa en los libros oficiales de historia, manda construir estatuas con sus figuras en bronce montados sobre caballos briosos, imprime estampitas civiles con su foto y su maquillada biografía escrita al reverso.

Sin embargo los artistas de las ciudades, quienes realizan obras más importantes y más trascendentes para las vidas privadas y para la vida pública de los pueblos que las acciones de los guerreros, los políticos o los santos, casi no aparecen en la historia universal.

Y eso que, como una vez lo dijo Alfredo Espinosa: la obra de los artistas es obra pública, tanto o más necesaria que las carreteras, los puentes, las siembras, las plantas hidroeléctricas, y su trabajo hace más falta para que la gente viva, que los actos, muchas veces tenebrosos, de los políticos y los clérigos.

Esta noche tenemos el honor de reunirnos en torno a uno de nuestros más preclaros artistas, Alfredo Jacob, quien ha dedicado su vida al difícil oficio de la poesía.

En esta ciudad nadie como él encarna en su vida la figura legendaria de lo que es un poeta: lee casi todo el día, sobre su mesa del comedor de su casa hay libros de autores recientes, autores clásicos, todas las revistas literarias y culturales importantes del país y los periódicos del día. Junto a esa mesa, Alfredo Jacob lee durante la mañana entera y a veces también en las tardes. A un lado de esa misma mesa está su máquina de escribir, antes era una Rémington modelo 1953 y hace cuatro años la cambió por una Olimpia 1997; en ella escribe su refinado y cuidadoso artículo mensual para una revista local y antes escribió también comentarios sobre los libros que aparecían en Chihuahua; todos los autores nuevos le pidieron prólogos, estudios preliminares y presentaciones para sus obras y Alfredo siempre los favorecía con su brillante prosa, con sus claras ideas. También ha sido un gran amigo y una grata compañía para sus amigos, su vida bohemia ha sido intensa a pesar de su férrea disciplina de trabajo como profesor de literatura en el Colegio Palmore y en Bellas Artes de la Universidad Autónoma de Chihuahua. O cuando fue más que bibliotecario un verdadero maestro cuando nos atendía con su gentileza acostumbrada en la Biblioteca del Parque Lerdo. En fin: su vida plena y fecunda ha sido una vida de poeta, con todos los dolores, los desaforados trabajos, las grandes y privilegiadas amistades y la satisfacción de hallar el verso preciso, la palabra exacta, el sonido musical del idioma, todo y muchas otras aventuras que enfrenta y que goza quien se atreve a ser ese hombre misterioso, extraño y abierto: un poeta.

La escritura de Alfredo Jacob, pulida y brillante, ha sido uno de los patrimonios artísticos más valiosos de nuestra ciudad. Sus versos forjados en las formas puras de la poesía en español tienen una sonoridad bellísima y en sus estrofas van formando conceptos poéticos, figuras, imágenes donde recuerdos remotos, ilusiones secretas y esperanzas de largo futuro cristalizan con una ritmo que parece natural.

El libro tiene cinco partes: Elementos de mi alma, Cantos al amor, Sonetos de la ciudad, Dunas y Memoria. No solo es su temática la base de la estructura, sino también sus formas poéticas, ya que el autor maneja con habilidad todas las métricas: el soneto, las décimas, el romance, el himno, la redondilla y más.

Aunque Alfredo Jacob es un gran lector de poesía moderna, adoptó como textura de su expresión personal y metal de su estilo las formas clásicas. No le dio la gana sumarse a las modas nuevas, ni en el léxico, ni en las ideas ni en el verso libre de los poetas recientes, muchos de los cuales por “novedosos” de su año ya pasaron al olvido mientras muchos de los sólidos versos de Alfredo Jacob hoy cobran vigencia y expresan con claridad la época que ahora compartimos. Para muestra voy a señalar un solo ejemplo: Anda ahorita una moda, a veces bastante farisaica, de hablar de la ecología. Por otro lado, casi nadie ha protestado por las agresivas y alevosas acciones con las que algunos comerciantes coludidos con arquitectos y por supuesto con gobernantes han destruido el centro de la ciudad de Chihuahua, el Cerro Coronel, el Cerro Santa Rosa y, poquito a poco, también el Cerro Grande. Con sabiduría y sencillez, Alfredo Jacob escribe poemas como este:

Calle Libertad

Calle de Libertad, bullanguería,
mercado del piropo y la sonrisa,
feria de la ilusión que sintetiza
de mi ciudad su ambigua geometría.

