Por MARÍA ANTONIA SÁNCHEZ-VALLEJO | El País
Bajo un frío invernal y entre cánticos, con Mediterráneo como himno convertido casi en salmo, un centenar largo de seguidores de Joan Manuel Serrat aguardaban en la calle a medianoche del miércoles su salida del teatro de Nueva York en el que dio inicio su gira internacional de despedida de los escenarios, que terminará en Barcelona el 23 de diciembre. En el interior del Beacon Theatre, un recinto centenario con casi 3.000 localidades de aforo —todas ocupadas; las entradas vendidas desde hace meses—, el cantautor, el poeta y juglar, el contador de historias y gran seductor de la palabra desgranó más de una veintena de canciones como resumen de su carrera, 56 años en activo, en la que “ningún concierto ha sido uno más, jamás [ha sido] una faena de aliño”, explicaba tras el recital.
Y a fe que el de anoche no lo fue, en absoluto. Tras más de dos años sin salir a un escenario (“desde la caída de Joaquín Sabina en el concierto de Madrid” en febrero de 2020, en vísperas de la pandemia), Serrat se resarció del confinamiento ante un auditorio entregado, hablante de todos los acentos de América. “Llevo dos o tres años sin cantar, me he convertido en un antiguo debutante”, dijo, arrancando las risas del público. América será protagonista de la mitad de la gira de despedida —de los escenarios, pero no de la música— del noi del Poble Sec, con platos fuertes como los cuatro conciertos que ofrecerá en Buenos Aires y para los que apenas si quedan entradas.
Igual que el de este 27 de abril (“festividad de la patrona de Cataluña, la Moreneta, y también fecha de la muerte de mi padre, hace 43 años”), un concierto en el que fue contando historias entre canción y canción, para intentar definir qué es exactamente eso, el material del que está hecha su carrera —su vida— y que ha puesto banda sonora a la existencia de millones de personas, a uno y otro lado del Atlántico. Ese propósito, explicar la magia de lo que lleva décadas haciendo, le permitió articular el concierto intercalando clásicos, como Algo personal y Para la libertad, este último en una versión apoteósica; Lucía, Señora, Hoy puede ser un gran día o las Nanas de la Cebolla, sobre el poema de Miguel Hernández, con tesoros algo menos populares, como el precioso Romance de Curro El Palmo, una copla triste como todas las coplas, eco directo de la educación sentimental de la posguerra que tanto reivindicara su amigo Vázquez Montalbán y que el propio Serrat mamó de sus mayores.
Sones de copla, también de flamenco: las melodías de la radio y los patios de vecindad que le acunaron de pequeño y que, junto a las letras de los grandes poetas de España y Latinoamérica, forjaron su sensibilidad y su estética. En el concierto hubo recuerdos para los que ya no están: para el gran Atahualpa Yupanqui, para Alberto Cortez, “para tantos amigos, cada vez más, que me faltan”.
La ternura de Cançó de Bressol, la nana inspirada en su madre, una mujer fuerte y luchadora en medio de las penurias de posguerra, hallaba su equivalencia en el amor parental de Esos locos bajitos, uno de los bises, y que también derrocha un amor más fuerte que la vida. Penélope, a petición del público, se medía con la versión más rompedora y moderna —gracias a unos músicos excelentes— de Mediterráneo, la banda sonora de muchas generaciones. “Una canción, según la definición de la Academia, es la unión de música y letra para ser cantada, pero eso es un matrimonio de conveniencia. Una canción de verdad es cuando la música habla y cuando la letra canta, cuando hay una historia”. El humor marca de la casa hilvanó un rosario de recuerdos, memorias y emociones, incluidas las de la pérdida.
Emocionado (“aunque no debes dejarte llevar por la emoción para sacar adelante un concierto”), vitoreado de continuo por el público, que interrumpía con aplausos sus canciones o las coreaba verso por verso, Serrat subrayó su compromiso con la libertad y solo se puso serio para, al cerrar el concierto tras más de dos horas y media de entrega recíproca —desde los músicos y desde el público—, alertar de los males de la tierra. “Duele mucho pensar la porquería de testamento que dejaremos a nuestros hijos. Si en algún momento nos volvemos a encontrar, espero que la palabra mañana sea un sinónimo de vida”.
Lo hizo con Pare (Padre), la canción en catalán que compuso en 1973, y de la que nunca llegó a imaginar que mantuviera, tristemente, su vigencia 50 años después. “El campo ya no es el campo / Mañana del cielo lloverá sangre / El viento lo canta llorando”.