El sacerdote jesuita Ricardo Robles publicó este artículo en Oserí y La Jornada el 4 de septiembre de 2008, a raíz de la masacre de Creel, en la que un comando armado asesinó a 13 personas enCreel, Chihuahua, durante el gobierno de Felipe Calderón. El Ronco Robles, como le decían sus amigos y compañeros, vivió por primera ocasión en la sierra Tarahumara en 1963, y de manera permanente desde 1970, hasta su muerte en 2010, con la añoranza de vivir un mundo más real. Sin exagerar, puede afirmarse que fue uno de los más grandes conocedores del mundo rarámuri y de los pueblos originarios de México y América Latina. Su conocimiento provino de hacerse, en los hechos, por la vía de la convivencia, en parte de ellos. Eso le permitió escribir un texto que resulta premonitorio. A pesar de los años transcurridos, “La conquista del narco es la misma” ofrece valiosos elementos para comprender el contexto en el que se produjo el trágico asesinato de sus hermanos jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora, y del guía de turistas Pedro Palma.
Por Ricardo Robles Oyarzun SJ (+)
La reciente matanza en Creel, Chihuahua, nos hace repensar qué hay detrás, qué no vemos. Sí, hay complicidades, corrupciones, podredumbre… pero parece que más detrás hay más. La percepción rarámuri del fenómeno nos ayuda a tocar fondo.
Desde hace tiempo, pero especialmente en los meses recientes, un grupo de amigas y amigos hemos buscado comprender mejor lo que en la sierra Tarahumara significa la cada vez más extendida presencia del narco. Es la narcosiembra, que en algunas regiones lleva ya cuatro generaciones de narcocultivadores y ha hecho de esta actividad un modo de vida ordinario, casi el único ya. Pero es también el narcoacarreo, la narcolucha por el control de territorios, la narcocorrupción generalizada, las narcoelecciones compradas, los narcolavaderos del dinero abundante y son también el narcomenudeo y el narcoconsumo.
Resulta evidente además que quienes se ven implicados o se van adentrando en cualquiera de estos aspectos del fenómeno narco, encuentran bienes en él, ingresos –por ejemplo– ante la depauperación a que van siendo sometidos por las economías de explotación salvaje, o de libre mercado, como también se dice.
Ven soluciones en esta actividad del narco y no les queda una amplia gama de opciones para elegir mejor. Ven males también, pero les parecen menores, como resulta ser el riesgo de la vida para los migrantes del desierto.
Todo esto enmaraña una madeja de economía, política, infraestructura regional, principios normativos y valores propios del narco –una cultura quizá– que penetra en diversos grados, paulatinamente, a todos los niveles sociales. Se trata en realidad de una “conquista” con su oro de por medio, su despotismo, sus esclavitudes… con su guerra y todo.
Me lo hizo ver un rarámuri en una plática simple. Preguntó qué es lo novedoso que vemos en el narco, cuando es lo mismo de siempre desde hace cinco siglos. Es otra actividad en la que se presiona y obliga a trabajar a los indígenas, pero es lo mismo. Igual fueron las minas, dijo –palabras más, palabras menos–, igual hubo violencias y crímenes, igual hubo muertes, igual hubo enriquecidos y pobres y en todo nos dejaron la peor parte. Igual fue la invasión de nuestros territorios, igual el saqueo de nuestros bosques, igual va siendo el turismo que hasta nuestra agua se la queda, igual están regresando las mineras. Igual un día trajeron las siembras de mariguana y de amapola. Para nosotros es la misma cosa, así son los invasores, pero a la mejor para ustedes resulta novedad.
Podríamos matizar sus afirmaciones, encontrar niveles y grados en ellas, pero no son rebatibles. Su lógica brota desde la consistencia de abajo y es contundente.
Quizá la única novedad verdadera es que la sangre nos está salpicando de cerca a todos, o que todos estamos siendo conquistados, tiranizados, sometidos, y que los conquistadores son cada vez menos y vienen por todo. Es cuestión de engañar con cuentas alegres y cuentas de vidrio, con spots por ejemplo, para timar y arrebatarlo todo.
En la Tarahumara no hay petróleo, pero de él podría decirse lo mismo que se dice del narco. Sólo que las leyes ya se hicieron y quieren refinarse hoy para los conquistadores del petróleo y no parece conveniente hacerlas en el caso del narco, se arruinaría el negocio y se destaparía el infierno. Justamente en eso andamos ahora. Vaya coincidencia.
Y las mineras insolentes, impunes, tramposas y envenenadoras de la vida, ¿por qué andan tan protegidas como los sicarios a quienes se despeja el campo para que hagan su jale de muerte? ¿Por qué así andan los talamontes y los depredadores de manglares y los urbanizadores de terrenos biodiversos o inundables, o los secuestradores uniformados?
No sólo el narco está matando, su único agravante es al fin convencional, lo anda haciendo sin respaldo legal.
Así va avanzando la guerra del narco, armada a morir, pero sólo es una faceta de la actual conquista de México, y de la del mundo según se pretende.
Sobre los pueblos indios es la misma guerra, la historia vuelve sobre sus propias huellas, las rebeldías se crecen por el mundo, las potencias derrochan, el hambre aumenta, se despedaza el equilibrio frágil de la naturaleza… Nuevamente, sin que sepamos cuándo ni cómo, la presión superará al recipiente que la usa, la ambición global reventará en las manos de sus engendradores. Así ha caminado la historia, y así se va enrumbando.