Armando Loera Varela: maestro y amigo

Por Fernando Sandoval Salinas | El Devenir

De sus amigos

Conversamos tres buenos amigos: Francisca Quezada, Oscar Cazares y Valentín Ramírez. Filosofamos un poco y coincidimos en que la muerte solo es aprender a morir porque es aprender a vivir. No obstante, quisiéramos que la amiga muerte, a ciertas personas debería permitirles muchos años de vida, una de ellas sería Armando Loera Varela a quien despedimos un 11 de febrero de este naciente 2022.

Y nada que hacer. Nuestro amigo Armando ya no revivirá físicamente. En cambio, vivirá en nuestro recuerdo, admiración, y amor toda la vida. 

Sostenemos esto pensando no solo en su extraordinario currículum profesional matizado por docenas de investigaciones de alto nivel; o de su presencia en muchos países en donde ejerció su visión humanista, sino también porque su fructífera vida contempla otras expresiones de lo que fue: una gran persona, con defectos y virtudes, destacando éstas últimas por su amor a la familia, a sus amigos y por la fortaleza con la que enfrentó diversos problemas con inteligencia y esfuerzo , pero sobre todo por darle un sentido a su vida orientado en el servicio a sus semejantes.

Armando la batalló. De niño aprendió a vivir con carencias al lado de sus padres y siempre mostró el carácter fuerte y empeñoso que le acompañó toda la vida. Fue así como no se doblegó ante la expulsión de las facultades en que estudiaba a principios de los años setenta y tuvo que trasladarse a Saltillo a continuar sus estudios. La exclusión la sufrió por la represión gubernamental de esa época y por su convicción de joven rebelde, firme, ante lo que el abrazó como causa de su lucha estudiantil.

Al concluir su aventura en Saltillo se integró a tareas de investigación y docencia en el Tecnológico de Monterrey, de donde fue a parar a la Universidad de Harvard, ya casado con su inseparable compañera Socorro y sus hijos pequeños. En este espacio académico no todo fue de privilegio como pudiera pensarse, sino un lugar de grandes exigencias académicas, acompañadas de requerimientos, todo con recursos limitados, pero no cedió. Salió adelante y egresó con el grado de Doctor en Educación.

Con estas credenciales retornó a Chihuahua e inició una carrera profesional que le llevó a muchos países principalmente de América Central, del Caribe y América del sur, geografías en donde desplegó su talento con creatividad y empeño, derivando en aportes a sistemas educativos nacionales, a comunidades de docentes, a través de proyectos y asesorías que contemplaron: innovaciones pedagógicas, liderazgos educativos, gestión escolar, capital social y un largo etcétera.

En Chihuahua, en 1996 emprendió un ambicioso programa denominado Plan Estratégico para el Sistema Educativo del Estado de Chihuahua (PESEECH) que dio fuerte impulso al sistema educativo estatal desde un profundo diagnóstico, programas derivados del mismo y un riguroso componente de evaluación. Todo esto se desarrolló en medio de un complicado contexto político de alternancia del poder gubernamental y modificación del sistema educativo nacional. Los retos, los enfrento con profesionalismo, inteligencia y valentía.

De esta época recordamos su integridad profesional. También su fina ironía, su capacidad para integrar equipos de trabajo, su tolerancia, su altruismo académico, su forma de entender la amistad, la familia y su firmeza en sus convicciones.

Armando como maestro, jefe o compañero de trabajo en las actividades que emprendía era riguroso. Ejemplo de esto fue el liderazgo que ejerció en la Coordinación de Investigación y Desarrollo Académico (CIyDA) que se convirtió en la columna vertebral del PESEECH, en donde al frente de un equipo de más de 60 personas exigía puntualidad, no admitía descalificaciones, pedía seriedad al plantear proyectos con sus fechas concretas y calendario riguroso para la presentación de resultados. En todo este aspecto no admitía excusas. Previo a esto, consultaba cada uno de sus colaboradores, les pedía que revisaran su disponibilidad para colaborar en los proyectos sin afectar a sus familias, o su salud física y emocional.

