Teléfono para quitarme el tiempo

Por Jesús Chávez Marín

— El 15 de junio, a las 9:49 de la noche me llegó un mensaje; no lo quise abrir porque ya había cerrado la oficina, o sea: había apagado la Toshiba. Cometí el error de echarle un vistazo en el celular; me pareció que era una de las escasas posibilidades que llegan de negocios. Detuve muy a tiempo el reflejo de pensar en qué me iría a gastar el dinero del anticipo. Nada de echar a andar la esperanza, ya me había dado muchos topes con la irrealidad, como para darle vuelo. Solo pongo aquí el texto de la conversación para documentar una vez más el pesimismo burlón de mi amigo Cid Reyes. Siempre procuro hacerlo desde que pusimos juntos una empresa de escritor fantasma que se llamaba RexLit, la cual en su efímera existencia no consiguió captar un solo cliente, a pesar de que sacamos en Mercadolibre.com un anuncio que decía: “Ofrecemos servicios editoriales y corrección de estilo”. Hace ya mucho tiempo de eso; Reyes se fue a trabajar primero como editor de lujo de una revista digital y luego como redactor de frases publicitarias en una empresa autista. Yo sigo aquí; muy de vez en cuando me cae alguna liebre, y por un momento pensé que me llegaba algo. Aquí va la conversación escrita en messenger:

Ella: Medina, buenas noches. Me han comentado que usted hace trabajo de edición. Tengo un libro de relatos terminado y me interesa contratar sus servicios como editor.

―Sí hago edición. A sus órdenes.

Ella: Pues usted dígame. ¿Debo viajar a Chihuahua?, entregarle el material impreso o en word, sus honorarios, etcétera.

―Dos posibilidades:
1. Me trae su libro impreso.
2. Me lo manda por correo electrónico.
Lo leo, y le mando un presupuesto.

Ella: Se lo envío en word ahora mismo, me resulta más rápido.

―[Le puse entonces mi e mail].

Ella: Gracias, en estos días.

―Ok.

Ya se nos fue junio, ahi va julio como flecha, y nada. El libro de relatos ya lo había terminado, primero dijo que lo enviaba en word “ahora mismo”, luego que “en estos días”, que significa “nunca”. En fin, el oficio editorial tiene tratos de negocios tan nebulosos como los de cualquier industria de la fantasía.

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