Por Jesús Chávez Marín
Me parece que esa noche don José había salido de viaje, así que no se enteró hasta tres días después.
Su señora andaba asustadísima por lo que pasó, y sobre todo de imaginar la manera como reaccionaría él cuando supiera. Le tenía pánico.
Cuando la hija regresó a la mañana siguiente, toda llorosa, apenadísima, pero con una carita de decisión tomada, y de cierta íntima felicidad, ella, su propia madre, no había tenido el valor de apoyarla con su cariño ni tampoco de regañarla. Ya para qué.
En silencio la vio sacar tímidamente alguna ropa, aceptó inmóvil el beso en la mejilla y se quedó muy quieta, viéndola salir.