Armando era todo energía, parecía que nunca se cansaba, asumía con rigor y pasión su trabajo con un gran respeto hacia sus colaboradores, procurando en lo posible su bienestar, actitud que le ganó la estimación de todos. Y cómo no hacerlo con una persona sencilla, honesta y exigente cuando era necesario. Cómo no valorarlo positivamente si jamás demostró egoísmo para compartir sus amplios conocimientos en diversos temas. Todas las personas que tuvimos la satisfacción de trabajar con él, consideramos que fue un buen maestro del cual aprendimos mucho; no era el jefe que solo dictaba ordenes, sino un promotor de la ciencia y la cultura con impacto en nuestra formación y actualización profesional.

De sus convicciones firmes una prueba fue cuando no puso obstáculos para que el personal a su cargo protestara públicamente por la agresión que sufrió, de parte del gobierno, un grupo de personas de la etnia Tarahumara provenientes de Monterde, Chihuahua, e incluso firmó el desplegado de denuncia.

Como amigo fue siempre solidario. Poseía una sensibilidad excepcional ante diversas situaciones que solo se pueden tratar con un verdadero compañero. Escuchaba, se podía pensar en voz alta con la seguridad que no trascendería lo expuesto. Como todo ser humano no tuvo muchos amigos, pero supo valorar la importancia capital de estos. Y cuando fue necesario se abrió para darles un lugar en su existencia.

Otro aspecto de su vida fue su familia que amo entrañablemente, y no solo a su esposa e hijos sino a sus cuñados, cuñadas y sobrinos a quienes trató como hermanos, y con Socorro, su esposa, vivió una existencia de lucha permanente por salir adelante, brega de sacrificios, de fidelidad y mutua comprensión.

Hoy Armando ya no está físicamente con nosotros. Enfermó, se sumaron daños irreversibles en su otrora impecable maquinaria que nunca iban a permitirle ser de nuevo el hombre fuerte e independiente que le gustaba ser. Sin embargo, fue un hombre libre y sabía que la muerte es lo que da el sabor especial a la vida.

Seguramente sobrevendrán días difíciles porque ya no estará el amigo con el que comentábamos algo, resolvía dudas o simplemente quejarnos de algo. Su familia, sus amigos pasaremos por un ritual supremo de dolor y soledad. Pura nostalgia, pura melancolía, puro espanto. Y puras preguntas al esposo, al padre al hermano al amigo que la vida nos dio, y que ya no está.

A veces el dolor de su ausencia, que rompe el alma se alivia por algunos brevísimos instantes: es cuando se piensa que Armando se fue para no contemplar el mundo por el que luchó para mejorarlo con energía y entrega absoluta, pero día a día se destroza.

Luego volver a las preguntas de siempre. Y al mismo vacío.

Ya no habrá respuestas de Armando. Pero hay que elevar su memoria ¿Cómo? Seguir creyendo. Y luchando. ¿Hasta cuándo? Hasta siempre.

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One thought on “Armando Loera Varela: maestro y amigo

  1. Gracias por hacer este reconocimiento de Armando, quien fue mi alumno y mano derecha en lo que es la investigación educativa en la Universidad de Harvard. Durante el tiempo que estuvo allí, formamos un buen equipo de trabajo y pudimos llevar a cabo un estudio serio sobre la educación bilingüe en Guatemala, que aún recuerdo. Luego pudimos trabajar de nuevo en la evaluación cualitativa para evaluadores en toda la república mexicana. Sin duda, fue el alumno más comprometido con aprender que he conocido y luego un investigador de primer orden, siempre fiel a sus raíces mexicanas. Lamento mucho su pérdida, porque su trabajo estaba abriendo nuevos conocimientos sobre las escuelas y los maestros en sus tareas y su trayectoria internacional siempre fue de apoyar el aprendizaje. Agradezco la oportunidad de conocerlo durante sus estudios, y luego en sus investigaciones, talleres y ponencias. Me uno a su familia en el dolor que sienten, porque personas como Armando, son únicas en nuestra vida.

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