Apoyo razonado y crítico

Por Ernesto Camou Healy

—Está terminando el 2018. No cabe duda que será culminación de un año extraordinario: para muchos mexicanos es el inicio de un gobierno que genera esperanza; otros no están tan convencidos de la sinceridad del nuevo presidente: algunos dudan pero están abiertos al cambio, otros parecen empeñados en evidenciar que sus prejuicios están fundados en una realidad que, si no existe, tratarán de construir…

Es curioso comprobar cómo, para la mayoría de los mexicanos, Diciembre les trajo un regalo navideño que se concreta en un gobierno que afirma, con visos de sinceridad, intentar terminar con la corrupción y fundar un nuevo acuerdo nacional sustentado en un servicio público más responsable, eficiente y ordenado a generar bienestar de las mayorías, mientras que para otra porción, ese obsequio les recuerda a un caballo de madera que trae en sus entrañas, vaticinan, más tragedias que buenaventuras.

Resulta normal que haya escépticos; incluso no es de extrañar que, en el ejercicio de sus derechos democráticos muestren desacuerdo con el nuevo gobierno, y se organicen para buscar, en seis años, un cambio cualitativo en la conducción de la Nación. Se vale. Que se provoque un debate nacional sobre el rumbo a seguir es algo que debemos aceptar y agradecer, mientras sea un diálogo de ideas y proyectos que nos ayude a dilucidar el camino, a corregir derroteros menos atinados y lograr un sistema político más inclusivo y más equilibrado.

Lo que no se puede admitir es la mentira y el engaño como fundamentos para la descalificación del adversario, o sus ideas. Fue algo que sucedió con demasiada frecuencia durante la campaña presidencial: daba la impresión de que algunos operadores encontraban, para sus tretas y bajezas, una burda inspiración en el monigote estrafalario que habita la casa algo percudida de Washington, figura que no cesa de mentir y presentar como cierta su peculiar interpretación de sí mismo y la sociedad.

El problema es que sus prejuicios y arengas convencieron a una porción de sus electores que vieron justificadas sus ofuscaciones sociales, económicas y raciales en los dichos del candidato, al extremo de votar por él, y soportarlo además. Preocupa que algunos estrategas nacionales parecen considerar válido trasladar dichas artimañas a nuestro medio y sociedad mexicanas.

Lo que sucedió al otro lado fue una respuesta visceral, de una multitud prejuiciosa, a un gobierno relativamente bien orientado, con una cierta elegancia incluso (virtud de la que carece Trump) pero presidido por un personaje de descendencia afroamericana. Para un porcentaje amplio de los votantes, tener un ejecutivo negro fue un insulto a sus usos y costumbres; recordemos que hace ocho o nueve décadas todavía se acostumbraba ajusticiar gente de color, en público y sin juicio, sin más razón que el tono de su piel. Muchísimos votantes no soportaron ver a Obama, negro y más educado que ellos, en la presidencia. Eligieron a un embustero profesional que alimentó sus manías. No fueron mayoría, pero sí lograron encumbrar a Trump y sentirse reivindicados.

Ahora, en nuestro país, da la impresión de que son algunos los que quieren descalificar a AMLO, con embustes y con insultos, y para ello tratarán de obstaculizar cualquier iniciativa con tal de hacer fallar su labor: intentan impedirle trabajar para demostrar que no puede o no quiere lograr el proyecto que aprobó la mayoría de los electores hace unos meses. No quieren debate, sino debacle. Asusta conjeturar que hay quienes no vacilarán en dar alas a rumores y designios siniestros, con tal de evitar que el nuevo régimen tenga éxito y se inicie la transformación y ordenamiento del país hacia un sistema más eficiente y menos corrupto.

Elegir al actual presidente fue un primer paso. Apoyarlo en su intento, es una segunda responsabilidad. Estar vigilantes y criticar su desempeño, desde una ciudadanía solidaria, es nuestra contribución necesaria…

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