Por Jesús Chávez Marín
Ya no sé si contar estas cosas porque mis camaradas de antes dicen que son viles chismes de la decadencia de la clase media, pero ahi va.
Luego de que su mujer se fue a Estados Unidos con todo y sus cuatro hijos y le dejó una demanda de divorcio invencible, Edgar luchó cuatro años para recuperarlos, por las buenas y por las malas; llegó al extremo de secuestrar a dos de los niños y tenerlos encerrados en la casa familiar, ya tenebrosa y vacía. Por supuesto que la señora lo metió al bote varios meses; allí tras las rejas tuvo que poner en la sentencia de divorcio la firma que tozudamente se había negado a obsequiar.
Durante esos años y otros más, Edgar tuvo dos o tres novias, una de ellas hasta vivió en su casa. Pero luego de meses tronaba, decía que no le llenaban el ojo, el alma, no sé. Y menos él a ellas, porque seguía siendo necio e impositivo, el truene conyugal no le enseñó nada.
Para remediar su indigencia amorosa, acudió al Internet, se inscribió en varios servicios buscadores de parejas y conoció a una multitud de mujeres cuyas fotos eran espectaculares y estaban más que dispuestas a casarse con él ipso facto. Y así se la ha pasado los años recientes, chateando con las mujeres de su vida virtual.
Algunas tardes le sucede que una tristeza tenue y muy terca le irrita los ojos.