Trampolín de la cita; joyería
donde escoger la joya es ilusorio;
imperio de lo frágil, avalorio
que se muestra en cualquier estantería.

Estás enferma de inquietud mundana;
quiero verte más bella y más humana,
como antaño lucías tu aristocracia,

pues cegada no sabes que algún día
vas a perder tu noble simpatía
como has perdido para mí tu gracia.

Como este texto, pueden verse en el libro muchos otros donde está con claridad la silueta de un pensamiento novedoso y bien informado, el pensamiento de Alfredo Jacob, escrito en versos rimados y medidas, en estrofas que tiene aún el oro del Siglo de Oro español.

El tono más presente en el libro es la tristeza, la melancolía, la nostalgia, la evocación en silencio, un silencio físico y también metafísico. Desde el primer poema que abre el libro, una especie de autorretrato poético llamado “Décimas de mi angustia” donde el paisaje es…

esta soledad inmensa
…cuyos elementos, nombrados…

son el mundo que yo sueño

…dice el poeta, en otras palabras, este es el material de mi escritura. Entonces nombra su identidad…

Soy la voz en el desierto
…que va muy bien para un poeta de Chihuahua, aunque también este desierto es espiritual, metafórico, sin dejar de ser profundamente físico en el cuerpo y en el paisaje. Enseguida, se indica el rumbo y la Itaca de esta odisea…

El silencio es mi sendero
hacia moradas mayores

…viene también este bellísimo retrato de lo que es el desierto, una de las muchas expresiones de la atinada originalidad de Alfredo Jacob:

soy lo que no soy, reseco
clima de un silencio humano

Este libro da para muchas lecturas, hay poemas que le son útiles a la intimidad de cada lector o lectora como espejo de su tristeza, como impulso de amores, como empeño de ideas. Por razones personales me gusta coleccionar textos que definan o dibujen la depresión, esa enfermedad que se define como la muerte de todos los deseos. Esta que hallé en el libro de Jacob es una de las mejores que he leído:

Mi noche no tiene día,
ni mengua el terrible trance;
vivo en un continuo lance
con mi gran melancolía.

Quiero terminar estas palabras diciéndole a Alfredo Jacob que desde 1975, cuando lo conocí, él ha sido uno de mis mejores héroes; como siempre quise ser escritor y este señor era un escritor que trabajaba como bibliotecario en la Biblioteca del Parque Lerdo y me prestó el libro El lenguaje, de Eduard Sapir que yo necesitaba para un trabajo escolar, despertó mi admiración porque hablaba con inteligencia y corrección. Después fui lector de la “Columna de Alfredo Jacob” que aparecía todos los días en el periódico Novedades de Chihuahua. Después tuve el privilegio de ser amigo suyo hasta hoy, pero lo admiro igual que entonces, o sea muchísimo, siempre.

También quiero darme el lujo de cerrar esta intervención con uno de los grandes textos del libro:

Yermo

Tu sombra –roca en luz, silencio mío–
me indaga este minuto consumido;
arde mi corazón, arde vencido
cuando en las venas me transita el frío.

Va la tarde amistando con el río
y el valle me devuelve mi alarido;
vago por mi penumbra, dolorido,
bajo la luz difusa de mi estío…

Sembré en el yermo y coseché guijarro;
agua bebió mi sed –mi sed de barro–
y el camino acorté con suelta brida…

Me sorprendió el dolor, solo y desierto;
quise vivir sintiéndome ya muerto
y alcé la frente y me lancé a la vida.

Jacob, Alfredo: Yermo. Editorial Universidad Autónoma de Chihuahua, México, 2001.
Febrero 2001

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