Por Ernesto Camou Healy
La república de Ucrania está situada en el borde septentrional del Mar Negro y colinda con Moldavia, Rumanía, Hungría, Eslovaquia, Polonia y Bielorrusia. Su capital es Kiev y cuenta con 42 millones de habitantes que ocupan unos 604 mil kilómetros cuadrados. Su ubicación marítima le permite acceso a Bulgaria, Turquía y al mediterráneo por medio del estrecho del Bósforo. Desde 1996 es una república independiente que perteneció antes a la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
Ucrania tiene su cultura e idioma propios, el ucraniano, pero la mayor parte de la población habla también ruso, y la minoría de cultura rusa ejerce una influencia no pequeña en la vida social y económica del país.
Desde la segunda década del siglo XX dependió de Moscú y consiguió una cierta independencia cuando cayó la Unión Soviética (1991), pero conservó una posición como aliado un tanto subordinado de Rusia. Su posición limítrofe entre esa potencia y Europa y el Mar Negro le confirió una importancia estratégica para Moscú, y la colocó un poco como el jardín delantero de su vasta área de influencia.
Por esa razón, cuando los dirigentes de la nueva república comenzaron a tomar decisiones un poco autonómicas, se contrapusieron los habitantes pro rusos y los que se consideran ucranianos a secas. Hubo pugnas entre los distintos bandos y en una porción Sur Occidental del país se desató una guerra civil entre los pobladores originales, y los que se decantaban por mantener la dependencia de Rusia. Este país apoyó a los rebeldes incluso con tropas suyas camufladas como ucranianos simpatizantes de Rusia.
El enfrentamiento se agudizó cuando Rusia reclamó como suya la Península de Crimea, en 2014, donde ha tenido desde antiguo una base militar importante en Sebastopol, que Nikita Kruschev había entregado a Ucrania hace casi 70 años. Para Kruschev, que era primer ministro ruso y mandamás de toda la Unión Soviética, adjudicar Crimea a Ucrania era un acto más simbólico que efectivo, porque seguía controlando la vida política y económica de su resignado y sumiso aliado. Vladimir Putin temió que una Ucrania medianamente autónoma le complicara su acceso al Mar Negro y al mediterráneo, así que provocó un referéndum para que la población pro rusa eligiera abandonar Ucrania, se declarara independiente y retornara al control moscovita.
En Ucrania el duelo con Rusia provocó, a lo largo de la década pasada, una inestabilidad permanente, con caídas de Gobierno, manifestaciones populares y la guerra civil en su frontera Oriental, en la cual Rusia ha acumulado desde 2021 más de 100 mil soldados que ciertamente ponen los nervios de punta a los gobernantes y a los ucranianos en general.
Un detonador del conflicto han sido las iniciativas ucranianas por ser miembro de la Unión Europea, lo que para de pestañas a Putin, y, además, ser parte activa de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) que podría significar para las nostalgias imperiales rusas, un modelo de independencia y libertad que desgajaría aún más su antiguo imperio. En pocas palabras, Rusia teme perder su área de influencia y ceder territorio, oportunidades de comercio y sumisión política, o al menos compartirlos, con la Unión Europea y, eventualmente, con los Estados Unidos.
Hasta ahora Rusia sólo amenaza, y Europa y los Estados Unidos intimidan a su vez con sanciones económicas y políticas a un Putin que parece envalentonado, pero no las tiene todas consigo…
Guardadas las debidas proporciones, este lance es muy similar al que tuvo lugar en el Caribe cuando Fidel Castro tomó el poder y arrebató a los intereses gringos su dominio sobre Cuba y expulsó la industria del sexo y azar de la isla. Para ellos Cuba era su patio trasero, y lo trataban como su burdel transnacional: Estuvieron a punto de provocar una guerra para intentar defenderlo. Ahora Rusia hace lo mismo con su patio delantero, mientras en China, la camarilla dirigente, observa y sonríe…