La década de Betty Davis

Por Hermann Bellinghausen

Las chicas buenas van al cielo, las malas se van de reventón, diría el refrán. Betty Marbry (1945-2022) tomó por asalto los años 60 y 70 del siglo pasado. Adquirió furia y apellido entre 1968 y 1969, lo que duró casada con Miles Davis, y aunque después él renegara de ella, marcó el momento más trepidante del artista mayor del jazz, mientras ella misma se internaba en el funk salvaje, a la par de Sly & The Family Stone y en la ruta de Funkadelic. Pura gente malportada. ¿Quién que es no es hijo de James Brown?

Hoy artista de culto, en su tiempo la ningunearon y temieron. La huella de sus irregulares grabaciones es indeleble en Prince, Erikah Badou, Janella Monáe y otros sucesores de quien fuera musa de Hugh Maskela, Jimmi Hendrix y, sobre todo su breve marido Miles Davis, a quien dio su rostro para el disco Filles de Kilimanjaro y la inspiración absoluta de esa obra maestra del jazz funk, On the Corner. También sugirió a Davis el título de Bitches Brew, que el trompetista quería llamar Witches Brew.

Su imagen autoconstruida fue la de una completa bitch. La industria se lo cobró. La disquera Island la despidió. Como solista no grabó más de cuatro discos, entre 1973 y 1976. El último, y quizás el mejor, ya ni salió al mercado. Editado en 2009, Is This Love Or Desire tardó 33 años en aparecer.

De origen humilde en Carolina del Norte, creció en Pittsburgh. Tenía 17 años cuando aterrizó en Nueva York hacia 1962, hizo modelaje y devoró la ciudad. Pronto llegó a la granja de Andy Warhol, compuso para los Chamber Brothers y los Commodores, grabó algunos sencillos. Reciente novia de Maskela conoció a Miles Davis en 1968, se enamoraron enseguida y se dieron un intenso infierno y goce conyugal durante aquel año trascendente. Al final de su vida diría: Cada día que estuve casada con Miles me gané el nombre Davis.

Sexual y rompedora, introdujo a Miles en Hendrix, de música y persona, y a punto estuvieron de grabar juntos, pero la amistad íntima de su mujer con el guitarrista de Seattle enloqueció de celos al esposo, quien la mandó a volar y prefirió admirar al guitarrista en típico acuerdo patriarcal: la puta era ella. Aunque los dos virtuosos no tocarían juntos ni cuando Miles estuvo más cerca del rock y el funk, al morir Hendrix, Miles fue a su entierro y lo lloró.

Demasiado explícita y cachonda para su tiempo, ni su famoso marido logró para ella un contrato. En 1971 se trasladó a Londres. Su debut discográfico ocurrió con un disco homónimo (1973), y enseguida They Say I’m Different (1974) y Nasty Gal (1975). Censurada y boicoteada por grupos religiosos y conservadores, prohibida en la radio, en 1976 armó una banda extraordinaria y grabó un álbum que ya nadie imprimió. En la espuma de los días y el exceso, Betty desapareció durante 35 años, y lo siguiente que se supo de ella, de sus problemas mentales, su pobreza y abandono, fue el documental Betty Davis: They Say I’m Different (Phillip Cox, 2017).

El mito la hizo improbable reina del funk, precursora del poder negro y la liberación femenina. Pero ella sólo encontró que la mujer no tenía ningún poder fuera de la cama. Hoy su música suena muy nueva. La frescura, su pecado original, la hace relevante para siempre.

A pesar del resentimiento, Miles ofrece un retrato poderoso en su autobiografía escrita con Quentin Troupe (Touchstone, Nueva York, 1989): A sus 23 años “era demasiado joven y salvaje para lo que yo esperaba de una mujer. Estaba acostumbrado a mujeres cool, hip, elegantes, capaces de manejarse en cualquier situación. Pero Betty era un espíritu libre, talentosa como la chingada (talented as a motherfucker), roquera y callejera, acostumbrada a otras cosas. Era obscena y toda esa mierda, puro sexo, pero yo no lo sabía cuando la conocí. O no presté suficiente atención. Con todo en lo que ella andaba, me cansé”.

Sin embargo, reconoce que se adelantó a su tiempo, y que pudo ser tan famosa como Madonna, o Prince en mujer. También admite que el año con Betty lo marcó para siempre. En 1969 produjeron juntos algunas sesiones históricas, con Wayne Shorter, John McLaughlin, Herbie Hancock y la sección rítmica de La Experiencia sin Hendrix: Billy Cox y Mitch Mitchell. Las grabaciones se conocerían hasta 2016 (The Columbia Years: 1968-69).

Víctima del puritanismo, los prejuicios patriarcales y, si se quiere, de sí misma, hoy la reivindican como un espíritu afín a los Panteras Negras y el feminismo, pero ella ni enterada. Eso sí, tenía muchos calzones y le encantaba enseñarlos.

Su fuerza emana del grano grueso y descarado de su voz. Whory Angel como se autoproclama en una rola de 1976, sería un ángel caído el resto de su vida. También un secreto amado y venerado por sus imitadoras y admiradores que, contra todo pronóstico, la hemos escuchado a través de los años. En el documental de Cox desecha la opción de volver a los escenarios: Con el tiempo una cambia de aspecto. Prefiero que la gente conserve la imagen que tiene de mí.

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