Terrorismo y propaganda

Por Francisco Ortiz Pinchetti

Por supuesto no es fácil dilucidar las verdaderas intenciones de quienes cometen actos violentos contra los bienes, la integridad y aun vidas de civiles comunes, como fueron los hechos ocurridos la semana anterior en Guanajuato, Jalisco, Chihuahua y Baja California. En la mayoría de los casos se trató de incendios a comercios y vehículos particulares, pero en Ciudad Juárez fueron asesinatos de ciudadanos a mansalva.

Lo que sí podemos constatar son los efectos de esas agresiones. Casualmente me tocó constatarlo en la normalmente tranquila capital de Guanajuato, donde hubo un par de atentados a tiendas Oxxo y ráfagas de metralletas. Vi una población consternada. Lo que provocan esos actos entre la sociedad es espanto, miedo, inseguridad. Y eso se llama terrorismo, sin más.

Pudiera ser, como dice el Presidente, que se trata de actos de propaganda de los malandrines, respaldados y seguramente financiados por los conservadores neoliberales, sus adversarios favoritos, culpables de todos los males que sufre este país. Posiblemente sólo querían presumir una fuerza, que según el gobierno ya ha menguado. Quizá, ya en esa línea, fue por pura puntada, mera coincidencia que se presentaran en cuatro entidades de la República a la vez. O una broma. Quizá.

La negación, sin embargo, no elimina los hechos. Esos bloqueos, quemas de tiendas y gasolineras, tomas e incendio de autobuses de pasajeros, bloqueos y disparos de ráfagas de armas largas no lo soñaron los habitantes de esas localidades. Lo vivieron y sufrieron.

Y debieran ser motivo de verdadera alarma, no de evasión.

La definición del término es clara: Terrorismo: Forma violenta de lucha política, mediante la cual se persigue la destrucción del orden establecido o la creación de un clima de terror e inseguridad susceptible de intimidar a los adversarios o a la población en general; sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror.

El terrorismo es obviamente un delito grave tipificado por el Código Penal Federal, que en su artículo 139 lo define como “la utilización de sustancias tóxicas, armas químicas, biológicas o similares, material radioactivo, material nuclear, combustible nuclear, mineral radiactivo, fuente de radiación o instrumentos que emitan radiaciones, explosivos, o armas de fuego, o por incendio, inundación o por cualquier otro medio violento, intencionalmente realice actos en contra de bienes o servicios, ya sea públicos o privados, o bien, en contra de la integridad física, emocional, o la vida de personas, que produzcan alarma, temor o terror en la población o en un grupo o sector de ella, para atentar contra la seguridad nacional o presionar a la autoridad o a un particular…”

Mi impresión, avalada por las opiniones de varios expertos que han analizado esos acontecimientos en los días recientes, es que hemos entrado ya a una nueva etapa de la ofensiva del crimen organizado. Hasta ahora los enfrentamientos y las masacres se daban entre ellos y ocasionalmente con fuerzas federales, que generalmente respondían a agresiones de los grupos delictivos. Los atentados de los días pasados son otra cosa: son una advertencia evidente de que de ahora en adelante las cosas van a ser diferentes.

Los capos del crimen organizado saben que esa arma, el terrorismo, es muy poderosa, letal para el gobierno. No es casual que luego de los ataques registrados en los mencionados estados, la aprobación de Andrés Manuel en las encuestas haya caído. De un día para otro perdió siete décimas en el sondeo diario de Consulta Mitofsky, luego de tener por cierto su mejor semana en tres meses. Ha sido su mayor descenso en un día desde que se dio a conocer la Casa Gris de su hijo José Ramón, en enero pasado.

Ese, sin embargo, es sólo un dato. La evidencia de la eficacia de ese recurso infame, que afecta a la población inerte que nada tiene que ver con esa guerra. Ahora saben el gobierno, el Ejército y su jefe máximo que en cualquier momento los sicarios de los cárteles pueden incendiar literalmente al país, no con enfrentamientos entre ellos como hasta ahora, sino con ataques directos a objetivos civiles y a personas. Resulta de verdad aterradora la capacidad y la rapidez de reacción que demostraron en los mencionados atentados.

Imaginemos una serie ataques simultáneos de ese tipo en una veintena de puntos de la Ciudad de México, por ejemplo.

Lo que tranquiliza es saber que en realidad sólo fueron actos de propaganda. Válgame.

DE LA LIBRE-TA

PARTO DE LOS MONTES. Casi cuatro años después de la promesa presidencial, resulta que la supuesta investigación para esclarecer la verdad en el caso de los 43 normalistas ejecutados e incinerados en el basurero de Cocula, en septiembre de 2014 llegó a la misma conclusión: los jóvenes están muertos. El subsecretario de Derechos Humanos de Gobernación, Alejandro Encinas, reveló que se trató de un “crimen de Estado”, lo cual quiere decir todo y nada a la vez. Al ofrecer un informe preliminar de la Comisión para la Verdad y Acceso a la Justicia del caso Ayotzinapa, aseguró que en los hechos “concurrieron integrantes de Guerreros Unidos y agentes de diversas instituciones diversas del Estado mexicano”. ¿Y? Otro fiasco alimentado por la demagogia y el populismo.

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